“Murió Peter Fonda” dice una noticia breve – un pirulo en la jerga periodística – que quizás entró tarde y solo ocupa un ángulo de una página ubicada fuera de la sección Espectáculos de La Capital. El diario Clarín, con una crueldad derivada de las pautas de diagramación, amplía el espacio aclarando “hermano de Jane Fonda”, como si el solo nombre del actor no bastara para dar cuenta de quien fue. Es cierto que Peter no tuvo el glamour felino de su hermana ni el aura legendaria que rodeó la historia de papá Henry. Pero en sus 79 años de vida acumuló méritos para no depender de vínculos de parentesco a la hora de recordarlo. Fonda fue coprotagonista, productor y guionista de “Easy Rider (Busco mi destino)”, emblema fílmico de la década prodigiosa, realizado en l969, bajo la dirección de Dennis Hooper, quien también encabezó los créditos ya que ambos componen esa pareja de jinetes fáciles y motorizados, como si pudieran mezclar el espíritu de los cow boys del Lejano Oeste con la cultura hippie y lisérgica que alcanza en el año mencionado su pico y su culminación. Curiosamente, en un spot de promoción reciente emitido por uno de los canales de cable, ninguno de los dos rostros aparece a la hora de anunciar la puesta al aire de “Busco mi destino”, junto a otros clásicos como Bonnie and Clyde, de Arthur Penn. Tampoco esos fotogramas que recorren el mundo y muestran a dos motoqueros en sus Harley Davidson devorando el asfalto al compás de la música de “Nacido para ser salvaje”, de Stephenwolf. Solo asoman un par de planos de Jack Nicholson, entonces actor incipiente, mientras sonríe sentado en el asiento trasero del caballo mecánico. El motivo es fácil de encontrar: la promoción de TCM pone el acento en el único rostro capaz de llegar de modo directo al gran público hoy aunque en el film mencionado ocupe un cómodo y complementario tercer lugar. Viejo y todo, el intérprete de “Atrapado sin salida” entra a la notoriedad del nuevo milenio en tanto el talento de Hooper y Fonda se diluye en la repercusión de bobadas que convocan a millones con íconos de historietas y una batería de efectos.
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No se trata de nostalgia con sabor a tango sino de registrar el paso del tiempo en lo que ocurre. “Nacido para ser salvaje” sonaba no hace mucho como cortina de un spot publicitario de automóviles. Y hoy se escucha la inconfundible voz de Janis Joplin, “la diosa blanca del blues”, cantando su mayor hit, “Llora, nena”, como sostén musical de un corto destinado a promover un medicamento para niños. ¿Acaso la industria de la publicidad alimenta el brote de nuevos lenguajes? Sin lugar a dudas. El tema es saber si al cabo de tamaña empresa – en caso de que haya algún cabo – quedarán plantas de mescal y cactus verde en el páramo del reciclaje sin fin. Por ahora y al saber que el Ibuprofeno infantil contiene una dosis de blues, cabe apuntar que Janis muere de sobredosis a los 27 años, la misma edad fatal de Jimi Hendrix, Jim Morrison y otros símbolos del rock and pop. Y si agregamos un plus de ficción, en la volada caen vaqueros arriba de motos de manubrio alto (Fonda debe escribir el guión de su historia entre los 27 y los 28). En mis recurrentes visitas a la primera sala de Arteón para ver versiones cada vez más condensadas de “Easy Rider” – el programador Jorge De Biassi hace lo que puede pero, al carecer de copias nuevas, en algún momento debe quitar fotogramas dañados de la peli – veo una y otra vez la secuencia en que el dúo protagónico es barrido de la escena por un par de esbirros armados y desalmados, de esos que hoy deben apoyar a Trump y quejarse de los chicanos y otros intrusos de raza. Los fenómenos culturales que atraviesan la década constituyen una exaltación de las diferencias, que tanto asustan a los guardianes del orden. Los sesenta son una época en que la política se derrama y circula por cauces no previstos como bien lo demuestran las revueltas estudiantiles en distintos sitios, incluida nuestra tierra. Años de rebelión contra la tutela de los padres, de salir al camino o agruparse en tribus y marchas pacifistas y probar la marihuana o el LSD. Esta capilaridad permitirá hablar de la Nación de Woodstock, a propósito del festival de mayor concentración mitológica que se registra, en agosto del 69. Y del documental y el álbum doble que circularán, a veces luego de sortear la censura, por Occidente y el Tercer Mundo con su mensaje de tres días de música, amor y paz.
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En Woodstock se perfilan los matices alternativos y de culto que también asoman en el incipiente rock argento. En Buenos Aires una sala pasa durante años el mismo documental, coordinado por Michael Wadleigh. Los asistentes no van a ver y escuchar por enésima vez recitales que ya presenciaron. Van a un ritual donde las fuerzas de lo profundo, que el rock en expansión libera, apuntan a tocar el cielo de Lucy con las manos. O subir al cielo de Zeppelin en una escalera. Promotores locales recogen la onda disparada en la campiña de una localidad neoyorquina y montan el Buenos Aires Rock (BAROCK), del que participan las bandas más notorias a comienzo de los setenta.
En un film de proyección reciente, por el canal Cineart, veo la actuación de Pescado Rabioso, con el flaco Spinetta portando una sirena policial sobre su espalda desnuda, y escucho los riffs de “Despiértate, nena”, apoyados por un casi adolescente David Lebón, de jardinero y musculosa, Cutaia en teclados y Black Amaya en los parches. Almendra se ha disuelto y de sus restos se desprenden, como cometas brillantes y fugaces, Aquelarre, Color Humano y el ardiente pez. En otra tanda de imágenes, es el turno de Pappo Napolitano, al frente de su Pappo´s Blues y un tema que será hit: “Trabajando en el ferrocarril”. En el mismo año de aquel festival o en el siguiente – la memoria del Fisgón es un resumidero temporal – estoy en el centro de la Capital, impresionado por una fauna humana que no alcanzo a ver en mi ciudad, y al subir a un cole que me lleve a un partido del GB, tal vez a Morón, escucho del fondo un tarareo familiar. Cuatro o cinco chicos y chicas ocupan la última fila mientras van cantando: “Todas las mañanas, voy a trabajar…” Apartado de las grandes redes de difusión, vinculado a la rebeldía juvenil, el rock nacional crece a paso incierto pero fecundo, crece en la calles de donde seguramente vino, en las voces de péndex suburbanos que saben la letra y afinan mucho mejor que yo.
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No hay épocas pródigas a salvo de contradicciones y oscuridades. Del film mencionado al principio recogemos íconos de un tiempo que pueden reclamar para sí la consolidación de lo joven como una condición diferenciada, cuyas identidades ideológicas y existenciales comienzan a tomar forma, y de un género que representa la segunda fase rockera, a partir de los Beatles y los Stones, y se distingue precisamente por atravesar las barreras genéricas buscando nuevos límites. Los términos que lo designan – música progresiva, psicodelia, cultura alternativa, Flower Power, hard rock, country, folk – aluden a los cambios generados y a los espacios que se abren en la conciencia colectiva. Tampoco es posible ignorar que después de Woodstock – agosto del 69 – hubo un festival de Altamont donde la guardia pretoriana de Los Ángeles del Infierno terminó acuchillando a un espectador negro. Y que el auge de esta secta significó un deslizamiento de la incipiente anarquía y el espíritu libertario propios de los easy riders a un oscurantismo violento y de rasgos cerrados. Otra mención merecen los crímenes del Clan Manson – también a mediados de l969 -, con una víctima célebre como la actriz Sharon Tate, mujer del director Roman Polanski. Pese a los esfuerzos de ciertos medios por darle a la figura de Charles Manson durante su cautiverio el cariz de un Mesías contracultural, símbolo de la decadencia del hippismo y los Chicos de la Flor, lo cierto es que su presunto carisma no convoca mucho más gente del grupo de alienados que lo sigue y ejecuta sus mandatos. El propósito fallido, además, de querer culpar a los Panteras Negras de su serie de crímenes, con pintadas color sangre, habla de una mentalidad escasamente redentora. Fueron, sí, sucesos de una década donde los acontecimientos se suceden y acumulan con el vértigo de un collage. Como la grabación del último disco oficial de los Beatles y una tapa que los muestra cruzando la senda peatonal de Abbey Road, con Paul descalzo, para seguir alimentando el chisme de su desaparición, y el anuncio de John: “El sueño terminó. Las mujeres de las plateas pueden hacer sonar sus alhajas”. (El montaje de las dos oraciones no debe atribuirse al propio Lennon).
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“Busco mi destino” es un suceso del cine independiente, una producción que cuesta unos cientos de miles de dólares y recauda millones y aún incluida en el subgénero de las road movie, estimula nuevas formas de filmar. Treinta años después, en l999, Fonda está a un pelo de ganar el Oscar al Mejor Actor por su protagónico en “El oro de Ulises” pero lo pierde a manos de su ex coequiper, Jack Nicholson. El oro de las Olimpíadas Moto-roqueras le llegará finalmente un día de agosto de 2019, con una precisión propia del mito y a caballo de una enfermedad terminal.
Su amigo y compañero de ruta , Dennis Hooper, parte unos años antes, luego de tomarse todo el whisky de los alambiques y de haber intervenido en películas perdurables como “El amigo americano”, “Terciopelo azul” y “Apocalypse Now”. Dicen que su fantasma recorre las calles neoyorquinas, deambulando en zig zag y comentándole a quien quiera oírle que es el padre del joven Rusty James y del Muchacho de la Motocicleta. O bien debe leerse: de Matt Dillon y Mickey Rourke, los actores de “Rumble Fish” (La ley de la calle).
A todo esto el Fisgón espera en la vereda un delivery que demora en llegar. Son las l2. AM del sábado l7 agosto del último año citado, fecha patria si se quiere conmemorar. Pero el Fisgón tiene hambre, como tantos conciudadanos, y en el delirium tremens que empieza a provocar su estómago vacío, cree ver la silueta de una Harley 500 que avanza conducida por el Capitán América. Son los segundos que dura un espejismo porque lo que está viendo es una Zanella 50 que transporta una milanesa con papas y conduce Leo, el cadete de la rotisería. A su lado se recorta la trompa de un convertible gris metalizado y pegado al asfalto, idéntico a una cupé BMW, que no tarda en tomar la delantera y pasa frente a su nariz como un huracán. Debe ser – piensa – la vanguardia de una corrida cambiaria.
En el gran país del Norte hay matanzas perpetradas por supremacistas blancos mientras Trump ofrece comprar Groenlandia para enfriar los ánimos y en este país del Sur, sigue el declive del gobierno más impresentable que puede exhibir la última democracia.
Con agua en la boca, el hombre que está solo y espera la vianda imagina que al fin cambia el viento y surgen, aquí y allá, otros sitios donde vivir y volver a soñar.