“Soy profesor de Filosofía en escuelas secundarias de Rosario, en talleres abiertos a la comunidad, y online en www.talleresdefilosofia.com.ar .

Dicté otros talleres relacionando la música de Cerati y de Spinetta con la Filosofía, y también la poesía y la filosofía.”

 

Día 1

Como docente, intento «desactivar» todo comentario violento u ofensivo. O, al menos, reflexionar sobre lo que se dice.

Pero, cuando te cuentan que alguien cercano hizo justicia por mano propia (porque «de otra forma no iba a haber justicia»), la única respuesta inmediata es el silencio.

No conocemos la vida de nuestros alumnos. Por eso, si decidimos usar la palabra, tiene que ser para no lastimar ese silencio.

 

Día 2

Hoy leímos «Ante la ley» de Kafka.

Inmediatamente dijeron no entender. El relato parece simple pero es complejo en interpretaciones. En general los estudiantes esperan un significado claro. Una respuesta lógica para después poder copiar y pegar. Pero la idea era ver qué pensamientos nacían con esta lectura.

Pienso que quizás haya que fomentar una especie de incomprensión poética. Eso que puede pasar al leer algún poema. Una sensación de no entender, pero a la vez saber que hay algo oculto, un misterio a desvelar.

Tal vez así se despierte la curiosidad.

 

Día 3

Nuestros alumnos se aburren.

El aburrimiento es demoledor. Antes se decía que así surge la creatividad, pero no creo que sea aplicable a nuestros tiempos. Quizás esa creatividad nacía de las posibles estrategias para romper ese estado insoportable. Hoy (casi) la única estrategia es mirar el celular.

Pienso en Byung-Chul Han, que propone una vida contemplativa para superar la velocidad y el atolondramiento de nuestra época. Una vida lenta que vaya armando una red de sensaciones que tengan duración. En otras palabras: aprender a saborear el aroma del tiempo.

Para esto es necesario una toma de conciencia. Pero antes resulta necesario salir de la parálisis del aburrimiento. A veces ayuda salir del aula y cambiar de espacio. Un rato al patio, una ronda de debate, algún audiovisual. Buscar una estrategia para romper la parálisis. Perseguir el aroma del tiempo.

 

Día 4

Una alumna me dijo «mi curso es difícil», porque sus compañeros no prestaban atención e interrumpían el desarrollo de la clase.

Nos enfrentamos a menudo con problemas de «disciplina». Algo que a veces suena a mala palabra. Los imperativos de nuestro tiempo parecen estar relacionados a las nuevas libertades, romper cadenas antiguas, hacer lo que nos gusta, y escucharse uno mismo antes que al otro. Pero esto puede desencadenar violencias invisibles.

Germán Díaz compartió un texto de Pavese en el que habla sobre el «castigo inhibidor». Desde que soy profe, pienso en cuán necesario son los «castigos», y cómo llevarlos a cabo. Siempre aparece el miedo de cometer injusticias. Ante este miedo, recurrimos a suavizar el castigo. El desafío es pensar, en cada caso, ¿cuál es ese ‘castigo justo’ que inhiba las conductas inapropiadas?

El orden resulta necesario. Hay que pensar un orden emancipador, y no uno represivo o restrictivo. Un orden que no excluya. En palabras siempre suena bien, pero en la práctica se ve tan lejano que parece imposible. Al menos, en grupos de alumnos que presentan rechazos intensos y constantes.

¿Cómo aplicar un castigo inhibidor sin caer en la violencia y en la exclusión? ¿Cómo evitar la mano dura, el grito desaforado, la violencia de la palabra? ¿Cómo invitar a un clima amigable, y que la propuesta suene tentadora? ¿Cómo cuidar a nuestros alumnos, a la vez que aplicamos algún castigo que consideramos necesario?

En mi caso, recurro a pequeñas estrategias que no considero violentas y que no afectan mi ánimo: escribir alguna pregunta en el pizarrón; levantar la mano y esperar a que ellos me den la palabra; armarles un trabajo práctico (en el peor de los casos); entre otras.

El problema es el método. El objetivo es generar un ambiente amigable para aprender; no solo los contenidos sino, principalmente, a convivir.