Por Bruno Del Barro

Creamos al enemigo a nuestra imagen y semejanza. El enemigo, al estar en las redes y mostrar la superficie de su extremismo, nos permite delinear el resto del contorno del iceberg de su personalidad según nuestro propio prototipo de adversario, y también de aliado.

Al oír reclamar por Santiago a alguien cualquiera, la mente se dispara e imagina también lo que no dice, y por añadidura lo que no dijo en anteriores circunstancias el supuesto grupo social al que aquel pertenece: ¿Dónde estabas cuando pedimos la aparición de López?¿Y la gravedad institucional del caso Nisman no es importante? La segunda parte de este proceso, más trágica aún, es trazar y proyectar ese prototipo de individuo en un todavía más estereotipado grupo social lleno de personas iguales y homogéneas: ¿Dónde estaban ustedes cuando reclamamos por…?

¿Y Luciano Arruga? ¿Y Franco Casco? ¿Y María Cash? ¿Y Carlos Fuentealba? La relevancia de los sucesos ¿dependen exclusivamente del posicionamiento político?¿Cómo se declara el oficialismo o la oposición ante cada hecho?

¿Qué significa que desaparezca Maldonado o López en democracia?¿Cuándo un gobierno democrático comienza a semejarse a una dictadura? ¿Cuántos desaparecidos hacen a una dictadura? ¿Qué significa la muerte dudosa de un fiscal? ¿Cómo hacer o dejar de “hacer política” con dichos sucesos? ¿Cómo distinguir quién busca “hacer justicia”, o “politizar”, o “adoctrinar”, o simple “venganza política”? ¿Hay diferencias? ¿Hay fronteras claras entre una cosa y otra? Y si la hubiera, en un mundo de entendimiento lingüístico perfecto, ¿cómo trasmitirlo a cada uno de los ciudadanos de manera uniforme sin que interfieran los prejuicios, las creencias, el pasado, las convicciones en el proceso de generar conocimiento-episodio epistemológico- de cada sujeto?

Tengamos en cuenta que en este artículo no se tocarán los expedientes judiciales de ningún caso ni se intentará resolverlos, sino que se hará un esbozo del entramado especulativo que sucede en el periplo de la comunicación cotidiana y cómo formamos opinión en esta compleja trama, sin tampoco resolver nada, porque se harán más preguntas que respuestas, pues precisamente lo que se intenta exorcizar son las convicciones que conllevan a la entropía y a la beligerancia sin hacernos los interrogantes necesarios si es que queremos realmente acercarnos lo más próximo a una “verdad” que no implique una guerra violenta, verbal o física, con el prójimo.

Es necesario comprender que casi todas estas cuestiones comunicacionales se resuelven principalmente en el universo de la abstracción, donde creamos mentalmente las reglas de juego y los problemas comienzan cuando creemos que el resto de los mortales deben someterse a estas reglas.

Rápidamente vamos a graficar ese ya anticuado proceso de la comunicación, en su mínima expresión: emisor, mensaje, receptor; y a yuxtaponer los elementos que competen a nuestra discusión: el contexto, un código en común, el bagaje cultural y emocional de cada individuo, aquello que dijo el emisor (el mensaje verbal),lo que nosotros interpretamos que dijo, y complementamos a esto último, aquello que dijo sin decir, o sea, que supuestamente dijo por omisión. Y el fenómeno particular y cultural que se desprended de aquel elemental, es este por el cual el receptor coloca al emisor en un mismo grupo de pertenencia ideológica.

Todo esto ocurre principalmente en el submundo del inconsciente en milésimas de segundo. ¿Cómo evitar entonces los malos entendidos?

El alienado, el manipulado, el ciego y sordo, el de pensamiento uniforme y cerrado, es siempre el otro. Y para que esto ocurra, para que un juicio personal sea tan exacto y sin malos entendidos sería necesario una comunicación de emisor a receptor sin contaminación ni entropía, objetiva y unívoca, un mensaje que pase de un lugar a otro en línea recta.

El resultado de desconocer este proceso o considerarlo simple o trivial como acabamos de bocetarlo, en cualquiera de los temas que se toquen, es este embrollo beligerante de millares de ciudadanos reales o encubiertos a través de perfiles en redes sociales que juzgan y condenan taxativamente los hechos y al prójimo con información preliminar, noticias y titulares.

 

Lo que no se dice, lo que creo que dijo

Si la comunicación fuese un proceso lineal y homogéneo, sin suspicacias, bastaría con preguntarse explícitamente “¿Dónde está Santiago Maldonado?” No obstante, es el universo de lo implícito, completado y rellenado por el receptor de esta -en primera instancia- simple oración interrogativa, lo que nos conduce al malentendido, o más bien, a un falso sobreentendido: los que coincidan aparentemente “en un todo” con el emisor –y completen lo que no ven de él con favorables y gentiles características- verán a un sujeto “comprometido” que simplemente pide “justicia”; otros, leerán intenciones “políticas” (en sentido peyorativo), además de identificar al emisor con un grupo social que intenta culpabilizar al gobierno oficialista del suceso, a un aliado de la “oposición”, a un individuo “kirchnerista” o zurdo estereotipado, e incluso a un “golpista” que amenaza la “patria” y la “democracia”.

El sujeto de esta declaración en que se busca el esclarecimiento de un hecho puede intercambiarse por Julio López o Alberto Nisman -por mencionar casos de repercusión- y el proceso de interpretación sobre “hacer política”, “justicia”, “gravedad institucional”, “oposición”, etc. se repetirá y se intercambiará de un estrato social a otro dependiendo del partido que se haya tomado, y según la información individualmente relevada, descartada, omitida, resaltada, despreciada.

La cuestión está en el mayor o menor énfasis: ¿cómo otros NO pueden ver la gravedad de la desaparición de López o Maldonado? ¿Cómo otros NO pueden apreciar la amenaza institucional que representa la muerte de Alberto Nisman? Cualquiera que no entienda esto –que yo comprendo perfectamente- es un loco o un estúpido, no hay otra opción.

A primera vista, cuando se coincide con lo propuesto, no se profundiza en demasía sobre “las verdaderas intenciones” o “intenciones ocultas” del expositor, pues este tiene buena voluntad producto de su correcta lógica, de su mente abierta y sentido común; al diferir, por el contrario, se proponen intrincados análisis psicológicos donde se insinúa alienación política, mediática, ideológica, etc.

Al exigir el esclarecimiento de uno de estos casos, ¿estoy menospreciando deliberadamente otros casos judiciales? La primera contrapartida ante la pregunta que ya es lema “¿dónde está Santiago?” tuvo la refutación inmediata de “¿y López?”, ocurriendo el fenómeno ya mencionado que pretende adivinar aquello que no se dice especulando sobre la identidad político e ideológica del emisor. Y así mencionar nombres ad infinitum de casos irresueltos o abiertos como si se estuviese contra-argumentando: ¿y Luciano Arruga, y Franco Casco y María Cash, y Carlos Fuentealba, y Marita Verón?

En retorno de esta contra-argumentación, en un ida y vuelta desquiciado, retroalimentado por el ego y el orgullo, se puede contestar, por ejemplo, haber apoyado las anteriores causas y estado presente en cada uno de los reclamos;sin embargo, por más que esto sea cierto, difícilmente comprenda y le interese a su interlocutor que interpeló en un principio, que desde un primer momento no tenía otra intención que validar sus convicciones y atacar al que consideraba su “enemigo político” –aunque abiertamente nunca utilizaría este adjetivo- o más genéricamente el “enemigo político de argentina”, aquellos que “están destruyendo o hundiendo el país”.

A partir de aquí ingresamos en un laberinto sin salida de discusión exponencial en imaginación y especulación donde se inculpa al otro y a su “grupo” de tal o cual cosa, reprochando la necedad ajena, y al mismo tiempo, defendiendo la coherencia propia.

Empecemos desde la base del problema. El teórico y psicólogo Paul Watzlawick, uno de los principales autores de la Teoría de la Comunicación Humana, dice al respecto: “resulta gratuito suponer no sólo que el otro cuenta con la misma información que uno mismo, sino también que el otro debe sacar de dicha información idénticas conclusiones. Los expertos en comunicación han calculado que una persona recibe diez mil impresiones sensoriales por segundo. Resulta evidente por lo tanto, que se necesita efectuar un proceso drástico de selección para impedir que los centros cerebrales superiores se vean inundados por información irrelevante. Pero aparentemente, la decisión en cuanto a qué es esencial y qué es irrelevante, varía de un individuo a otro y parece estar determinado por criterios que, en gran medida, quedan fuera de la conciencia.

… existe la convicción firmemente establecida y por último no cuestionada, de que sólo hay una realidad, el mundo tal como yo lo veo, y que cualquier visión que difiera de la mía tiene que deberse a irracionalidad y mala voluntad.” (1)

(1) “Teoría de la Comunicación Humana” (1967), Paul Watzlawick, Janet Helmick Beavin, Don D. Jackson