Por Daniel Briguet
“You talk me”
“Robert De Niro en “Taxi Driver”
Mi nombre es Travis y mi día es la noche. Salgo a trabajar cuando el sol se pone y dejo a la hora en que amanece. Algunos me dicen cómo puedo estar doce horas despierto mientras la mayoría está durmiendo, pregunta que respondo con una sola palabra: experiencia. Casi todo lo que sabemos proviene de la experiencia y no de una montaña de libracos como sostienen algunos intelectuales mal nacidos. De hecho ya estoy acostumbrado a no dormir de modo que en un día no lejano lograré prescindir completamente del sueño. Luego de dejar el taxi – porque manejo un taxi – tomo un desayuno ligero y si en el market hay algunos compañeros de ruta, por ahí charlo con ellos. Pero no soy de hablar mucho. No me gusta la comidilla que una charla genera. Creo que cada uno es dueño de sus actos y no debe dar cuentas a los demás por ello. Y si alguna vez tengo que declarar ante un juez – algo que nunca hice – me limitaré a dar mi nombre, rango y destino en el frente de guerra. Porque yo estuve en el frente.
Otra cosa que suelo hacer es visitar a Angie. En esos casos hablo por teléfono antes y ella me espera enfundada en unos shorts muy cortos y un buzo de jogging. Lo bueno es que debajo del jogging Angie no suele llevar más que un par de pimpollos puntiagudos, que huelen a perfume de jazmín Es algo comprensible porque Angie es muy joven. Yo la trato bien desde que la conocí, una madrugada mientras ella caminaba por una calle del Barrio Rosa junto a una amiga y al darse vuelta vio que mis ojos la atisbaban. Disminuí la marcha del coche y me puse a la par de ellas, que al fin optaron por subir a la vereda. Pasé otras veces y una noche la vi parada en una esquina de la plaza, con sandalias de taco alto, mini brevísima y un top rojo –del mismo color de sus zapatos – que solo cubría sus pimpollos. Le pregunté si iba a alguna parte y ella me dijo:
-A cualquiera, si te hacés cargo del pasaje.
Al fin fuimos a un hotel que estaba por Pasco y que no era el Waldorf Astoria. Pagué la pieza por una hora y ella me guió a un sucucho que tenía una cama con la colcha descolorida, una silla con una toalla y una palangana con agua encima. Me pidió que le pagara el servicio antes y se quitó el top y las sandalias de un modo automático. Seguía siendo alta, aún estando descalza, y con un cuerpo estilizado que emitía vibraciones como un junco al viento, aunque apenas se moviera. Yo le dije que no necesitaba más, que solo quería charlar un rato. Hablar, como sugerí, no es difícil pero encontrar la oreja adecuada es otra cosa. Ella parecía tenerla. Me escuchó varios minutos y cuando hice un intervalo, armó un cigarrillo que parecía de marihuana, lo encendió con una larga pitada y me lo ofreció. Yo le dije que no fumaba porros.
-Siempre hay una primera vez – me dijo, con un asomo de sonrisa que me recordaba a una actriz de Hollywood.
Después de varias porreadas, sentí que flotaba en la cama. Angie, sin dejar de escucharme, me quitó los zapatos y las medias y me masajeó los pies con sus dedos delicados. Me dijo que tenía l7 años aunque yo calculé que no podían ser más de quince y que estaba en la calle desde los doce. No era para sorprenderse. Una vez llevé a un puerto cercano a San Lorenzo a una mujer menor de cuarenta y su hija de trece y después que entramos en confianza, la mujer me dijo que iban a trabajar con los maringotes que bajaban de los barcos. Las dos, porque en la familia había dos hijos más chicos y con el ingreso de una no alcanzaba. Lo de Angie también podía resultar patético pero ella se encargaba de alivianarlo con su oficio, rápidamente aprendido.
Las que no soporto son esas mujeres que salen de la casa con los pelos parados y en un viaje más o menos largo, te tiran por la cabeza las miserias de su vida. Ahora el tema dominante es la plata que no alcanza y los precios que vuelan pero, para eso, no hace falta parlotear. Basta con ver la calle. Hay noches en las que recorrer el centro te enfría el alma porque no ves ni un gato husmeando un container. A mí me gusta circular solo escuchando algo de música pero hay un punto en que querés que alguien te golpee la puerta.
Otro tema es la seguridad pero en eso no tengo historias. Antes llevaba la Browning en la gaveta pero después de un par de experiencias complicadas decidí pegármela con una cinta adhesiva a la pantorrilla derecha debajo del pantalón. Sé manejar un arma y si la mano pinta pesada, actúo en el acto. Ya llevo volteados dos muñecos que tiré al río desde el puente en distintas ocasiones. No lo sentí en absoluto: son carroña y si acaban devorados por las palometas pueden considerarse satisfechos. La otra es otear al punto antes de que suba. Según la cara, sé si lo llevaré o no. Por el destino no me hago historias: si hace falta o si el viaje da, me meto en un barrio bravo sabiendo que, donde pongo el ojo, pongo la bala. Pero tampoco hay que exagerar con algunos sitios porque hoy el delito está en todas partes. Crece como crece la mishiadura. Ya sé que no todos afanan, lo tengo claro. Mi viejo siempre fue un laburante que ganaba para mantenernos y punto. Y nunca robó una chapita de gaseosa. Los que se esfumaron son los códigos. Los ladrones de bancos siempre encabezaron el ranking en los penales. ¿Hoy conocés algún ladrón de bancos? Creo que el último fue el gordo Valor.
Habría que empezar de nuevo y no se puede. Yo creo que esta ciudad pudo ser espléndida y dejó pasar la oportunidad. Hoy tenés una maqueta de torres de cuarenta pisos y detrás, el color de la grela y la indigencia.
Por ahí sube un punto que me dice: “Macri nos va a salvar”. Yo lo miro por el espejito y pienso: “Este gato no sabe que Macri es un nene de papá”. Porque el verdadero artífice de la dinastía fue y es el padre, que hizo una fortuna de cero. Y que tiene muñeca para currar. Este Mauricio, ¿qué hizo? Yo lo miro y veo un tipo blando. No porque no pueda sacar los tanques a la calle sino porque le falta la consistencia que necesita un líder. Ojos claros, pelo claro, pachanga en el balcón ¿y que más? Por eso me gustaba Lupo aunque no coincidiera para nada con sus ideas. Soy de pensar que las cosas deben quedar como están pero mejor. Y Lupo dos por tres quería patear el tablero. Pero tenía muñeca. Veía el resquicio donde los otros veían todo oscuro. Todos estos giles que no tienen donde caerse muertos compraron su primer auto en la época de Lupo. ¿Y ahora me vienen a hablar de Macri?
Angie me dice: “Vos te das máquina porque estás mucho tiempo solo”. Puede ser. A veces me encuentro hablando conmigo o, si estoy en casa, agarro la Magnum que tengo guardada y ensayo poses. Un killer no puede tirar de cualquier manera. ¿No lo vieron a Lanatta en la triple fuga? El tipo se baja del auto y apunta como un tirador. Es lo que trato de ensayar ya que acá, como viene la mano, nunca se sabe. Apunto al espejo y le pregunto: “¿Me estás hablando a mí?”. No sé, me gusta como suena.
Angie es distinta desde que está en el privado. La primera vez que fui a verla, me dijo:
-Vos me ves, hablás o te quedás callado, a veces me pedís un pete, a veces te masajeo los pies y nada más. ¿No querés hacerme el amor?
-Sí, claro. Lo que pasa es que te veo muy péndex.
-Tonto, estoy en la edad justa. Dentro de diez años no me vas a reconocer.
Esa noche puso un disco que, después recordé, correspondía a “El juego de las lágrimas”, se quitó la ropa hasta desnudarse y, de espaldas, comenzó a balancearse lentamente. La pieza estaba en penumbra y era como si Angie se asomara o se guardara según sus movimientos. Cuando al fin se dio vuelta pude ver su cuerpo de junco y, a la vez, algo que pendía – ese es el término – de su entrepierna. No era algo grande sino impresionante. Ni el salto de un gurka en la trinchera logró conmoverme de un modo parecido.
-Pensé que te habías dado cuenta – dijo, al ver mi cara- .Si no te gusta, llamo a otra chica.
Recuperado, le dije que no, que solo estaba sorprendido y algo podríamos hacer. Me puse en cuatro sobre la cama y esperé que mi chica favorita, tan delicada en sus gestos y sus facciones, pusiera el tren en marcha.
Ahora visito a Angie dos veces por semana y cuando no, apunto la Mágnum hacia el centro del espejo hasta sentir que lo atravieso. Entonces soy el auténtico Travis, patrullando en un coche amarillo, en medio de la niebla, las calles apenas iluminadas de Nueva York.
Ya les dije también que la noche es mi día y Angie, una adorable compañía.