Sangre volcada en la copa.

   Éramos muchos los que sabíamos.

   Éramos muchos los que lo sabíamos.

   Había sido la niebla dispersa sin ton ni son por toda la geografía del pueblo la que lo había llamado.

Ramiro Morales era tan sutil como el espesor de su propia sombra, tan predecible como las crecidas del río…

Tenía un hijo lobo, decían por ahí, un hijo “…de ésos que en los viernes de luna llena se transforman…”

Nadie se lo había tomado muy en serio, por lo menos hasta el momento, aunque había más de una leyenda desparramada por las orillas, ávidas de nuevos fantasmas para agregar a sus huestes, hartas ya de ahogados y pasados a cuchilla.

Decían que en los viernes de luna llena se lo veía, aullando siempre hacia el centro de la correntada, tal cual si hubiera salido de ella, tal cual si buscara en ella su propia madre pariéndolo, tal cual si ella tuviera la razón misma de su propio maleficio, tan ancestral como el instinto caníbal  que lo gobernaba.

Sangre volcada.

 La copa.

Una estrellada en el piso.

Un rayo de sol quebró en el vidrio de la ventana, revelando el espesor de la niebla, todavía pegada al suelo.

El pueblo.

 Vacío.

Ramiro Morales andando.

Perdidos en el horizonte lejano sus grandes ojos marítimos.

Ramiro Morales.

Uno.

Ramiro Morales.

Dos.

Ramiro Morales.

    Tres.

    Y que te estoy matando.

    Sangre volcada en la copa.

    Una más.

    Otra vez.

    Otra noche más.

     Ramiro Morales.

     Puñal de dientes.

     Clavado en la yugular.

     Sangre volcada.

     La copa.

    Otro sacrificio.

    Uno más.

    Ramiro Morales.

    Muerto por asalto.

    Y no tan de espalda.

    El grito despavorido.

    El aullido de dolor.

    El lobo.

    Otra vez.

    Andando.

    Sangre volcada por doquier.

    La yugular.

    Un tarascón mortal.

    La garra encendida y certera.

    Ramiro Morales.

    Ya no andando.

    Otra vez bajo el sol.

     Espectro sangriento de la muerte exhibido a la luz del día.

     El lobo.

     Puñal en el vientre… se arrastra…

     Otra vez a casa.

     Lejos.

     Allá donde dicen que habita.

     O dicen que habita cuando recupera su forma humana.

     Sangre volcada en la copa.

     Éramos muchos los que sabíamos.

     Éramos muchos los que lo sabíamos.

     Sangre.

     La copa.

     La niebla dispersándose…

     El lobo que ya no es lobo…

     Y el sol…

     Otro sacrificio…

     Uno más…