Grisóstomo, el poeta suicida, procedió de una manera típicamente masculina: se obsesionó patológicamente con una mujer, que al fin no le correspondió, es decir, lo ignoró olímpicamente (¿podríamos decir que fue despachado a la friend-zone? ¿ese abstracto sitio creado exclusivamente por los hombres para los hombres?). Como ya dijimos y sabemos, un hombre raramente puede soportar la indiferencia de un ser que considera menos que él –aunque en sus poesías la eleve a ángel, o a flor, o a monárquica princesa.
La voluntad -unilateral- del hombre de amar a una mujer, suele ser razón suficiente para que aquella se arrastre a sus pies. ¿Cómo no amarme a mí que tanto te adoro, que tanto te amo, que doy la vida entera por ti…?
Funeral de Grisóstomo
Su último escrito salvado del fuego, al que estaban condenados todos sus papeles puestos alrededor del muerto, como si su poesía fuera su sarcófago o su condena, tiene todas las características que revelan su nombre, “Canción desesperada”, que posee las características de la poesía redentora: busca la expiación, ganar sobre el amor perdido en el papel, ya no en vida. Este es el lado bello de la poesía, el efecto terapéutico para el autor, la sublimación de su desesperación, el embriagamiento del que lee. Pero su lado mezquino queda expuesto: es una defensa del amador, una infamia para el amado. [5]
Ese cuerpo, que con piadosos ojos estáis mirando, es el de Grisóstomo, único en ingenio, solo en la cortesía, dice su amigo y albacea Ambrosio. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dió voces a la soledad, sirvió a la ingratitud. Alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cuál dió fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes…
En pocas palabras, sucede un juicio en que una sola de las partes tiene voz. Pero a todo esto, aparece Marcela en persona, para poner a todos en su lugar:
«Ambrosio: -¿Viene a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida, o vienes a ufanarte en las crueles hazañas de tu condición…?
«-No vengo, oh Ambrosio, a ninguna cosa de las que has dicho –respondió Marcela-, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan…
«Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. […] Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? […]
«Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad.
«Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino?
«Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! (explicación sobre el histerismo) Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito».
«El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera.
«Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.» [6]
Este descaro, para colmo, no tuvo al instante consecuencias morales, como podría esperarse: un hombre que lea aquello podría soportar esta larga disertación sobre el amor libre, el derecho de una mujer a la soledad y autonomía, si en el siguiente acto un rayo celestial castigase a la insurrecta, agitadora, sediciosa y alborotadora.
Suerte para ellos -y gracias a ellos-, el noventa por ciento de la población femenina era iletrada por aquellos días; ¿qué ideas secretas podrían sembrar estas palabras en una hija o esposa, que se entere que no solo una mujer vivía a su manera, libre; y que, para colmo, esa joven no padeció consecuencias de tales actos subversivos?
Cervantes puso en boca de Marcela, una pastora del siglo XVII, semejante oprobio que adolece de anacronismo: Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos…
Relacionar las palabras de Marcela únicamente con un feminismo actual a la orden del día, extemporáneo, una valía del género femenino del que no se esperaba nada, es tergiversar y al mismo tiempo limitar los alcances de la circunstancia: quién habla aquí, es un despertar de la inteligencia misma, una batalla contra la manipulación humana, contra el rumor social, contra la calumnia naturalizada, pero no en nombre de la verdad objetiva, o de la Humanidad, sino de la libertad individual, el derecho a elegir el propio camino a pesar de las convenciones.
No es una enseñanza moral sobre el deber o los deberes del hombre (a la hora de amar, por ejemplo) a la manera francesa, sino al respeto de las decisiones de vida, cualquiera sean estas. Si Grisóstomo quiso amarla, escribir sobre ella, idealizarla, matarse, allá él; pero no puede trasladarse la culpa a la persona aludida, creada por él.
La excusa de Cervantes, como dijimos al principio, es ilustre y genial: todo lo disfraza de parodia, con humor, sarcasmo, ironía y escarnio. De todo se burla a través un recurso llamado ficción -y metaficción también- que él modificaría para siempre, hasta llegar hasta nuestros días.
Bruno del Barro
[5] Ya que quieres, cruel, que se publique
De lengua en lengua y de una en otra gente
Haré que el mesmo infierno comunique
Del áspero rigor tuyo la fuerza,
Al triste pecho mío un son doliente…
[6] La refutación de esta tesis, su perfecta antítesis, puede encontrarse aquí:
-“El falso feminismo de la pastora Marcela en el Quijote de Cervantes”
–El discurso de Marcela en el Quijote (I, 14), Miguel de Cervantes, Quijote [1605], I, 14: El discurso de Marcela.
El profesor español Jesús G. Maestro niega rotundamente el feminismo de Marcela, a su parecer manipulado por las posmodernas, por “irreal, idealista y metafísica”. Maestro no tolera esta tesis anacrónica de un feminismo feudal; sin embargo, sospecho una antipatía preexistente y quizá personal con el feminismo de la cuarta ola.
Como digo, Maestro critica la actualidad que extraen de un discurso muy lejano, sin embargo, él mismo realiza un análisis exigiéndole a Marcela (a Cervantes) criterios sartreanos y de materialismo histórico a un texto ligero del 1600. No obstante, es una autoridad y sabe de lo que habla:
«“Yo nací libre”. ¿Nació libre? ¿Desde cuándo? ¿Libre de quién? ¿Libre de qué? ¿Libre de mantenerse a cargo de su tío el beneficiado (de los diezmos que la Iglesia cobra a los demás), y de las rentas heredadas de sus propios y ricos padres? ¿Libre de determinaciones biológicas, sexuales, sanitarias, económicas, cronológicas, políticas y étnicas? No cabe mayor idealismo, ni más seductor, que afirmar acríticamente que uno, o una, “nace libre”, como si fuera posible nacer al margen de un Estado, que antes de veinticuatro horas ya ha registrado tu nombre en el Juzgado de tu municipio, o de la Iglesia católica, que en unos días hace lo propio registrándote en el código de los bautizados en Cristo, incluso en aquellas sociedades que, naturales, como numerosas tribus de primitivos contemporáneos, carecen de Estado que los civilice. ¿De qué libertad habla Marcela, sino de la libertad de los sofistas, de los que convencen con argumentos falsos? Y no satisfecha con la primera afirmación, insiste en que “para poder vivir libre” escogió la “soledad de los campos”, como si en la soledad fuera posible ejercer libertad alguna, y como si en un mundo montaraz y asilvestrado, ajeno a la sociedad política, hubiera más y mejor libertad que dentro de un Estado de Derecho. Marcela pretende constituir ella sola una sociedad natural en la que ella misma es el único miembro. Es la clase única formada por un solo elemento. El conjunto unívoco.»