En los últimos tiempos, se produjo una oleada de denuncias de abusos, violaciones y acosos sexuales, gracias al cambio de paradigma que se viene fomentando desde el feminismo. A partir de la conciencia social y las denuncias ejercidas por algunas mujeres, otras pudieron extirpar lo que padecieron.

En colegios, por medio de las clases de ESI (Educación Sexual Integral), algunos menores pudieron hablar y manifestar que habían padecido algún tipo de abuso, en la mayoría de los casos, por parte del algún integrante del seno familiar.

La ley de Educación Sexual Integral fue sancionada en el 2006 por el Congreso Nacional, donde se estableció que todos los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a ser instruidos y educados tanto en las escuelas estatales como las de índole privado, sin distinción, sobre dichas cuestiones. Los menores deben ser preparados desde temprana edad, incluso en los jardines, para respetar y respetarse.

Dentro del programa no sólo se tocan ítems meramente sexuales, sino que se pone en tapete conceptos muchos más amplios, abarcando cuestiones biológicas, psicológicas, sociales, afectivas y éticas. Impulsa la responsabilidad sobre el cuerpo de cada uno y del otro, instruye sobre los diferentes cuidados para prevenir enfermedades de transmisión sexual e incrementa la igualdad de trato entre los géneros.

La etapa inicial, en los jardines, se da entre los tres y cinco años, donde por medio de juegos se les enseñan hábitos de cuidados personales y con los demás, la construcción de valores de convivencia y la expresión de sentimientos y emociones. A diferencia de lo que se piensa desde muchos sectores de la sociedad, los más chiquitos no serán instruidos para la colocación de preservativos, sino más bien, para el reconocimiento sobre sus propios cuerpos. Por medio de material didáctico, se promueve la conciencia sobre la importancia de que nadie tiene que tocarles sus partes íntimas. De esta forma, se comienza a trabajar para prevenir abusos y se los educa para no hacerlos, construyendo nuevas generaciones.

Por otra parte, en la primaria, los contenidos deben basarse en cuestiones de convivencia, el conocimiento de la diversidad de géneros y las distintas construcciones familiares que pueden variar en cada caso particular. En la última etapa que consta del periodo de la secundaria, se los instruye en anticonceptivos, formas preventivas de enfermedades de transmisión sexual, cuáles son y qué provocan. También se les informa sobre los órganos sexuales, su funcionamiento y las formas afectivas, o no, de relacionarse, ya que sería un error romantizar como única opción, las cuestiones sexuales.

En nuestro país, el 15% de los embarazos se dan en adolescentes, mientras que además, Argentina es la mayor portadora de casos de VIH en toda América Latina. Los casos de sífilis se triplicaron entre el 2011 y 2017, dejando completamente en evidencia la necesidad que acarrea la sociedad de una buena educación sexual.

La educación sexual en Argentina, si bien se encuentra sancionada, no se cumple en todas las escuelas. Más bien, se da de forma intermitente y no atraviesa cada una de las etapas y propuestas educativas establecidas por la ley 26.150. Desde el 2006, su efectividad enfrenta a problemas presupuestarios, carentes capacitaciones, el derrumbe de un tema tabú y la resistencia por parte de algunos sectores sociales conservadores.

Una buena educación sexual, propuesta desde la raíz de la construcción de un ser humano, tanto en colegios como desde la familia, lograrían un gran cambio generacional y fundarían adultos más responsables, más instruidos y menos violentos. Educar para poder decidir.