Si la sociedad no fuera lo que es, diría que pasar la vida panza arriba al sol, es una excelente alternativa. La vida posee tanto sentido intrínseco como para que no hacer absolutamente nada de ella, tenga sentido, y sea loable. Lamentablemente, la vida –la sociedad– exige más que esto. Nos exige hacer algo, hacer cosas –muchas, muchísimas–, ser alguien.

Me gustaría que esta nimiedad sea explicada más seguido a los niños. –Miren ustedes, existen ingenieros, científicos, deportistas, comerciantes, que dieron la vida, como yo, docente e investigador, para alcanzar todo tipo de objetivos y llegar a viejos tan cansados como aplaudidos por el resto de la comunidad; para morir orgullosos, con sus logros colgados en las paredes en forma de diplomas, placas de bronce y congratulaciones de todo tipo de instituciones y gremios; con trofeos y medallas colocadas en bibliotecas, estantes, escritorios y vitrinas; dejando tras de sí un reguero de niños y descendencia, de amigos, socios y discípulos, de un legado. Es importante que sepan que nada de esto importa.

”Sí, mi filosofía es estar panza arriba, y moverse un poco para recorrer las mejores geografías y encontrar el sol y el suelo más propicio para ello; buscar los ríos más trasparentes, donde, en las cercanías de sus orillas, crezcan las mejores frutas y hortalizas, donde se hallen las piedras más nobles, la tierra más fértil, el barro más agusanado; y buscar la muerte, cuando llegue su tiempo, ante la menor debilidad de nuestro cuerpo, como hace cualquier animalejo que se respete y tenga algo de dignidad. Y bastaría con que la mayoría de seres humanos así fuéramos para vivir en la más razonable de las armonías.

“Pero también basta con que uno solo de los humanitos se rebele para arruinarlo todo. Ese tipejo sería alguien que acaparase un árbol, asegurando que todas las frutas son suyas, y que si algún vecino requiriese de alguna, él impondría las condiciones, y así andaría extorsionando a los pobladores, siendo que estos ya intercambiaban cosas entre sí espontáneamente sin la necesidad de rudezas, intimidaciones o contratos. Por lo cual, solo con esta acción de uno solo, fue suficiente para que todos los demás se vieran obligados a hacer lo mismo, esto es, acumular algo, y poseer lo suficiente para comerciara regañadientes en una comunidad ahora llena de suspicacias y temores despertadas por aquel primer rebelde.

”Este asunto, como es lógico, comienza a desvelar a todos, y deben pasar la noche cuidando de sus cosas, pensando qué herramienta o artimaña crear para que nadie pueda apropiarse de sus enceres y frutas durante las siestas. Desde entonces, ya nadie fue dueño de su tiempo, de su vida. Precisamente porque no son como el rebelde, no lo matan. Y aunque lo hicieran, el temor al surgimiento de otro como aquel, los obligaría a permanecer y perfeccionar el nuevo estado de cosas.

Desde aquel momento infame de la humanidad, surge la sociedad. Y desde entonces debimos organizarnos para controlar a estos tipejos –que primero fueron una minoría, pero luego, por la fuerza, una forma de ser necesaria y mayoritaria–, estableciendo leyes, policías, fronteras, propiedades privadas… De ahí surge todo el resto muchachos; ahora, pueden salir al recreo, organizadamente, sin empujar, y luego, continuamos con la clase de Historia.”

Durante el recreo los niños aprendieron que aquel que logra acertar lanzando una pelota dentro de un agujero o cualquier concavidad, es el mejor. Eso le dijeron y por eso lo intentan y se afanan en ello.

Se dividen en grupos esporádicos para organizarse mejor en los juegos y deportes, pero luego, cada alumno, comienza a generar afinidad y a identificarse con aquellos de su grupo más que con otros, viendo todos los defectos en los que no pertenecen al suyo, persuadiéndose finalmente que esas diferencias son verdaderas, objetivas; que aquel lugar al que uno pertenece merece privilegios por su propia superioridad, en una jerarquía imaginaria.

Al chico nuevo que aparece cada año no le queda otra opción para subsistir que ganarse la simpatía de alguno de estos grupos e integrarse a él, comprometiéndose a enaltecerlo y a desdeñara los demás. No puede no pertenecer, quedar afuera, en la nada, siendo el Paria del Universo.

Vuelven a la clase.

–Ahora bien muchachos, todo eso que les dije, no sería ningún problema si la sociedad pudiera admitir que es así. Sencillamente nos adaptaríamos a esta nueva organización. Sin embargo, esto no ocurre. El verdadero problema –y lo complejo del asunto– radica en que debemos convertir la necesidad en virtud: pues ahora no solo debemos cumplir un rol forzoso en esta organización, sino que debemos hacerlo con entusiasmo. Así es, muchachos:para saber si podrán encargarse correctamente de una tareaotrabajo –porque recuerden, no pueden elegir no ser parte, si no quieren morir de hambre o soledad–, al que aspiran para no sucumbir, deberán convencer a las autoridades pertinentes no solo por su capacidad de trabajo, sino por su pasión y entrega. Es decir,debencomprometerse en cuerpo y alma; y esto es, necesariamente: negar cínicamente la naturaleza coercitiva de las circunstancias de fondo, que lo envuelven y lo abarcan casi todo en la vida. Y es aquí donde nace la locura, muchachos, la insania más absoluta. Imaginen los alcances de esto. En la vida cotidiana, en todas las naciones, en los gobiernos, en la organización toda… Les recomiendo, y de hecho será la tarea para la semana que viene, leer el cuento “El loco” de Guy de Maupassant. Sí, ya sé lo que me objetarán Andrés y Paula, que no es parte del plan de estudio. Pero a esto iba muchachos: a mí ya no me importan las abstracciones, lo cual quiere decir que no me importa ya nada. No me importa la enseñanza, no me importan ustedes. El bien que puedo hacer a mi país me es indiferente. No tengo pasión. Sin embargo, soy un excelente trabajador. Pero admitir esto, mi sentir, sería mi perdición. Por lo tanto, tengo que demostrar, a ustedes y a mis pares, que amo este oficio. No hay otra opción.

”La realidad es que trabajo para vivir. Y no solo vivir, sino para vivir en paz. En una ínfima paz en un estrecho rincón de mi casa donde la hipocresía aún no lo ha contaminado… Porque desde niño no solo me exigieron que elija una profesión, sino que tenga pasión por ella…”

En ese momento entra al salón una señora que, por sus lentes y ceño, parece de gran autoridad y amargura. El maestro esperaba que llame a alguien, a un alumno, pero la contorsión de su mano y su mirada indicaban a él directamente, invitándolo a salir un minuto afuera del salón. No obstante el profesor no volvió, y los chicos tuvieron hora libre, hasta la llegada dela profe de Educación Ética y Ciudadana y, para el alivio de todos, a la semana siguiente, al profe de Historia de 7° grado no se lo volvió a ver.