EL CUERPO SUFRIENTE DEL LIBERTADOR Y LAS MUJERES QUE MARCARON SU AGITADA VIDA

“Yo me hallaba batallando con mi periódico dolor de estómago (San Martín)”
EL CUERPO DOLOROSO DE UN MILITAR REVOLUCIONARIO
El diagnóstico de la úlcera lo basa Dreyer en el hecho de que esta enfermedad tiene tres períodos: uno, de reposo, en el que no hay síntomas; un segundo, de actividad, con acidez y dolores cíclicos en la región superior del abdomen (pueden producirse cierto tiempo después de las comidas, a veces se alivian con la ingesta de nuevos alimentos, o bien son dolores ultratardíos, es decir varias horas después de comer, con frecuencia en medio de la noche); los períodos de gastralgia se alternan otros sin dolor; por último, la tercera etapa de la úlcera es la de complicación: cuando se produce la hemorragia o la perforación, lo que puede ser letal para el paciente.
En San Martín aparecen todas estas etapas, según el testimonio propio y de terceros. En correspondencia a Guido, en 1847, San Martín dice: «Yo me hallaba batallando con mi periódico dolor de estómago».
Dreyer cree que la localización de la úlcera de San Martín era duodenal y no gástrica, por el hecho de que en la primera la incidencia del sistema nervioso es mayor, por el largo tiempo que la padeció (36 años) antes de que se presentasen las complicaciones fatales, y por los dolores ultratardíos (nocturnos); todas características de la primera localización.
La «fatiga de pecho»
Desde Mendoza, en medio de las agitaciones de la preparación del Ejército de los Andes, escribe a las autoridades: «…Hace tres meses, para poder dormir, debo estar sentado en una silla». Aparecen así las referencias a la «fatiga de pecho».
Dreyer afirma que efectivamente padeció asma. En el caso de San Martín, dice, es difícil identificar cuál era el origen y el alérgeno que la desencadenaba. Pero sí considera que era de origen exógeno. «Es más frecuente –escribe- que la otra forma clínica, el asma intrínseco, en que los alérgenos están cantonados en el mismo organismo». Esto explica que los accesos de asma de San Martín, se hayan ido espaciando y que en Europa haya pasado mucho tiempo sin padecerla.
“Sufría de vez en cuando ataques agudísimos de gota. Su médico lo inducía a un uso desmedido del opio” (Guido)
Por entonces empieza también a manifestarse su tercera enfermedad crónica, que muchos testigos llaman reumatismo (el mismo San Martín usa esa palabra). En cambio, su íntimo amigo Tomás Guido, a quien Dreyer da la razón, es el único que habla de gota. En sus memorias, escribe: «A más de la dolencia casi crónica que diariamente lo mortificaba [se refiere a los trastornos digestivos], sufría de vez en cuando ataques agudísimos de gota, que, entorpeciendo la articulación de la muñeca de la mano derecha, lo inhabilitaban para el uso de la pluma. Su médico, el doctor Zapata, lo cuidaba con incesante esmero, induciéndolo no obstante, por desgracia, a un uso desmedido del opio, a punto de que, convirtiéndose esta droga, a juicio del paciente, en una condición de su existencia, cerraba el oído a las instancias de sus amigos para que abandonase el narcótico (de que muchas veces le sustraje los pomitos que lo contenían) y se desentendía del nocivo efecto con que lenta pero continuadamente minaba su físico y amenazaba su moral».
En agosto de 1819, San Martín le escribía a Guido: «Ya estaría en Buenos Aires de no haber sido un diabólico ataque de reumatismo inflamatorio que me ha tenido once días postrado de pies y manos y sufriendo dolores agudos: ayer me levanté algo más aliviado».
Esta enfermedad articular se le manifestó a partir de los 39 años; los factores desencadenantes fueron el frío, la fatiga y –una vez más- las preocupaciones. Los motivos para hablar de gota y no de reumatismo son las localizaciones del dolor: habitualmente las muñecas, las manos y los pies. También el hecho de que, luego de los ataques, recuperaba la movilidad articular y no había deformaciones. En la única fotografía de San Martín –el daguerrotipo tomado dos años antes de su muerte- se ve una de sus manos, sin deformidad.
Los intensos dolores que esta enfermedad le causaba en las articulaciones hacen que, a fines del año 1819, luego de enviar la célebre proclama -«Mi sable no saldrá jamás de la vaina por opiniones políticas»- por la cual se niega a obedecer las órdenes de reprimir con su Ejército a los caudillos federales, debe cruzar los Andes en camilla, ya que no puede montar. Sin embargo, poco tiempo después, recuperado y sin secuelas, partirá hacia el Perú.
En Europa, San Martín se hace asiduo de los baños termales, para aplacar los síntomas de la gota, una de las formas de artritis más dolorosas que se produce cuando se acumula demasiado ácido úrico en el cuerpo, lo que causa dolor, hinchazón y rigidez en la articulación. Más allá del estrés, otro factor era la dieta de los tiempos posvirreinales, ya que la carne roja, los frijoles y lentejas, por ejemplo, están entre los alimentos que contienen más purinas, de cuya descomposición surge el ácido úrico.
En Europa
En el año 1833, San Martín le escribía a un amigo: «He estado afectado de agudos ataques nerviosos al estómago en el otoño de 1833, he tenido tres o cuatro ataques inflamatorios del mismo que han desaparecido con cama y dieta».
A partir de 1841, los ataques serán anuales. Y en enero de 1844, se siente tan mal que redacta su testamento.
Al año siguiente, le escribe a su fiel Guido y le cuenta: «(He pasado) cerca de cuatro meses de continuos padecimientos, en que no podía tomar el menor alimento sin que a la hora me atacasen cólicos sumamente violentos y a esto agregue Ud. un sueño constantemente agitado e interrumpido y la consecuencia fue una debilidad extraordinaria».
En 1847, nuevamente a Guido, le dice «estar atacado desde hace más de un mes de dolores nerviosos en el estómago casi sin la menor interrupción».
Por ese entonces, empezará a perder la vista debido a las cataratas. Signo de lo mucho que esta limitación lo afectó es que se arriesgó a una operación –en esos tiempos sin anestesia-, pero que no tuvo los resultados esperados. Esto, según sus allegados, lo sumió en una gran melancolía, pues ya no podía leer ni escribir.
Quienes visitaron a San Martín a partir de 1846, dan fe de que lo encuentran achacoso, pero no postrado y además conservando su lucidez intelectual.
Todavía en julio de 1850, un mes antes de su deceso, el médico lo había enviado a las aguas termales de Enghien, en las afueras de París. Regresó a Boulogne a comienzos de agosto. El día 6 hizo su último paseo, en carruaje.
Nada anunciaba en su semblante ni en sus palabras el próximo fin de su existencia
El argentino Félix Frías, corresponsal de El Mercurio en Francia, llegó a Boulogne pocas horas después de la muerte de San Martín y dejó un relato detallado de lo que pasó aquel día. «El 17 (de agosto), el general se levantó sereno y con las fuerzas suficientes para pasar a la habitación de su hija, donde pidió que le leyeran los diarios (…). Hizo poner rapé en su caja para convidar al médico que debía venir más tarde, y tomó algún alimento. Nada anunciaba en su semblante ni en sus palabras el próximo fin de su existencia. El médico le había aconsejado que trajera a su lado una hermana de caridad a fin de ahorrar a su hija las fatigas ya tan prolongadas de sus cuidados. [Pero ella] no quería ceder a nadie el privilegio, tan grato para su amor filial y del que disfrutó hasta el último instante, de asistir a su padre en su penosa enfermedad. El señor Balcarce salió a la mañana del mismo día a hacer esa diligencia, acompañado por don Javier Rosales, a quien comunicó las esperanzas que abrigaba en el restablecimiento del general y su proyecto de hacerle viajar; tan lejos estaba de prever la desgracia que le amenazaba. (…) Después de las dos de la tarde, el general San Martín se sintió atacado por sus agudos dolores nerviosos de estómago. El doctor Jardon, su médico, y sus hijos estaban a su lado. El primero no se alarmó y dijo que aquel ataque pasaría como los precedentes. En efecto, los dolores calmaron, pero, repentinamente, el general, que había pasado al lecho de su hija, hizo un movimiento convulsivo, indicando al señor Balcarce con palabras entrecortadas que la alejara, y expiró casi sin agonía».
El relato del yerno, Mariano Balcarce, difiere un poco del anterior, pero no en lo esencial: «Conservó hasta el último instante la lucidez de su ánimo y la energía moral de que estaba dotado en tan alto grado. Aunque débil, nada podía anunciarnos que su existencia estuviese tan próximamente amenazada. El 17 se levantó, se vistió y pasó la mañana recostado sobre un sofá en el cuarto de Merceditas; almorzó sin repugnancia, estuvo conversando con nosotros. Poco antes de la una nos dijo que se sentía algo agitado de los nervios, y viendo que no se calmaban con la prontitud que otras veces, mandamos llamar a su médico a quien quería y apreciaba mucho. Este facultativo, de mucha experiencia y saber, tampoco se alarmó, y pensó que era uno de los ataques nerviosos que experimentaba con frecuencia, y que pasaría pronto. En efecto, nuestro buen padre se había calmado, y nos dijo que se sentía más aliviado; pronunció estas palabras: «Llévenme, hijos, a mi cuarto» y recostando su cabeza sobre el almohadón expiró como si hubiera caído en el sueño más apacible, dejando al médico consternado y afligido y a nosotros con el más profundo dolor, no pudiendo persuadirnos que el Todopoderoso acababa de llamar a su lado a nuestro querido padre».
A partir de estos testimonios, Dreyer descarta una falla pulmonar, ya que no se habla de asfixia; solo de debilidad. Y, sumado al hecho de que otros testimonios mencionan que San Martín sintió «frío» en los instantes previos a la muerte, concluye que se trató de un shock hemorrágico causado por la úlcera. Así lo describe: «Bruscamente ha disminuido el volumen de sangre circulante; por lo tanto, sufre una hipovolemia por una hemorragia; la sangre es derivada al cerebro y al corazón, no llega a la periferia, el enfermo siente el frío glacial, pero está lúcido (…) Un instante más tarde, cuando ya la pérdida sanguínea es muy crítica, comienza el padecimiento del órgano más jerarquizado: el cerebro, y pierde el conocimiento, pero antes de morir tiene un movimiento convulsivo, que no es sino la expresión de la anemia cerebral; sufren todas las células del encéfalo pero la exteriorización queda limitada solamente a aquellas áreas capaces de manifestar el sufrimiento, en este caso las células piramidales de los centros de la motilidad, que responden con el movimiento convulsivo».
Acta de defunción del registro de Boulogne-sur-Mer
“El año 1850 y 18 de agosto a las 11 de la mañana, delante de nosotros abajo firmantes (…), han comparecido Francisco Javier Rosales, Encargado de Negocios de Chile en Francia, residente en Paris, de cuarenta y nueve años de edad, amigo del citado más adelante, y Adolfo Gérard, abogado de cuarenta y cinco años de edad, igualmente amigo del citado más adelante, los cuales nos han declarado que José de San Martín, Brigadier de la Confederación Argentina, Capitán General de la República de Chile, Generalísimo y fundador de la libertad del Perú, residente en Boulogne, nacido en Yapeyú, provincia de Misiones (Confederación Argentina) de setenta y dos años, cinco meses y veintitrés días, viudo de Remedios de Escalada, hijo del Coronel Juan de San Martín, Gobernador de la susodicha provincia de misiones, y de Gregoria de Matorras, ambos fallecidos, ha muerto ayer a las tres horas de la tarde en su domicilio, Grande Rue 105, como así nosotros nos hemos asegurado».

Conclusiones de una vida de pasiones desencontradas
Las amantes de ciertos líderes tanto latinoamericanos como europeos jugaron un papel que ni ellas a veces creían que iban a manifestarse en las grandes decisiones que cambiarían la historia en la humanidad.
En el caso de San Martin es una contra historia donde el militar, estadista, y amante se confunden en su forma no convencional para la época, podemos decir que fue un adelantado en lo personal siendo libre en todo su ser y no comprometiéndose con ninguna de las mujeres que estuvieron relacionadas con su vida política y militar como también lo fue la jovencita Remedios de Escalada quien creía que era pura y descubrió que no lo era por cartas enviadas de sus amigos muy cercanos a él y demostró que ella fue durante mucho tiempo la amante de varios militares cercanos al Libertador estando él en ausencia o mejor dicho en campañas militares en el cono sur. Tiene una particularidad como Napoleón con Josefina que era una libertina o la misma Frida Kahlo con Diego Rivera que formaron una pareja del amor libre y no comprometidos porque en los hechos de estos personajes y sus mujeres existió el casamiento y el compromiso pero no respetaron sus deberes, en cambio eran casados pero no comprometidos, sus almas libres eran como los pájaros pero tenían similitud a los amores de San Martin que compartió con muchas mujeres apasionadas y fogosas, esa es la historia de un hombre famoso que ha tenido a lo largo de su vida a una María Campusano, una Jesusa, Carmen Mirón y Ayalon y otras anónimas que conformaron esas pasiones desencontradas.