Segunda Parte

La ideología burguesa daba la medida de lo universal; el escritor burgués, único juez de la desgracia de los restantes hombres.

Roland Barthes

De lo general (la comunicación), vayamos a lo particular (las palabras en sí mismas). Históricamente la élite intelectual –digamos, desde Platón hasta Marx- o intelligentsia, apeló en sus textos a la humanidad, cuando, implícitamente, solo se referían al hombre caucásico europeo -y heterosexual- (en especial la entusiasta Revolución Francesa, que a fe de incluir a todos en las palabras olvidaron de hacerlo en los hechos).

Los significantes supuestamente universales Humanidad, Hombres, Ciudadanos, Individuos, etc. solo conformaban, en el imaginario, un significado parcial y fragmentario; literalmente hablando, discriminador.

Esta cuestión es fundamental porque a pesar de la aparente neutralidad del significante (la palabra humanidad parece incluirlo todo, a diferencia de el hombre) nunca lo fue en su significado, en la imagen mental del signo lingüístico. Por ejemplo, por más ambiguo, inconmensurable, ilimitado que sea descripto el dios cristiano (Ezequiel 1:26-28, Apocalipsis 1:14-16), su imagen no puede representarse ni concebirse de otra manera sino como una fuerte figura masculina, viril, blanca, barbuda, sabia, etc.

Dos elementos poco aludidos pero nada menores se desprenden de este escenario: que por más neutro –o femenino o no masculino- que pretenda o diga ser formal y semánticamente un término como un sustantivo (humanidad), el imaginario colectivo llenará este contenedor vacío con los arquetipos dominantes (los hombres blancos de occidente); del mismo modo términos neutros como ciertos pronombres y participios activos –atacante, del verbo atacar; cantante, de cantar; amante, de amar; dirigente, de dirigir- pueden también despertar estereotipos dentro de un discurso particular, por ejemplo: “tal dirigente escapó de su oficina para irse al hotel con su amante” es una enunciación donde la mayoría coloca al sujeto masculino en dirigente y el femenino en amante solo por una articulación sintáctica, no por el género gramatical.

Presidente, de presidir, lo sentimos masculino no por sus letras sino simplemente porque es un cargo ocupado históricamente por hombres (hablar de presidenta, jueza o ministra no es producto de una ignorancia gramatical, sino de una forma improvisada de protesta, es enfatizar una excepcionalidad histórica: una mujer en el poder).

El asunto principal  -que se pierde y confunde en la tertulia de redes sociales entre pros y contras igualmente desinformados sobre el Lenguaje- es y fue la exclusión en su conjunto: social, cultural, económica, lingüística, etc., pues cualquiera fuese la forma que hubiera tomado el español (con o sin género gramatical), hubiera sido machista, pues la sociedad, en su conjunto, lo era:

“La investigación empírica aporta indicios de que los sustantivos ‘neutrales’ y los pronombres de lenguas sin división gramatical genérica pueden tener de todas formas un sesgo masculino encubierto. Así, aunque eviten el problema de una terminología masculina genérica, incluso los términos neutrales pueden transmitir un sesgo masculino [resaltado en el original]. Esto supone, además, la desventaja de que ese sesgo no podría ser contrarrestado añadiendo deliberadamente pronombres femeninos o terminaciones femeninas, porque en esas lenguas esa forma simplemente no existe. Se dificultan entonces las iniciativas de ‘subversión simbólica’ de las que habla Bourdieu.

Eso concluye, por ejemplo, el trabajo de Mila Engelberg a partir del análisis del finlandés, una lengua que incluye términos aparentemente neutros en cuanto al género pero que, en los hechos, connotan un sesgo masculino. Y al no poseer género gramatical, no existe la posibilidad de emplear pronombres o sustantivos femeninos para enfatizar la presencia de mujeres. La autora señala que esto podría implicar que el androcentrismo en lenguas sin género puede incluso aumentar la invisibilidad léxica, semántica y conceptual de las mujeres [resaltado en el original].

Algo muy similar encuentra Friederike Braun en su estudio con la lengua turca, cuya falta de género gramatical no evita que les hablantes [sic] de turco comuniquen mensajes con sesgos de género.” (La lengua degenerada, por  Sol Minoldo y Juan Cruz Balián, para elgatoylacaja.com.ar)

Estas informaciones, creo, son mucho más relevantes que las posturas superficiales (el o el no al lenguaje inclusivo puede ser una conducta trivial -como colocar un voto en una urna- si no es acompañada de grandes gestas, de profundos cambios internos y externos); y la conclusión es esta:

La modificación consciente de la lengua, una propuesta más que interesante y por cierto histórica (que puede ejercerse con toda libertad sin el permiso de absolutamente nadie y menos de la RAE) solo tendrá sentido si tiene un correlato en el grueso de la vida social (si el todes impera en un futuro pero la lucha contra el patriarcado trastabilla ligeramente, ese todes volverá a referirse al arquetipo imperante masculino –o a cualquier otro-; les diputades, les polítiques, les poderoses, referirá mentalmente a los hombres o a cualquier género que se imponga).

Si el éxito del lenguaje no sexista es disparejo a la evolución en conjunto, dentro de poco veremos a políticos igual de embusteros y patriarcales dirigirse a todos como a todes o a cantantes de moda utilizando el lenguaje incluyente en canciones degradantes y mediocres.

Del mismo modo, si esa modificación compulsiva de la lengua no se ejerciera, pero sí en todo lo demás, lo más probable es que el lenguaje decante inclusivo naturalmente: idénticos significantes del pasado cambiarán de significado en el futuro, y la humanidad será realmente la humanidad; todos o todes, realmente serán todos o todes.

Eliminar el binarismo del español buscando sustantivos y pronombres andróginos mediante vocales inocentes que nada evoquen, es un medio -aunque muy limitado-, pero no un fin; recordemos una vez más, y hago hincapié en esto, que esas palabras neutras ya existen y fueron rellenadas por estereotipos masculinos y femeninos según el contexto (amante, presidente), y que los idiomas sin género gramatical (turco, finlandés, japonés, guaraní) o en que el plural es femenino (árabe) poco reflejan su situación social. (Véase la investigación de Mo’ámmer Al-Muháyir: “El masculino genérico en castellano. Signo lingüístico o signo ideológico”)

 

Fuentes:

-Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje (1972), Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov

-Teoría de la Comunicación Humana (1969), Paul Watzlawick

La lengua degenerada (2018), Sol Minoldo y Juan Cruz Balián

Pensamiento y Lenguaje (1934), Lev Vygotsky

Las palabras y las cosas (1966), Michel Foucault

El grado cero de la escritura (1964), Nuevos ensayos críticos (1964-1971), Roland Barthes

Las estructuras elementales de la violencia (2003), Rita Laura Segato

La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (2016), Siri Hustvedt