Una pequeña historia real

Tenía todo muy bien ubicado sobre el alféizar de la ventana, en la parte exterior de una casa en alquiler o venta. Un San Pancracio de yeso lideraba una serie de objetos inauditos: corneta de churrero, agarraderas al crochet, fundas de inodoro, llaveros, animalitos de peluche y algún otro objeto digno de una exposición bizarra. Sobre la vereda un colchón, bolsas con ropa, comida desgranada en mendrugos poli cromáticos y una persona flaca, esmirriada, de ojos muy negros y brillantes que pispiaban lo que acontecía a su alrededor: nada.

La facultad cerrada por pandemia, y la posibilidad de cobrar por limpiar auto de profesor, estaba tan limada como su vida. Mantenía en su mano un secador de vidrios, por si algún auto del semáforo le subsidiaba algún sándwich en cuotas o una porción de pizza en los “Hijos de puta” el negocio de la esquina que se había hecho famoso entre los estudiantes que ya no cursaban. Como todo en la cuadra, el curso estaba interrumpido y el muchacho de ojos negros resumido a su miseria más pronunciada desde que había llegado desde el Chaco.

– ¿Tu nombre? –preguntó una señora que había hecho lo propio años atrás, cuando la habían desalojado de la casa donde hacía lustros estaba radicado el cartel: “Se vende o Alquila”.

– ¿Lo qué? –contestó el muchacho levantándose del piso como muñeco burlesco.

– ¿No tenés nombre vos? –reincidió la mujer.

– ¿Nombre? ¿Pa´ qué?

La mujer hizo un gesto de fastidio, ella también cargaba bolsas de linyera y sobredosis de calle andada. Se dispuso a conversar con el muchacho como si fueran monarcas de un reino de exclusión.

–Yo sí que tenía nombre. Amalia Argüelles de Argüello. Vivía acá en esta mansión, con sirvientas y todo… Hasta que me cagaron cuando murió mi marido y me echaron. Quedé en la calle. Viví un tiempo acá, como vos, ahora; pero después me pareció que era peor recordar mi vida anterior… Me rajé para la plaza. Tengo gente que me ayuda. La de acá enfrente me hace la tintura del pelo, pero ya no me da para más, se me está cayendo todo. La facha me traiciona, ya no quedo elegante como lo que era… Se dan cuenta… La calle te hace dura. Ni la base de maquillaje se me pega. El sol raja la piel y el frio el alma. Vine porque a esta casa la van a demoler, quería despedirme del pasado para siempre…

La mujer se retiró caminando lento hacia la Plaza Sarmiento donde suele refugiarse en caso de lluvia.

El chaqueño lo hace en un contenedor de basura inorgánica. Es su suite cuando la lluvia le atraviesa el parapeto que le hace de techo sobre la ventana que era de la mujer expulsada.

Antes de que lo echaran, se fue. Recogió la pila de cosas acumuladas durante una pandemia entera –con cuarentena incluida– mudándose a la otra esquina; bajo el alero de Casseta y Pozzi, los extractores de sangre y orina. El contenedor de residuos inorgánicos le quedaba más cerca. Tardó poco en adaptarse.

–Uh… La esquina es mejor. Tiene semáforo, puedo trabajar de trapito en vez de lavacoches.

San Pancracio quedó olvidado en el alfeizar custodiando el derrumbe de una mansión de linyeras.

Héctor “Piripincho” Ansaldi

(Arquitecto, Profesor Nacional de Expresión Corporal, Actor y Director Teatral, Dramaturgo, Escenógrafo y Puestista)