“Esto no es como una herida que cicatriza, es como una mochila que te cargas hasta el final”, me dice Joel Pereyra con empuje en sus palabras pero con el corazón inundado de tristeza.

Él es Joel Pereyra, cantante y compositor de una de las bandas de rock under de la ciudad de Rosario. Tiene sus 27 años bien puestos y el pecho ensanchado cuando habla de su amigo, su hermano, Adrián Rodríguez. Con el Adri, como aún lo llama, compartía una misma pasión: la música. Se conocieron en el 2012 producto de la casualidad que los unió en un bar que frecuentaban.  Los dos disfrutaban, también, del humor ácido. Con el tiempo, entre porrones y recitales, forjaron una amistad que los acompañó hasta el final.

En octubre del 2013, formaron su banda, la banda que enlazaría el sueño de los seis integrantes, Raras Bestias. En sus comienzos eran cinco hasta que optaron por sumar un saxofonista.

A fines de septiembre del 2015, ya consolidados como fanfarria y aún más, como amigos, los contactan desde el bar Café de la Flor para tocar. Ellos habían dado un show en marzo del mismo año y por eso, se comunicó el mismo encargado de organizar las fechas para proponerle una nueva. El acuerdo constaba de rendirle al lugar 35 entradas a 50 pesos, aproximadamente. El arreglo, esta vez, se hizo por comunicación telefónica y de palabra, siempre confiando en la honestidad de los organizadores. La fecha pactada fue el domingo 11 de octubre, víspera de feriado largo.

El sábado anterior a la fecha del evento optaron por salir en grupo a modo de previa. Todos menos Adrián. “Esa mañana jugaban Los Pumas, el Adri se levantó a las siete para ver el partido y comprar las cosas para el asado. Fue una tarde muy especial. Se extendió la sobremesa con guitarreada y charlas interminables”, cuenta Joel mientras su cabeza viaja de forma directa y se sienta en la mesa de aquel día. Manifiesta que después de la reunión, se dirigieron cada uno a su casa para bañarse y se volvieron a juntar para probar sonido, alrededor de las ocho, en el Café.

Cerca de la media noche, la gente amiga y los invitados de las otras dos bandas con las que tocarían, Burros Verdes, Buena Yunta y Diabólico Plan, coparon la vereda y gran parte del bar. Minutos antes de las doce, corrieron el telón, cargados de expectativas y de ansías por festejar los dos años del grupo. La lista ubicada al pie de cada uno de los músicos prometía once temas, elegidos y ensayados incansablemente. Tocaron ocho. El último fue Poemas en su corazón, casi como una premonición. “Después de ese tema, Gonzalo, el guitarrista, me pide el micrófono para dedicarle un tema al padre que estaba presente entre el público y cuando lo toca comienza a recibir la descarga”, recuerda Joel. De ahí en más, la noche festiva se convirtió en pesadilla.

El cantante describe al bajista como “un gran tipo” y los grandes tipos actúan como grandes, como héroes. Adrián, bajista de la banda, no duda en socorrer al guitarrista. Choca el bajo con la guitarra y es en ese momento, cuando quedan los dos pegados. El Adri empujó con fuerza a Gonzalo, con todas las que le quedaban, quién logra despegarse y vuela, literalmente, del escenario. Adrián recibe la descarga final.

Todo enmudeció. Los más corajudos, Elian y Fernando, saltaron al escenario para tratar de reanimarlo; también lo hizo una amiga de Adrián, quién le practicó primeros auxilios. La ambulancia llegó rápido y los médicos estuvieron largo rato tratando revertir la situación pero no pudieron. Le negligencia del bar y la falta de mantenimiento, terminaron con la vida de un pibe de 34 años. Con la vida y los sueños que abanderaba. “En ese show no había ido ningún familiar de Adrián. “Fue muy duro darles la noticia cuando cayeron al lugar”, afirma su amigo, mientras revive el momento en el que un nudo le estrujó la garganta y con la voz quebrada, tuvo que decirle a la familia del bajista que esa noche, la corrupción, les había arrebatado la vida de su hijo.