Por Daniel Briguet         

  1- EL MIEDO ES EL MENSAJE

 Una voz en el teléfono siempre encierra un margen de sorpresa pero la sorpresa es mayor si la voz se anuncia diciendo: ¿Y vos, quién sos? Pregunta casi existencialista, de ribetes metafísicos, que no se puede evacuar en los escasos segundos de que dispone el interlocutor. “Yo soy yo” podría replicar, en un alarde; tautología que difícilmente proporcione la información requerida. Queda la opción de tomar el mensaje como el flash de un lunático y seguir con la lectura de “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, novela de Philip Dick que sirvió de base argumental a esa notable película titulada “Blade Runner”. Pero el riesgo está en que la presunta lunática – porque se trata de una voz femenina – reitere la llamada.

El interlocutor – cuya identidad el lector ya debe haber registrado – trata de pisar firme en el terreno virtual del celular. No es una tarea fácil ya que una pisada virtual es y no es a la vez. Pero al fin consigue un dato de relieve que lo ubica en el contexto de su plática alucinada. El dato es que la mujer llama debido a que, desde hace un tiempo, su celular se ve afectado por mensajes vacíos, fragmentos de fotos y otros factores de ruido (ruido, en la teoría de Shannon, es lo que entorpece la comunicación). Lo curioso es que este cúmulo de incoherencias parecen provenir del celular del interlocutor Uno. Curioso pero no inexplicable. Ocurre que Uno perdió hace tiempo su celular y para salir del paso – virtual o real, lo mismo da- alguien le prestó uno usado. Dato lateral: Uno tiene cierta dificultad en familiarizarse con el nuevo aparato, sobre todo cuando tropieza con la lista de números agendados del anterior usuario. El nerviosismo que le despierta la tecnología digital suele ir en aumento y estallar en verdaderos accesos de pulsaciones (pulsaciones de la botonera, claro).

  Cuando Uno cree que está en condiciones de explicar el equívoco planteado – con seguridad, al rastrear un número pulsa sin querer otro y manda esos inescrutables mensajes vacíos – vuelve a tropezar con la desconfianza de su interlocutora, quien arrancó destemplada y sigue peor. En el trajín, Uno advierte que la mujer debe responder al apelativo de Cynthia Peluque, abreviatura elegida por la usuaria anterior (otra mina) para identificar a su peluquera, como suelen hacer los jóvenes actuales. No está demás recordar que a fines de los 70 el informe Nora- Minc, presentado al presidente francés Giscard D´Estaing,  preanunciaba que en el universo informático el lenguaje tendería a empobrecerse, tornándose más breve y rústico. Hoy a nadie le sorprenden mutilaciones del tipo de “Buen fin de” en la creencia de que lo que importa es comprimir.

Volviendo al relato, si se puede decir así, el tono destemplado de Cynthia Peluque sale a relucir cuando pronuncia la palabra “denuncia”. A raíz de las interferencias reiteradas en su línea, la presunta peluquera alega haber hecho una denuncia formal ante las fuerzas de seguridad. ¿Y por qué no me llamó primero? – piensa Uno, mientras gruesas gotas de sudor recorren su frente. Ahora está metido en un matete que puede cobrar visos de asunto policial. Para peor, recuerda sus antecedentes como producto de una detención que sufrió a los l4 años al ser sorprendido espiando a la vecina del cuarto A mientras cambiaba sus medias transparentes. Pero, ¿el voyeurismo era delito? ¿Y cómo me van a detener por mandar mensajes si lo hago contra mi voluntad?

Uno formula estas reflexiones después de haber cortado ya que el diálogo con Cinthya Peluque no daba para más. Siempre dispuesto a la reflexión, descubre que en el estentóreo “¿Quién sos?” de su interlocutora resuena la perplejidad y la irritación que despierta en un habitué de las redes virtuales la irrupción de un extraño. Hubiera bastado que él se identificara de cualquier manera y diera una dirección supuesta para conformar a la demandante. De otro modo, su condición rara pasa a ser fuente de sospecha, intriga e incertidumbre. Si la red digital asegura un plus de información cuando funciona correctamente, propone una cantidad  proporcional de desconocimiento cuando no lo hace. Tal vez Cynthia Peluque pasó noches enteras de desvelo pensando en el acoso de un psicópata y en sus derivaciones. Fantasía del todo fraguada porque, ¿qué sugiere en realidad un mensaje vacío que no dice nada?

  En estas disquisiciones se encuentra cuando vuelve a oír la música de Ennio Morricone que hace de llamador en su celular.

 Atiende tembloroso, con un tímido “hola”.

  “¿Quién sos? – interroga una estentórea voz masculina.

Uno está a punto de admitir que él en realidad no es, como le gustaba a Parménides, pero se arrepiente a tiempo.

 Descubre así que la voz pertenece a un tal Ricardo Rubén, quien estaría ligado a Cinthia Peluque y revela que desde hace unos tres meses la vida de ambos es un flagelo porque reciben inopinadamente mensajes de texto vacíos y facsímiles de figuritas Starosta. “Te advierto que hicimos la denuncia” completa RR y “te  están investigando”.

   Uno no puede seguir escuchando. Sale al pasillo que conduce a su casa con la camisa mojada por gotas (de sudor). En un bolsillo de su pantalón lleva la Browning nueve milímetros  que le regaló su amigo Juanjo.

  2- TODOS SOMOS REPLICANTES

Uno mira hacia la puerta de entrada y no nota nada anormal. Solo la calle cuadriculada por los barrotes de la reja de hierro. Pero al volver su vista, siente que se enfría el sudor que lo empapa. El pasillo que debería terminar unos metros más atrás, en el departamento 4, se extiende indefinidamente hasta un punto que no logra precisar.

 Uno avanza y advierte que la edificación que lo rodea es cada vez más ruinosa, con ventanas sin vidrios y puertas de madera carcomidas por la intemperie. También grafittis en las paredes como “Fanny, te amo” y “Montoneros, La Patria Socialista”.

A la altura del depto número 44, escucha ruidos de cosas que se mueven y pasos sobre el piso. Empuja la puerta entornada y aparece una muchacha que solo viste un pantalón pijama. Es bonita, de  contextura menuda y pechos breves y duros como las tetitas que entusiasmaban a Uno cuando tenía l4 años.

– Hola, ¿quién eres?

– Mi nombre es Rachel y vengo en misión especial. Estoy tratando de hacerme un lugar entre los trastos.

 – ¿Por qué justo acá? Tiene que haber lugares más confortables.

 – No sé, después de la Gran Guerra no quedó prácticamente nada en pie. De todos modos, elegí el 44 porque el 48 es el muerto que parla,

 – ¿Y cuál es tu misión ¿– pregunta Uno, en medio de una llovizna persistente que cubre la piel de Rachel como si fuera purpurina.

 Ella chupa brillos de su antebrazo y luego los escupe, en un gesto sensual.

-¿Crees que es llovizna? No lo es. Es polvo radiactivo de la constelación de Orión, donde siguen los combates.

-Seguían cuando se filmó la película o tal vez antes.

  -¿De qué película hablas? No deberías estar afuera porque corres peligro. Vuelve a tu cubículo.

 -¿Peligro de qué?

 – Hay seis replicantes sueltos del Modelo Nexus 6. Mi misión consiste en dar con ellos y liquidarlos. No responden a sus mandos artificiales.

– Y tú, ¿qué ganas con eso?

– Gano dinero. Me pagan cinco mil dólares por cada replicante muerto.

– Es buen negocio. Cobran al venderlos y luego al matarlos.

 – Todo es business, chico. Lo que ves como avance tecnológico en realidad son saltos del mercado.

  – ¿No quieres una chaqueta? Te puede dar una congestión con este clima.

  – Okey, ve a buscarme una.

  Uno vuelve sobre sus pasos y al escuchar algo así como un cerrojo, da la vuelta. Rachel lo está apuntando con una pistola de rayos ¿Será también una androide? Uno comienza a correr. Suenan los primeros disparos, silbantes, electrónicos, cuando Uno escucha el llamado de su celular. Pero este es de verdad y logra despertarlo de un sueño muy denso. Seguramente, cansado como estaba, se durmió mientras leía. Uno, aliviado, acostado en su cama atiende la llamada.

-¿Quién sos? – pregunta una voz femenina idéntica a la de Cynthia Peluque.