Por Bruno Del Barro
Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario.
Lo elegiaco, lo grave,lo ceremonial, no rigen para los inmortales.
JORGE LUIS BORGES, El inmortal
El hombre cruzó sus brazos y ningún trueno surgió de ellos –observó extrañado. El ademán no poseía la razonable intención de destruir y combatir como es vulgar –profundizó-, sino de algo más poderoso, algún significado oculto, de esos que sólo a ellos pertenece. El otro hombre comprendió y retrocedió. Calló. Parecía quetodo lo había entendido. Estaba furioso, sí, sin embargo, no fue necesaria la batalla de la imposición y de aquello que llaman muerte.
Corrió las nubes que tapaban su visión y sus infinitos sentidos, sentado en una cordillera. De muy lejos observó aquellos simbolismos, cómo interactuaban esas complejas bestias efímeras. Habían peleado, pero ¡cómo! Evocóy recapituló lo que había visto, una y otra vez. Dos hombres discutieron con palabras, con esos sonidos que también son un lenguaje heterodoxo, estaban en desacuerdo pero no habían intentado destruirse ¿o sí?– ¿acaso se habría perdido el instante de dolor, o aquelen que uno gana y otro pierde? ¿acaso sus infinitos sentidos no eran suficientes? Comenzaba a dudar de sí mismo, aquel que todo podía y todo lo había visto, aún podía esperar lo inesperado y desengañarse.
Pero no, simplemente habían tomado distancia, como en el comienzo de cualquier batalla, pero ninguno desenvainó una espada de fuego o retazos de montañas o astros, sino que habían anudado sus brazos, contracturado los músculos, separado las piernas, en fin, gesticulaciones, movimientos inútiles y absurdos sinvigores, que únicamente acompañaban y complementaban la comunicación principal que se desarrolló en las miradas que sin duda decían algo que no logró interpretar, a pesar de que todo lo sabía.
Nada había terminado entre ellos, entre esos dos pequeños hombres de tiempo y extremidades limitadas, sólo era el comienzo de algo, de otra cosa diferente a la que llaman la anterior. Porque cuando uno cree que alguna vez no existió y que alguna vez dejará de existir, divide el tiempo en antes y después. Este hecho era de excesiva y desproporcionada relevancia para ellos.
Por otro lado, su unión y amistad sí que había acabado, no obstante, ninguno había sido desterrado o trasmutado a otro cuerpo o forma(lo más parecido a la muerte que puede ocurrírseme). Bastó con sus palabras, con sus tonos y movimientos, pero sobre todo con sus signos, para levantar el polvo del odio entre ellos y agrietar la tierra separándolos. Y todo esto lanzado por el aire, expresado así, muriendo al instante siguiente de sus ruidos y exclamaciones mudas cargadas de significados. Sin dejar marcas en ellos o a su alrededor. ¡No había herida visible! ¡Sin embargo el mundo había temblado!
Continuó sus meditaciones involuntariamente limpiando el cielo donde una plácida lluvia de estrellas acompañó sus pensamientos.
Se puede adivinar por sus inclinaciones que estos raros especímenes ven la divinidad en la inmortalidad, en lo largo y poderoso, en fin, en nada elevado realmente, sólo en lo que ellos no son. Adoran lo que no son. Y lo que no son es, por definición, lo elevado, lo misterioso.
Así funcionan los excepcionales, dicen. Y con la bendición de que no importa cuán profundo sea su daño a lo largo de las eras, tarde o temprano morirán, y si no, la tierra donde se asientan morirá, y si tampoco, la luz que los alumbra se acabará, y el resentimientoy la alegría serán olvidados también.Ningún rencor permanecerá eterno y no los seguirá adónde vayan, lo que es un decir.
No sé qué es eso. No sé, y todo lo sé, todo lo que daría porque sucumban mis obsesiones en algún tiempo o universo, por más que mi entidad lo haga también. Todo lo daría, y todo lo tengo, por esa inexplicable expiración que, no nos engañemos, es absoluta. Incluso es posible la máxima de todas las posibilidades, ¡ser autoinflingida! ¡El ser eligiendo cuándo no ser! ¡Cuándo desaparecer! Cuando todo es insoportable, terminar con todo. Es decir, es voluntad del ser, de ese unilateral y descompuesto ser, decidir cuándo la acritud ya no cabe más en esa jurisdicción precisa que es el cuerpo-con sus carnes envueltas en tela elástica o piel que las retienen-, cuando no se soporta más, y puede acabarlo todo, terminarlo todo, terminando únicamente con sí mismo. ¡Vaya sueño! ¡Terminar, acabar, desaparecer!
Desconozco, y todo lo conozco, un poder más sublime que este, más elevado y más importante. Tener la decisión de acabarse a sí mismo, es el único sueño que recuerdo tener, y todo lo he soñado; poder acabar con todo lo demás, sé lo que es, y sé lo que es haberlo hecho, una y otra vez, pero nunca a mí mismo. Aquello que más recuerdohaberme arrepentido, y de todo me he arrepentido alguna vez, es de acabar con todo cuando en realidad buscaba mi propia destrucción, y es lo que representa toda mi desolación: no poder olvidar, y a falta de olvido, tampoco tengo mi muerte, que es lo mismo. Ellos tienen una palabra para lo que siento. Envidia. Pero la propia es peor, porque, ¡nunca va acabar! ¡La envidia de que alguna vez todo acabe!
Esta es la historia del inmortal que observaba al mortal, pero también, es la historia del mortal que con palabras mortales y por lo tanto imprecisas, observaba cómo el inmortal observaba al mortal.
Bruno del Barro
25/08/17