De un tiempo a esta parte el discurso sobre el genero y sus vicisitudes viene invadiendo mal todos los lares del mundo periodístico, editorial y mediático de todo tipo que sea.

    Muchos (la mayoría diría) aplican el razonamiento de que cuando uno habla de género, de hecho, está hablando de las vicisitudes sobre el género femenino y todo lo que tenga que ver con la femineidad.

    Comparto con Eva Giberti (psicoanalista de posta, si las hay todavía) que hablar de género en general para suplantar y/o reemplazar el nombramiento del género femenino sigue siendo una forma más de invisibilizar todo lo que tenga que ver con la mujer, con la entidad mujer en tanto tal, ya que es una forma de no hablar sobre lo femenino ni sobre la mujer sino sobre el género a secas.

    También es una forma de invisibilizar a los otros géneros con una intención de borramiento absoluta respecto de los otros sexos que sea: masculino, transexuales, bisexuales, homosexuales  y etcétera. Hay tantos géneros como tantos sexos haya y no hay un solo género al que remita todo lo pertinente a la femineidad.

   El género femenino es uno, el género masculino es el otro. En el medio hay multiplicidad de géneros atravesados por la sexualidad diversa que constituyen lo que se llamó el movimiento gay trans y lesbianas, es decir, todos los que no son ni masculinos ni femeninos en el ámbito de la heterosexualidad pura. También existen los hermafroditas, casos raros si los hay, en donde biológicamente son portadores de los atributos de ambos sexos (masculino y femenino a la vez), de ahí que elegí llamar a esta nota como los cromosomas del hermafroditismo: XXY.

    Estamos en una sociedad exclusiva cada vez más violenta (“incluite siendo exclusivo”, rezaba un grafiti, para nada equivocado, como pasa, en general, con los grafitis) y por más que muchos se esmeren en hablar con la e en lugar de con la a o con la o (el todes, nosotres, ningunes, etc. ya vuelve ininteligible cualquier tipo de discurso) la diferencia de clases sociales entre las cuales prima la violencia y la diferencia entre los géneros entre los cuales la violencia se ejerce, siempre, sea como sea, siendo el patriarcado el que ejerce la violencia principal y establece los cánones de funcionamiento del resto de los géneros, la violencia vincular sigue primando antes que la tolerancia y el entendimiento entre los seres humanos diversos.

   El caso de Carlos Orellano, asesinado a golpes por personal de seguridad por no tener puesta una pulsera de 200 pesos en el VIP de un boliche bailable, da cuenta de que la intolerancia socioeconómica reina, la cantidad de feminicidios que abiertamente inundan los diarios y revistas y medios de prensa de todo el país, todos los días, la cantidad de muertos a balazos (al mejor estilo de la Chicago argentina) por “ajuste de cuentas” entre bandas narcos, revelan que la violencia reina en esta sociedad, sea como sea, y más y mejor aún en las grandes ciudades.

    La violencia en contra de la mujer, nada más que por ser mujer, en tanto crimen de odio, queda entonces y así, sepultada bajo el criterio de “la violencia de género” en tanto los grandes travesticidios encubiertos y fomentados bajo los regímenes fascistas al mejor estilo Piñera, Trump o Bolsonaro, quedan silenciados, los grandes asesinatos de mujeres militantes en favor del medio ambiente, los homicidios grupales en contra de personas gay o lesbianas, en fin, todo queda borroneado y encubierto bajo la tan mal llamada “violencia de género”.

    El sistema patriarcal es acorde al sistema capitalista, es el sistema que el capitalismo necesita para ejercer su más pura violencia. En ese marco, ser hombre no es para nada fácil, no alcanza con tener pito, hay que demostrar una potencia socioeconómica acorde al imaginario social que sostiene  la masculinidad, ser mujer mucho menos, cuando hay multiplicidad de mujeres solas, sostén de hogar, trabajadoras y con hijos a cargo. El sistema está hecho para que el capital sea el que mande, antes que nada, y como dijo Carlitos (que no es Menem sino Marx) el tema es quién es el que tiene el capital, ese es el que manda y ordena. Históricamente y desde la prehistoria fueron los hombres, los masculinos, con la inclusión de la mujer al mundo del trabajo afuera de la casa, ese lugar se está corriendo desde lo histórico, lo social y lo político, lo cual enfurece a multiplicidad de hombres que terminan asesinando lisa y llanamente a sus cónyuges o a sus ex cónyuges en una relación vincular del tipo “o ella o yo” en donde los dos juntos, en tanto compañeros de ruta, son ininteligibles. Así los noticieros revelan muchas veces femicidios  propios de la edad de piedra en donde, tal cual reza una comedia francesa, el victimario sostiene “la maté porque era mía”.

    Estamos en una sociedad violenta en donde la diversidad es mal vista, sobre todo el emergente sexual diverso, hay tantas violencias de género como tantos géneros haya y entonces, creo, y a mi entender, que sería preferible hablar de violencia en contra de la mujer, de violencia en contra de los travestis, de violencia en contra de los homosexuales para pasar a denominar en un lenguaje mucho más específico y revelador, quién ejerce violencia en contra de quién, con qué criterios y sobre qué mandatos sociales y cuál imaginario socioeconómico.

    El patriarcado reina, es cierto, entre otras cosas porque no hay ningún otro modelo (Rita Segato) al menos todavía, y si bien el colectivo femenino ha salido a las calles como el movimiento principal (sobre todo en lo que respecta a la ley de aborto seguro, legal y gratuito), hay otros colectivos sexuales que pertenecen a otros géneros y que están mucho o más violentados incluso que el género propiamente femenino.

La ley de matrimonio igualitario sancionada en   2010  terminó con una realidad abiertamente injusta: las parejas de  personas homosexuales que convivían durante años, cuando una moría, a la otra la heredaba la familia nuclear original (padre, madre y hermanos o sobrinos), nunca lo heredaba el cónyuge porque si bien era cónyuge en la práctica para la ley no existía en tanto tal. Entonces venían los parientes del fallecido y de una patada mandaban al cónyuge homosexual a la calle y se quedaban con todo lo que estaba a nombre del muerto. Esto ocurrió durante muchísimos años hasta que salió la ley de matrimonio igualitario en donde uno de los cónyuges hereda al otro porque ya son un matrimonio instituido y reconocido por la ley. En esta perspectiva también el divorcio de parejas igualitarias es reconocido  en  la división de bienes por la misma ley ya que fehacientemente son o fueron hasta ese momento un matrimonio legal.

    Asimismo la inclusión de personas trans en el cupo laboral de las empresas y/o instituciones, sean éstas privadas o estatales, da cuenta de una realidad laboral aberrante hasta el momento: casi todos los trans estaban condenados a ejercer la prostitución como medio de vida para poder auto sustentarse (con el agravante de que, en general, la familia nuclear los expulsa del hogar siendo adolescentes); no tiene nada que ver la identidad de género ni con la sexualidad biológica real ni con la capacidad intelectual e idoneidad laboral de las personas, son cosas que van por caminos diversos, a pesar de que la discriminación reine. Así como existió en muchas familias la “piecita del opa” en la sociedad se expulsó y repulsó tanto a los gays como a los trans, independientemente de su capacidad laboral e intelectual, tan sólo por la “facha”.

    Actualmente, el nombramiento de una persona trans a cargo del noticiero principal de la televisión pública da cuenta de un cambio de pensamiento que acompaña a la inclusión de la sexualidad diversa, tan expulsada y vapuleada por el resto de la sociedad….  Diana Zurco fue la  primera locutora trans egresada  del ISER en el 2014, quien  había trabajado como peluquera y manicura hasta entonces, habiendo sido víctima de bulling en el colegio religioso en donde estudió. Empezó en el 2014 a ejercer como locutora habiendo pasado por otros medios radiales y televisivos. Su nombramiento da cuenta de otra perspectiva de género, sino en toda la sociedad, en al menos quienes están ejerciendo el gobierno de este país.

En este marco, de más y mejores derechos para más personas, hay una política de derechos humanos que acompaña e insiste en hacer de esta sociedad tan violenta y exclusiva un lugar más hospitalario e inclusivo para los que no pertenecen a los cánones oficiales establecidos por el imaginario sociocultural.

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