El rodillo vuelve a deslizarse sobre la espuma que cubre el vidrio. Abre una franja más ancha. Del otro lado una claridad creciente rodea la mesa ocupada por cuatro chicas que parecen volver de la noche.

Belén, con el mentón apoyado en una rodilla, contempla la botella de Coca y el tercio de Fernet antes de la cabeza de Fanny, que oscila entre el sueño y la resaca de una noche bebida y aun así, se sirve otro trago como si fuera una tarea que alguien le ha encomendado.
– La última vuelta y terminamos – dice, con voz queda.
– No es necesario terminar – dice Belén, con sus ojos bien abiertos.
– ¿Para qué vamos a pagar algo que vamos a dejar? – pregunta Fanny, vaso en mano.
– Se lo dejamos a Papá Noel, que viene con sed – replica Belén y mira como Blanca sonríe apenas.

Las tres, junto con Alicia, están sentadas en la vereda de uno de los pocos boliches abiertos a esa hora. Amanece y la luz que invade la calle ilumina el rezago de la Nochebuena. Fanny se acomoda el gorrito alusivo, rojo, con un pompón blanco, y enciende un cigarrillo. Tres perros callejeros ladran al paso de los coches que aun circulan. Alguien toca una bocina, alguien grita un saludo inentendible.

El celular de Blanca suena bajo. Blanca lee en el visor.
– ¿Tu príncipe azul?- pregunta Alicia
– Diego, te digo, es mi príncipe negro – replica Blanca.
– Sin embargo, yo los vi en el boliche bastante enganchados. Vos estabas a punto de comerle la boca.
– Te confundiste de boca o de chica – dice Blanca.

Belén la mira en silencio. Blanca responde. Sus ojos son grandes y claros y tiene las cejas pobladas. La piel de Blanca es como su nombre.
– Yo no entiendo – dice Fanny – . Ustedes se enganchan, curten, se pelean, se arreglan, vuelven a curtir… ¿No se cansan de tanto movimiento?
– Error, gordi- dice Alicia-. En el movimiento está el placer.
– Te saco un pucho – le dice Blanca a Fanny, para agregar: No le hagas caso a esta bardera.
– Dejame sacarte una foto – dice Belén esgrimiendo su celular con cámara incorporada.

Blanca adelanta su boca dibujando un mohín con sus labios.

Belén oprime el pulsador un par de veces.
-Ahora una toma de tu corpiño nuevo.
-Ay, no, ¿me vas a hacer una porno?
-No, tonta, solo el soutien con el logo.
-¿Soutien con el logo? ¿Y vos como sabés?– pregunta Alicia.
-Porque me lo mostró al ponérselo. Blanca estrena corpiño y tanga.
-Chicas, huelo olor a torta – dice Fanny con el vaso en la mano.
-Torta las pelotas – replica Belén -. Dale de una vez, Negra.
-Soy Blanca, tonta.
-Bueno, Blanca – dice Belén, condescendiente.

Blanca desabrocha los botones de la pechera de su vestido, que simula una casaca negra y una camisa blanca cuello Mao. El sostén es blanco y contiene un par de lolas de acabado diseño, con la marca de una hoja verde del lado izquierdo.

El plano es sobrio ya que apenas muestra el breve nacimiento de los pechos. Belén oprime un par de veces y luego besa a su amiga en la mejilla.
-¡Que se besen! – grita la gorda Fanny.
-Boluda, acabo de hacerlo – dice Belén.
-No, yo digo un pico, en la boca.
-Basta – dice Blanca. Fumate un pucho, le dice a Belén alcanzándole un Phillips. Uno solo.
Belén da una seca profunda sin dejar de mirar uno de los ventanales del minimarket. Un rodillo empapado en detergente recorre el vidrio, del lado de adentro. Belén ve un brazo que sostiene el rodillo y luego un cartel con la inscripción “El Ave Fénix- Limpieza y Desinfecciones”.
– ¿Qué te llama la atención? – le pregunta Blanca.
– Nada, malos pensamientos – dice Belén, que fuma con avidez.
– Se quedó pegada al soutien – dice Fanny, mordaz.
– La cortás con eso, boluda. No me quedé pegada a nada. Estaba pensando en el laburo de mañana.
El tono de Belén fue drástico y un hueco de silencio se hace sobre la mesa. Los roces con Fanny son frecuentes porque parecieran dirimir una supremacía sobre la conducción del grupo. Pero además Fanny pertenece a la clase media alta y Belén es la única que puede calificarse de laburante en sentido estricto.
-Belén, no te calentés – dice Alicia-. Vos sabés que jodemos tal vez porque nos da envidia el cariño que vos y Blanca se tienen. Pero nada más.
-Okey. Pasa que fue un mal cruce porque yo justo pensaba en el yugo y esta me tira con más torta.
-Chicas, vamos a la Flora – intercede Blanca, que parece ajena a la conversación.
-¿A la Flora a esta hora?
-¿Y cuándo sino, nena?
-Ay, dale, yo me anoto – dice Belén., para agregar: “Allá está mi estrella”, señalando una luz brillante que titila en el cielo hacia el noreste.

Los faros de un auto se recortan a lo lejos. Parece un Peugeot modelo reciente.
Blanca cruza la calle y se pone en pose de stop mostrando una de sus piernas por la mini entreabierta. Belén va detrás.
El Peugeot frena con dos chicos adentro. El diálogo es rápido.
-Vamos a la Flora, chicos – dice Blanca poniendo cara de gatúbela -. ¿Nos acercan?
-Seguro – dice el chico que asoma su cabeza por la ventanilla derecha-. Y hasta podemos acompañarlas.
-Tanto, no – dice Belén -. Conocemos el lugar.

El flaco sentado al lado del conductor abre la puerta y amaga bajar pero Belén es más rápida y ya está sentada atrás, dejando espacio para que Blanca la acompañe.
El flaco al volante arranca haciendo patinar las gomas. Tiene anteojos oscuros y una cara afilada que apenas se deja ver. El diálogo es banal hasta que su acompañante –autodenominado Wimpi – saca una cámara de la gaveta y comienza a hacer clic. Sus primeras tomas son sobre el rostro de Blanca. Luego baja el objetivo y le pide a Blanca, sentada casi en el medio del asiento doble, que abra sus piernas.
-Escuchame – dice ella. ¿Qué me querés sacar?
-Un toque sensual –dice Wimpi-. Nada más.
Y extiende una mano con la intención de separar las rodillas de Blanca.
– Pará, chiquito – dice Belén mientras agarra la mano del flaco y la dobla hacia arriba-. No estamos en oferta.
El conductor frena con brusquedad. Antes de que pueda girar, Belén lo sujeta levantando el cinturón de seguridad hasta rodear su cuello. Wimpi vuelve a sacar fotos.
-Boludo, dejá la máquina y sacame a esta de encima – dice el conductor.
Blanca abre la portezuela derecha y Belén le grita que baje. Detrás, con un puñetazo de Wimpi encima, salta ella. Quiere seguir a Blanca pero una fuerte puntada en la base de la espalda la hace caer. Su amiga retrocede, la levanta y juntas corren como pueden. Los tipos, que amagaron bajarse, finalmente arrancan y se van.
Belén se sienta contra el tapial de una casa con techo de pizarra. Blanca la sigue.

La cara de Belén luce desencajada por el dolor.
-¿Adónde te pegó? – pregunta Blanca-
-Atrás. Pero no es el golpe lo que me duele. Son los cálculos.
-¿Otra vez? ¿No fuiste al médico?
-Fui. Me tengo que operar.
-Te tenés que operar pero vos ni bola.
-Dame una pastilla, cualquiera.
-Tengo Ibuprofeno.
-Dale.

Blanca saca una tira de tabletas de su cartera y le alcanza una a Belén.
– Ahora dame un pucho.
-¿Vas a fumar en el estado en que estás?
-No tiene que ver. Sacá uno de mi bolso.

Blanca toma el atado de Lucky, coloca un cigarrillo en la boca de Belén y se lo enciende.
Luego saca un pañuelo de su carterita y seca el sudor de su frente. Está casi arrodillada sobre ella, debajo de un cielo azul y límpido, de los primeros rayos del sol.
Casi el mismo sol que media hora después entibia su descenso por la escalera que conduce a La Flora. Curiosamente, por el día, la playa está despoblada.
Antes de llegar abajo las dos se detienen y se apoyan sobre la baranda de cemento.
-Tu estrella todavía brilla – dice Blanca, mirando hacia el este.
-Brillará mientras yo esté – dice Belén.

Anclado en medio de la corriente, frente a la playa, hay un carguero de nombre indescifrable.
-Me gustaría subirme a ese barco y llegar a alta mar – dice Blanca, mientras pita del pucho de Belén.
-¿Y los maringotes?
-Que se diviertan, pobres. Pasan tantas cuarentenas a bordo.
-Solo tenés que nadar un tramo.
-¿Vos creés que puedo llegar?
-Blanca, ¿vos no cruzabas a la isla en una época?
-Sí, pero estaba en mejor estado. Ahora mucho escabio, mucho faso y nada de ejercitación.
-Si querés, llegás. Adonde te lo propongas.

Blanca arroja el pucho y mira el rostro de Belén, sus ojos súbitamente encendidos. Cuando Belén, un segundo después, le devuelve la mirada, ella le dice “Feliz navidad”, acaricia su mejilla y las dos cruzan sus labios en un beso prolongado.
-Sabés que te quiero –dice Belén.
-Mejor no digamos nada – dice Blanca y tapa su boca con una mano.

Belén entra al local por la puerta del costado. Lleva un bolso tejido y el mismo vestido de hombros descubiertos que usaba la noche anterior.
Una vez adentro, deja el bolso sobre la barra y saca el celular con la máquina tomavistas.
Mira el sostén de Blanca, el brote de sus pechos y algo de pelo que le rodea el cuello. Luego, sobre la arena, aparece Blanca boca abajo, de cuerpo entero, y con marcas del sol sobre sus hombros. El ojo de la cámara recorre su espalda, desprovista de breteles, y sus nalgas apretadas, poco prominentes, debajo de la tanga. Hay un murmullo de voces que no alcanza a escucharse. Lo único nítido es la voz de Blanca cuando gira su cabeza y dice:
-No me jodás, Negra. Diego es mi novio y vos sos mi mejor amiga. ¿Qué querés? ¿Qué me trague el agua del río?
Belén se pregunta el por qué de esa imagen tan abrupta mientras ve que Blanca se para y camina hacia el agua, las piernas largas y delgadas moviéndose con cadencia. Su cuerpo se achica a medida que se aleja. Una ola de calor invade la playa y dispara en Belén un impulso simultáneo. Ve a Blanca parada al borde del agua, vuelve a ver su cuello fino y descubierto, las manos en su cintura.
Las últimas tomas son de las orlas de espuma que llegan a la costa y atrás, el perfil del carguero anclado.
Belén saca una botella de detergente y lo echa en un balde lleno de agua hasta la mitad. Luego busca un rodillo. Antes de caminar hacia una de las ventanas mira al espejo que está detrás de la barra y algo llama su atención.
Deja el balde y revuelve el interior del bolso hasta dar con un sostén, idéntico al que tenía puesto Blanca. Baja los bordes de su vestido y luego de levantar unos segundos sus pechos con ambas manos, se coloca el sostén abrochándolo por detrás. Deja caer el vestido al piso y se pone el uniforme de fajina, con “El ave Fénix” estampado en la espalda.
Sube a una escalera y pasa el trapo húmedo de detergente por el vidrio de la ventana. Cuando el vidrio está totalmente cubierto, toma el rodillo y comienza a descubrirlo en franjas parejas. Del otro lado, en la vereda, tres chicas rodean una mesa encima de la cual hay una botella de Coca y otra de Fernet.
Reconoce a las dos chicas que hablan entre sí y pueden ser Alicia y Fanny pero la tercera, de calzas negras y pies de piel bronceada sobre la silla desocupada, no se parece a Blanca.
Se parece a una chica morena que amanece en la mesa de un minimarket.