Hubo una vez un pensador del siglo XXI que llamó la atención póstumamente en el siglo XXII cuando se intentaba estudiar en Historia de Literatura Comparada y Filología la polémica que se impuso entonces de por qué, a pesar de los enormes avances en la inmediatez de las comunicaciones, los autores canonizados o considerados vitales para la disciplina correspondían en su totalidad a individuos fallecidos hacía décadas que nunca fueron tomados en cuenta en vida, y que este extraño fenómeno revelaba la incompetencia de toda institución, de todo organismo cultural, por identificar, fomentar y amparar talentos, escogiendo siempre a los equivocados:

“Durante los siglos pasados, personas tímidas e introvertidas -y en algunos casos hasta insignificantes, en lo que respecta a personalidad- como Borges o Rulfo o Clarice Lispector (o Sábato, Onetti, Hesse, Flaubert, Hawthorne, etc.), lograron ser el centro de atención literario, a pesar suyo, y solo en base a un único talento: escribir.

En la actualidad híbrida y cibernética del siglo XXI, en la que todos luchan a gritos y empujones por tener un minuto de atención literaria y artística, en base a estridentes y afectados llamados de atención -que ninguna relación tienen con la escritura-, la timidez o la humildad se hacen anacrónicas; y si existiesen rulfos o borges o kafkas entre nosotros, que no sabrían ser youtubers ni tuiteros ni instagrameros, jamás serían detectados; y morirán (sus textos, fuera de las pantallas o en algún cajón) en el más absoluto anonimato, ya que solo supieron hacer una cosa: escribir.”