Un cuerpo sufriente

El historiador médico Daniel López Rossetti hace un estudio retrospectivo de su salud, y pone sobre la mesa que el General San Martín fue un paciente que convivió con numerosas afecciones que condicionaron de alguna manera su vida futura. Entre el cúmulo de traumatismos y enfermedades cita accidentes de heridas de guerra, asma, fiebre tifoidea, úlcera gastroduodenal, hemorragias digestivas, cataratas, ceguera, hemorroides, cólera, úlcera gastroduodenal, trastornos nerviosos, insomnio, tensiones psíquicas; algunos profesionales especulan en que fue la tuberculosis la que lo llevó a la muerte. Un diagnóstico retrospectivo es difícil, más aún cuando no se contaba con estudios de laboratorio y síntomas que sólo se conocen a través de las cartas dirigidas por el prócer.   Respecto a los traumatismos se conoce que tuvo varios, el primero de ellos ocurrió en el año 1801, cuando transportaba caudales del ejército desde Valladolid hasta Salamanca. Fue asaltado por bandoleros recibiendo un tiro en el pecho, en la mano y en la garganta, debiendo quedar más de un mes de internación y de cuidados especiales. En 1811, en la batalla de Albuera recibió una estocada en el brazo izquierdo cuando luchaba con un oficial francés que terminó muerto en la contienda. En 1813 en la batalla de San Lorenzo recibió una herida en la cara que le dejó una cicatriz. También recibió contusiones en la pierna y en el hombro izquierdo, ya que no tuvo dificultades para redactar el parte con los acontecimientos del combate. También en Inglaterra volcó un carruaje en el que viajaba, recibiendo una herida cortante en el brazo izquierdo.   No tuvo consecuencias importantes con estos traumatismos, a pesar de que todas estas heridas debieron sanar sin antibióticos.

La descripción de la intensa sintomatología reumática le hizo padecer grandemente en numerosas oportunidades, especialmente el día en que libró la batalla de Chacabuco. Aquel día tuvo serios problemas para mantenerse en el caballo debido a los intensos dolores reumáticos. Todos estos dolores debían ser calmados con láudano, y aquí se reparten las opiniones, si San Martín era o no adicto al opio. Recordemos que presentaba a menudo intensos dolores gastrointestinales y crisis asmáticas. El opio era administrado por prescripción de sus facultativos entre los que nombraremos al médico Juan Isidro Zapata o al médico estadounidense Guillermo Colsberry. Recordaremos que el opio contiene varias sustancias psicoactivas entre las que se encuentra la morfina. La forma en que los médicos de la época administraban la morfina era bajo la forma de «láudano de Sydhenham que era una «mezcla de opio, azafrán, canela de Ceylán, clavo de especia y vino de Málaga”. Estaba indicado para los dolores intensos, asma y diarreas, debido a que provocaba constipación. Seguramente cuando los dolores eran intensos San Martín pudo haberse automedicado. En Mendoza el médico Ángel Correa le obsequió un botiquín homeopático que se conserva en el museo de Mendoza. La homeopatía era una alternativa a la medicina tradicional de opio, sanguijuelas, sangrías, eméticos y purgantes que estaban al alcance de todos los médicos. Hacia 1842 comienza con los trastornos visuales que le obligaban a permanecer largos períodos a oscuras. La pérdida de la visión desemboca en cataratas. Se sometió a un peligroso tratamiento quirúrgico para extirpar el cristalino, sin dejar nada en su lugar. Se operó con el médico francés Jules Sinchal; se utilizó como anestésico solamente opio. La cirugía no dio resultado quedando irremediablemente ciego. Esto trastornó malamente su carácter.

Pero en definitiva para no sobreabundar en estos remas trascribimos su probable certificado de defunción.

De qué murió San Martín

Mucho se ha hablado de las enfermedades del Libertador y, en los años de la Campaña de los Andes, varios amigos temieron por su vida. Pero el general murió mucho después, a los 72 años, edad bastante avanzada para la época

Fue el 17 de agosto de 1850, a las tres de la tarde. Aunque la salud de San Martín estaba resentida en los últimos tiempos, para su médico personal, su hija Mercedes y su yerno Mariano Balcarce su fallecimiento fue sorpresivo. Esa misma mañana se había levantado y hasta había almorzado con ellos. Pero repentinamente se sintió muy mal. El desenlace fue muy rápido.

¿Qué había pasado? El certificado de defunción nada dice de las causas de su fallecimiento; tampoco se han conservado constancias médicas de los profesionales que lo atendieron a lo largo de su vida, en América y en Europa.

Por otra parte, el estado de la ciencia médica en aquellos tiempos hace que las deducciones sobre las enfermedades que padeció deban basarse en los testimonios –los del propio San Martín y los de terceros- sobre sus síntomas. No existía la radiografía ni el estudio bacteriológico. El estetoscopio fue inventado por Laennec recién en 1817.

“San Martín padeció tres dolencias crónicas: asma, gota y úlcera”

Lo que se expone a continuación son las conclusiones del doctor Mario S. Dreyer, volcadas en el libro Las enfermedades del general don José de San Martín (Academia Nacional de Ciencias, 1982).

Mario Dreyer, médico del hospital de Clínicas y profesor en la UBA, reconstruyó la historia clínica de San Martín

San Martín padeció varias dolencias crónicas, graves por sus síntomas –en especial dolores agudos, por momentos invalidantes-, pero que no implicaban riesgo inmediato de vida. Básicamente fueron tres: asma, gota y úlcera, siendo esta última la más probable causa de su muerte.

Es interesante notar que en las tres afecciones citadas tienen una fuerte incidencia los factores psicosomáticos: son todas dolencias que se ven agravadas, cuando no directamente desencadenadas, por el estrés; no hace falta abundar en los muchos motivos que tuvo San Martín a lo largo de su vida para hacerse «mala sangre».

Pese a ello, no puede decirse que fuese una persona de mala salud. Sirvió en el ejército español desde la temprana edad de 12 años, hizo vida de militar durante mucho tiempo -con las incomodidades y rigores que ello implica-, estuvo en el campo de batalla en varias ocasiones, y sólo en una ocasión tuvo que solicitar unos días de reposo, posiblemente por las primeras manifestaciones del asma. En otra ocasión, haciendo de correo, fue atacado por salteadores de caminos de los que debió defenderse con la espada y que lo hirieron en el brazo y en el pecho.

Todo ello fue superado y, a su llegada al Río de la Plata, con 34 años y una larga carrera a cuestas, su activismo no disminuyó; todo lo contrario.

No es casual que la primera manifestación de la úlcera –el vómito de sangre- haya tenido lugar en Tucumán, en abril de 1814, cuando San Martín estaba a cargo del Ejército del Norte, un puesto que había aceptado por disciplina pero que no deseaba y que creía inconducente a los fines de concluir la guerra de Independencia.

Fue en aquella oportunidad que San Martín se retiró a una estancia en Saldán (Córdoba) para recuperarse de aquel primer ataque (que por entonces no era diagnosticado como úlcera, sino que se hablaba de «ataques de sangre») y allí es donde recibe a Juan Martín de Pueyrredón –futuro Director Supremo- y termina de coordinar con él el plan para instalarse en Mendoza y desde allí organizar la Campaña de los Andes. Es por eso que muchos historiadores pusieron en duda la gravedad de su dolencia; y su existencia misma.

El padecimiento existió  –y en lo sucesivo se manifestará una y otra vez en crisis recurrentes, alternadas con períodos de remisión, sin síntomas, como sucede con la úlcera-, lo que no obsta que el general se haya servido de eso para acelerar su salida del Ejército del Norte y su pase a Cuyo.

Preveo muy pronto el término de la vida apreciada de nuestro general (Zapata, cirujano del Ejército de los Andes)

En enero de 1816, San Martín le escribía a Tomás Godoy Cruz, diputado al Congreso de Tucumán: «Un furioso ataque de sangre y en su consecuencia una extrema debilidad me han tenido 19 días postrado…»

Uno de los médicos que lo atendía, el cirujano del Ejército de los Andes, Juan Isidro Zapata, llegó a escribirle en julio de 1817 a Tomás Guido, amigo de San Martín, una carta alarmante: «Preveo muy pronto el término de la vida apreciada de nuestro general, si no se distrae de las atenciones que diariamente le agitan, a lo menos el tiempo necesario para reparar su salud, atacada ya por el sistema nervioso».

«El cerebro –sigue diciendo Zapata-, viciado con las continuas imaginaciones y trabajos comunica la irritabilidad al pulmón, al estómago y a la tecla cerebral, de donde resulta  la sangre en la boca, que si antes fue traumática o por causa externa, hoy es por lo que he dicho. El mismo origen tiene sus dispepsias y vómitos, sus desvelos e insomnios y la consunción que va reduciendo su máquina. Empeñe usted toda su amistad para que este hombre todo del público se acuerde alguna vez de sí mismo y que dejando de existir no serviría ya a esa patria para quien debe vivir (…)»

Como se ve, aunque Zapata se hace eco de la versión de que las hemorragias de San Martín se debían a las heridas de aquella pelea en España –algo que varios testigos repiten-, también se muestra consciente del peso del factor emocional.

Dreyer, por su parte, descarta que los vómitos de sangre de San Martín hayan tenido origen pulmonar. La falta de diagnóstico preciso, llevó incluso a muchos autores a avanzar la hipótesis de que el vómito de sangre pudo deberse a una tuberculosis, la misma enfermedad que se llevó prematuramente a la tumba a su esposa, Remedios de Escalada.

Pero Dreyer sostiene que, en el caso de la úlcera, la hemorragia empieza y termina en forma brusca; y así son los ataques de San Martín. Por otra parte, no tuvo los otros síntomas de la tuberculosis –adelgazamiento extremo, por ejemplo-, y su rápida recuperación luego de los ataques así como su longevidad son incompatibles con esa enfermedad.