Por Daniel Briguet

 

Esta nota se iba a titular “Chicos más o menos malos” a partir de una pequeña experiencia que suelo tener cuando salgo a caminar temprano por el barrio. La experiencia es cruzarme con tres gandules que circulan por el Boulevard y suelen volver por calle Alvear. Soy enemigo de catalogar a las personas por su aspecto o sus facciones pero estos flacos, que son muy jóvenes, tienen la virtud de irritarme. Tal vez porque, lejos de limitarse a circular, lucen cancheros y hasta provocativos, emitiendo en voz alta juicios sobre la gente que pasa a su alrededor. Son una versión en negativo de los Tres Mosqueteros, a los que suele agregarse una chica igualmente simpática, quien podría ser la versión femenina y oscura de D´Artagnan. Luego pensé que sería injusto ensañarme con vagos que, más allá de su ostensible mala presencia – y no estoy hablando de avisos pidiendo secretaria -, emergen de condiciones de vida que no dan chances para elegir. O dan muy pocas. Entonces se me ocurrió una segunda parte que daría cuenta, después de los “Chicos malos”, de otra clase agrupada en “Chicos no tan malos”. Hablaría aquí de jóvenes de “buena familia” y, a menudo, buena posición económica, que un día dieron el gran salto y mostraron la auténtica mugre que esconden ciertas apariencias. Accidentes fatales, crímenes o mayúsculos desmanes, lo mismo da.

Cuando llegué a este punto – el segundo minuto de mi breve reflexión – me topé con una figura que ya es una sombra. Y recordé casi de inmediato que, si la memoria no me fallaba, este año se cumplían veinte años de la salvaje embestida que el joven Sebastián Pira perpetró contra los cuerpos de Daniela Caruso (l6) y María Celeste Haiek (22) en la esquina de Oroño y Salta, acabando con la vida de ambas. Revisé mentalmente un poco más y advertí que, casi con seguridad, la tragedia tuvo lugar una madrugada del 2 de marzo de l997. Esto es como decir que los veinte años se cumplieron.

Veinte años sin ninguna pena.

Sebastián Pira piró, con las facilidades del caso, y cuando tiempo después la Interpol lo detuvo en Holanda, volvió a fugarse. ¿De la Interpol? ¿Un joven educado, al menos hasta que decidió cruzar la esquina mencionada en su Ford Galaxy a l30 kilómetros por hora? ¿Un joven sin experiencia de calle salvo la más perra que pudo cometer y ya era tarde? Señor juez, señores del jurado, familiares de la sombra: hablemos francamente porque esta no es una nota formal. ¿Corrió el dinero que permitió seguir al prófugo en libertad? ¿Corrieron las influencias? ¿Intervino el Mossad o una sucursal de la CIA? ¿La vida de un doble homicida, que abandonó a sus víctimas tiradas en la calle, valía más que la de dos chicas de condición común que salían de bailar del boliche Código K?

No quiero repetir lo que escribí en media docena de notas anteriores.

Solo agrego que, aquella madrugada, me tocó pasar por el escenario trágico una hora y minutos después de que ocurriera. Vi huellas impresas sobre el asfalto, frenadas de neumáticos y luego, manchas de sangre. No pude hablar con clientes del bar Ana Juana que vieron casi todo pero un mozo o encargado de limpieza me contó lo que sabía y no había modo, mientras lo escuchaba, de tornar creíbles sus palabras aunque sin duda lo eran ¿Cómo se puede transportar sobre el capot del coche el cuerpo herido de una adolescente durante una cuadra para arrojarlo en la esquina siguiente y seguir de largo? ¿Qué clase de chacal era capaz de semejante infamia?

Un joven de “buena familia” – según el abogado defensor – que no podía corromper su vida impoluta yendo a la cárcel junto a negros facinerosos. ¿Pero acaso la cárcel está hecha solamente para los negros y los pobres ¿ ¿O para los pobres negros?

¿Y si el fantasma del crimen llama a la puerta de una casa respetable?

Eso es terrible porque significa que el crimen puede estar entre nosotros, responden los voceros del Medio Pelo agazapado.

Y entonces el criminal puede llamarse Capozzuca, Adorna u otro apellido notorio, sin perjuicio de las causas que expliquen su conducta antisocial. De la “emoción violenta” y la situación atenuante, valuadas sobre todo cuando la piel del acusado es totalmente blanca.

Ignoro qué pasaba en el punto límite por la mente de Pira – me propuse más de una vez investigar la noche previa de aquel sábado y nunca lo hice – pero no hay que descartar que haya sido, también, el ejecutor de un doble crimen de género y por discriminación.  Entonces no se hablaba de violencia de género, hoy las señales  rozan la obviedad. Y en cuanto a la discriminación, además de la sexual, una sociocultural en el sentido más amplio: la embestida de Pira encarna la supremacía del fetiche materializado en el automóvil sobre los peatones – en este caso dos chicas – que caminan expuesto a cualquier maniobra de los ases del volante.

No hay que pensar que lo del temible conductor, más allá de aberrante, fue propio de un monstruo excepcional. Hay otros Pira en potencia circulando por ahí, orgullosos de sus bólidos, dueños de la calle mientras la ciudad duerme. Lo demostraron hechos posteriores.

La ciudad, de paso, no se conmovió más de la cuenta por algo que debería haberla estremecido.

El reciente premio Nobel de Literatura, Robert Zimmerman, compuso una canción por la muerte de Marilyn Monroe. La canción lleva el nombre real de la estrella y se pregunta por los verdaderos autores de un suicidio que no terminó de probarse. Se llama “¿Quién mató a Norma Jean?”. Estribillo que se repite variando la respuesta hasta llegar a los versos que dicen: “Fue la ciudad / la ciudad mató a Norma Jean”.

Obvio es decir que las palabras de Bob Dylan no representan un testimonio judicial sino una verdad poética.

Hoy podemos decir que los veinte años impunes no fueron muy necesarios porque nadie, durante ese lapso, se encargó de buscar o ubicar al prófugo. ¿O acaso en veinte años Pira no debió ver más de una vez a sus familiares directos? Hasta podría apuntarse que el doble crimen de Salta y el Boulevard se perfilaba como impune antes de perpetrarse. Y que, en medio de su demencia homicida, Pira llevaba ese indicio en algún rincón de su cabeza.

Finalmente hay un listado de aquellos que, por acción u omisión, hicieron su aporte a la construcción de un marco impune.

-El abogado antes citado, rozando la apología del delito (y todos lo que pensaron como él)

-El funcionario, magistrado o agente que escribió mal el nombre del procesado entorpeciendo la marcha de la causa.

-Los que, de modo genérico, miraron hacia otro lado.

-Las señoras que escribieron a diarios o hablaron por otros medios resaltando las virtudes intachables de Sebastián Pira (Como si un presunto intachable no pudiera matar)

-Los concejales que votaron el arbitrario tope horario de las cuatro de la mañana  para el cierre de boliches bailables exponiendo a Daniela y María Celeste – la embestida tuvo lugar alrededor de las cuatro y veinte – a un peligro que no hubiese existido si las chicas seguían bailando en el interior del local.

-La languidez de las fuerzas vivas en un caso que hubiera merecido algo más que la movilización de familiares, amigos y allegados.

Hoy Daniela y María Celeste –esas jóvenes mujeres que no vivieron la vida que merecían – descansan en distintos cementerios de la ciudad. En cuanto a Pira, la causa más densa y prolongada de las dos que se le abrieron prescribió hace tres años. Hubo un intento de prolongarla del que no tuve más noticias. Libre de proceso y de pena, Pira puede estar en Bangkok, en Marcos Juárez o saliendo de su casa.

En esta última posibilidad, se dirige hacia el auto que usa habitualmente. El lector no debe temer. No es el peligro sobre ruedas. Es uno más, de los varios que nos acechan.

 

 NB: La presente nota no tiene otro motivo que rescatar del olvido las historias de Daniela Caruso y María Celeste Haiek, a quienes aprendí a querer sin conocerlas. Como fue hecha sin consultar a Internet, me hago cargo de cualquier yerro informativo y, por supuesto, de todos los conceptos vertidos