Por Bruno Del Barro

El inconsciente. Eufemismos y autoengaño

Cuarto y más arduo problema, el que ocurre en el ámbito del inconsciente. Si el énfasis se hace en el esclarecimiento del caso Nisman, el sujeto emisor en el ámbito consciente racionalizará su gravedad por la noble y simple razón de “búsqueda de Justicia”; ¿cómo saber fehacientemente si en el terreno inconsciente su único y auténtico objetivo no es el de una justicia justa, sino el de ver caer a sus enemigos políticos y televisivos, en pocas palabras, ver presa a Cristina Kirchner?

Del mismo modo, ¿cómo distinguir a quienes realmente desean clarificar el caso Santiago Maldonado, encontrar la verdad, de aquellos que sólo pretenden, en el fondo, adjudicarle un hecho aberrante al gobierno de Cambiemos por una firme e inclaudicable antipatía política, siendo el mejor de los desenlaces la muerte del joven en manos de gendarmería?

¿Cuántos estarían interesados en resolver el caso Maldonado si el oficialismo no se viese implicado? ¿Cuántos en Nisman si no hubiese una oscura hipótesis que vincula al kirchnerismo?

“En estos dilemas interhumanos, todos los implicados se hallan encadenados a una misma situación, aunque, como reza la experiencia, cada uno de ellos descargará sobre los otros la responsabilidad del conflicto.” (1)

Cuatro fenómenos comunicacionales hemos tocado, muy por arriba y a las corridas, uno más intrincado que el otro: 1- lo que supuestamente dice el otro por omisión y que completamos con nuestro propio conocimiento. 2- Situar al emisor por lo anterior, por lo que dijo y por lo que omitió, en un grupo de pertenencia ideológico –tan perfecto que sólo puede existir en nuestra imaginación. 3- La vaguedad y subjetividad de conceptos genéricos (política, militancia, democracia, educación, adoctrinamiento, dictadura). 4- Y cuarto y de imposible solución si no es la auto-consciencia, qué queremos decir realmente sin racionalizar, sin nobles eufemismos y auto-engaños.

Nada puede solucionarse si no tenemos en cuenta estos procesos, sabiduría que primero debe orientarse hacia la propia persona: ¿cuánto de lo dicho por otro pertenece a sus propias declaraciones y cuánto completamos nosotros con nuestras creencias y dogmas?

En la acción de juzgar al otro, procedimiento sencillo en el que por algunas palabras y aseveraciones vemos a un todo uniforme y no contradictorio, no es coincidente con los métodos utilizados para apreciar la propia personalidad: nuestro Yo, inalienable, no puede ser “engañado” por agentes externos, no obstante, si (nos) observamos con atención, nuestra cosmovisión no siempre fue igual, sino que fue mutando y evolucionando según la experiencia y a través del tiempo nunca somos la misma persona, y lo que hoy aseguramos con vehemencia, ayer fue una duda, y mañana será una idea vieja y atrasada.

Es decir, si juzgáramos desde el presente a nuestro Yo del pasado o del futuro, probablemente seríamos tan condenatorios como lo somos con el prójimo.

En los tiempos de internet y redes sociales, cascadas de información inconexa, en los tiempos de la pos-verdad donde para cualquier postura, por más absurda que esta parezca (Tierra plana, gobernantes extraterrestres, conspiraciones globales), hallaremos argumentos y refutaciones por igual según sea nuestra cosmovisión e ideología, ¿es posible el consenso medianamente popular?

Si la indagación propia del inconsciente y la autocrítica es prácticamente nula, si racionalizamos nuestros prejuicios, predilecciones e instintos en eufemismos proverbialmente nobles y justos (defensa de la patria, justicia, democracia, buenos valores, etc.), mientras el ejercicio de una crítica profunda sólo es dirigida al Otro, pobre ser homogéneo y primitivo alienado por los medios, ¿cómo escapar del sendero de la intolerancia, de la increpación, del insulto, de la guerra?

Si todas nuestras conclusiones son cien por cien honestas y exactas, y otras que difieran se deben a irracionalidad y mala voluntad, si no nos preguntamos e internalizamos cómo es que el prójimo llegó a tales conclusiones y sólo lo suponemos, ¿será posible alguna vez algún tipo de convivencia medianamente soportable?

Y para finalizar, si se llegase a comprobar que alguno de aquellos puntos de vista que expusimos es empírica y teóricamente cierto en su totalidad, ¿cómo trasmitir esta verdad a sus semejantes? ¿cómo no acabar en insultos e improperios producto de la impotencia por no saber comunicarnos correctamente o porque el otro no quiere escuchar?

¿Es posible que una serie contundente de pruebas nos haga cambiar radicalmente de opinión? ¿Estamos dispuestos a ello? ¿O sólo escuchamos lo que queremos escuchar y minimizamos aquello que lo refuta?

 

 “… se habla y se nos exhorta a que realicemos una quimérica unidad (¿en nombre de qué?) que las más de las veces sólo es efectiva cuando se trata no de realizar una efectiva convivencia comunitaria, sino de realizar una alianza ideológica que tiene por objeto utilizar nuestros impulsos altruistas y de formación grupal, para arrojarnos contra otros grupos humanos unidos de la misma manera pero bajo banderas diferentes. Exactamente como si nuestro planeta no tuviera más destino que el ser una gigantesca cancha de fútbol bélico en la que el jugador enemigo se nos presenta siempre como atentando contra nuestros valores más sagrados, allá lejos, en la espesa noche de su maldad preconcebida, sin que pensemos jamás que tal vez, el proceso de que nuestros propios actos están contribuyendo constantemente a aumentar la polarización y la divergencia social, cavando con ello nuestro propio abismo, aun cuando estemos creyendo que luchamos por la noble causa de `la verdad´  y que el otro, en su ceguera intencional, no puede ni quiere reconocerla como tal.”(2)

Bruno del Barro

10/09/17

 

 (1) “¿Es real la realidad?” (1976), Paul Watzlawick

(2) Rolf Behncke C. en el prefacio a “El árbol del conocimiento” de Humberto Maturana y Francisco Varela

Obras consultadas:

-“Pasos hacia una ecología de la mente” (1972), Gregory Bateson

-“El árbol del conocimiento” (1984), Humberto Maturana R., Francisco Varela G.