Síntesis de Los infortunios de la virtud (1787)
y Las prosperidades del vicio (1796)
A la virtud se le concede supuestamente los honores y la riqueza, ¿pero acaso no vemos todos los días al malvado pleno de prosperidad y al hombre de bien sufrir entre rejas?
Juliette o Las prosperidades del vicio (1796)
Tratar sobre el sexo y la depravación, no tiene nada de extraordinario, si lo que se desea es complacer a los depravados, sean de esta época o una anterior, a través del lenguaje verbal o audiovisual.
Pero Donatien Alphonse François de Sade (1740-1814) —conocido como el marqués de Sade—, hizo mucho más que llevar este arte a la perfección. Él Marques reflexionó y filosofó sobre casi todo: propiedad privada, psicología humana, percepción y cognición, religión, leyes, inequidad entre hombres y mujeres, virginidad, virtud, aborto, el sexo como instrumento de poder, o como goce compartido en una sociedad potencialmente libre.
Leyendo sus libros, uno lamenta que solo se lo recuerde por sofista y pornógrafo (claro que el mejor y más famoso de todos ellos).
Porque si bien el Marqués es excesivo y criminal (como tantos literatos y creativos), no debemos perder de vista que detrás de sus propuestas hay casi siempre un buen punto, por ejemplo: plantea métodos anticonceptivos, el aborto y hasta el infanticidio, pero fundado en que solo la mujer que lleva la carga en su vientre puede tomar esa decisión; porque ella, y solo ella, es dueña de sí y de lo que en ella se incuba.
Otro elemento, mucho más oscuro, es la cuestión del consentimiento. En su tiempo, cualquier perversión expuesta públicamente era motivo de censura; en la actualidad, la práctica sexual, sea o no convencional, nos preocupará únicamente en lo que respecta al consenso entre las partes involucradas.
En un libro (Los infortunios de la virtud, primera versión, 1787), Justine, joven virtuosa de pobre condición, es sometida, esclavizada y abusada por hombres poderosos; nobles y clérigos especialmente.Mientras que en el otro (Las prosperidades del vicio, 1796), Juliette, hermana de Justine, ingresa a un convento de monjas, donde la abadesa introduce a ella y a sus alumnas a los placeres corporales, y el goce llega a ser compartido, si bien la crueldad y sodomía nunca están ausentes.
Del mismo modo, y este es un punto esencial, en esta segunda obra la madre superiora introduce a las novicias a los placeres intelectuales, desplegando una descarnada y pormenorizada crítica de la sociedad; confinadas todas en una abadía, donde tales prácticas (ya sean del pensamiento o de la carne) se ejercen en secreto y como forma de rebeldía ante ese mundo exterior, regido por Dios y sus esbirros, que prohíbe a las mujeres casi toda libertad y felicidad.
—¡Oh Juliette, olvida la religión, desprecia la idea de ese Dios vano y ridículo; su existencia es una sombra que disipa al instante el más débil esfuerzo del pensamiento, y jamás estarás tranquila mientras que esa odiosa quimera no haya perdido sobre tu alma todas las facultades que le dio el error.
”Nútrete insaciablemente de Spinoza, de Vanini, del autor del Sistema de la Naturaleza; los estudiaremos, los analizaremos juntas; te prometí discusiones profundas sobre este tema, mantendré mi palabra: nos llenaremos las dos del espíritu de estos sabios principios.
”Confieso que la idea de tal quimera [Dios] es la única equivocación que no puedo perdonarle al hombre; lo justifico en todos sus extravíos, lo compadezco en todassus debilidades, pero no puedo pasarle por alto el que haya erigido a semejante monstruo, no le perdonoque se haya forjado él mismo las cadenas religiosas que tan violentamente le han subyugado, y que él mismo haya presentado el cuello bajo el vergonzoso yugo que había preparado su estupidez.”
Nosotros en nuestro presente —a diferencia de los contemporáneos de Sade y toda la sociedad hasta bien entrado en siglo XX— concluiremos que, en lo que al sexo respecta, la diferencia entre un libro y otro (la violación lisa y llana, y el placer compartido, que el autor expone sin precisar), no solo es fundamental, sino que lo es todo.
Los actos carnales descriptos, por más exóticos o violentos (sádicos) que sean, nos resultarán hoy un mero ornamento, una licencia del escritor que, al fin y al cabo, también hacía ficción y entretenimiento. Y resalto el “también “porque es fácil olvidar, entre tanta voluptuosidad, lo acertado y sensato del Marqués en sus observaciones y razonamientos. Haremos una enumeración de algunos de ellos en estos dos primeros libros, que resumiremos brevemente.
En Los infortunios de la virtud, el sexo es instrumento exclusivo de los hombres pudientes hacia subordinados y esclavos (Justine, la protagonista, es sometida sencillamente por su pobreza, su ingenuidad, su género, por varones con alguna porción de poder y fuerza, y nunca el sexo es consentido).
Justine insiste en ser virtuosa y honesta, a pesar de los consejos de todos de seguir el “camino común”; en consecuencia, es explotada, burlada y hasta encarcelada.
—…Mi querida, la elección que el hombre pueda hacer entre el vicio y la virtud no es lo que va a determinar su felicidad, ya que tanto el vicio como la virtud son solo una manera de conducirse en el mundo. En consecuencia, no se trata de decidirse de antemano por lo uno o por lo otro, sino de abrirse paso por el camino común; todo el que se aparta de él comete un error.
”En un mundo enteramente virtuoso, siempre te aconsejaría la virtud, puesto que las recompensas son inherentes a él y lograrías la felicidad de modo infalible. En un mundo totalmente corrupto, jamás te aconsejaría otra cosa que no fuese el vicio.
“El que no sigue el camino de los otros inevitablemente pierde; todo aquel que se encuentra con él lo golpea y, como es débil, acaba necesariamente siendo aplastado.”
Su hermana Juliette, sagaz, en cambio, sabe utilizar su sexualidad para su propio beneficio, seduciendo, estafando, enriqueciéndose, hasta llegar a poseer influencia, renombre, títulos y respetabilidad. ¿Parece contradictorio? No lo es en nuestra sociedad.
Justine, casta, se niega a todo comercio deshonesto por más que no tenga techo ni comida, en consecuencia, es víctima del abuso de los hombres más crueles y sin obtener beneficio alguno, a diferencia de su hermana.
Prostituirse, en el sentido amplio del término, es fundamental para sobrevivir y prosperar en sociedad.
Quien sepa comerciar con su cuerpo y sus principios en las situaciones adecuadas, obtendrá lo que obtuvo Juliette: una vida holgada, impunidad, la estimación de sus pares.
Los malvados de este mundo, que no tienen escrúpulos ni remordimientos, se salen con la suya e incriminan de sus actos a los inocentes, representada en Justine, quien, al ser buena e incapaz de lo mismo para defenderse, sufrirá las consecuencias, y será juzgada públicamente y encarcelada.
—Los remordimientos son una quimera, Justine, son los murmullos imbéciles de un alma que es demasiado débil como para acallarlos.
La sociedad es hipócrita por definición: se condena abiertamente el libertinaje mientras que en las sombras se ejerce con brutalidad; y quienes tienen los recursos para ello, son los hombres poderosos, pilares de la sociedad, quienes dominan a los demás y establecen lasLeyes.
El mismo comerciante, clérigo o juez que durante el día condena a la prostituta, la encarcela y tortura; durante la noche requiere de sus servicios.
¿Quién duda de que, entonces y ahora, las orgías y festines no son el ocio habitual del poderoso? ¿Y que su principal fuente de riqueza y placer, el sometimiento del prójimo?
Sade no es solo un hombre perverso de imaginación exacerbada, sino un delator de aquella hipocresía y corrupción, promoviendo quitar esa máscara que, por un lado, obliga a unas mujeres a la virginidad y castidad, y a otras, a la prostitución, a la condena pública, a la humillación, a las enfermedades, a la miseria.
De esto trata Los infortunios de la virtud, en su primera versión (1787); la sociedad tal como el autor la ve, cruel y corrompida.
En el segundo, Juliette o las prosperidades del vicio (1796), va un paso más allá, desarrollando su propia filosofía: las causas de todos estos males y su posible solución. Esto lo hace principalmente a través de madame Delbene, superiora de una de las más célebres abadías de París, mujer imponente, inteligente, racional, libertina y criminal. Ella nos habla sobre los siguientes temas:
Matrimonio
—No tengan ningún respecto por la ceremonia civil o religiosa que las encadena a un hombre […] Ustedes, que están destinadas a vivir en el mundo, desprecien estos absurdos, tal como merecen; son convenciones de los hombres, a las que se ven obligadas a encadenarse en contra de vuestra voluntad.
¿Con qué derecho exigen de nosotras los hombres tanta continencia, cuando ellos tienen tan poca? ¿No comprenden que son ellos los que hacen las leyes, y que su orgullo o su intemperancia presiden su redacción?
Honor del varón
—Veamos en primer lugar si no es una vana quimera para un marido el que su honor y tranquilidad reposen en la conducta que siga su esposa.
¡El honor!¡Cómo es posible que otra persona pueda disponer de nuestro honor! ¿No será acaso esto del honor un medio que los hombres hayan empleado para encadenar a las mujeres a ellos más fuertemente?
A este hombre injusto le será permitido entregarse a toda clase de depravaciones sin comprometer su honor, ¿y esta mujer a la que olvida, esta mujer ansiosa y ardiente, a la que no complace ni en la cuarta parte de sus deseos, lo deshonra si se va con otro?
¡Que deje divertirse a esta mujer bastante desgraciada ya de haber vivido contrariando sus deseos, en tanto que él no tiene necesidad de ocultar nada ni existe ley alguna que lo condene!
Esposos injustos: ¡paren de atormentar a sus mujeres, incluso si son infieles! Si examinan bien, encontrarán que en ustedes reside siempre la primera culpa, y lo que persuadirá al público de que esta culpa es suya es que todos los prejuicios se dirigen contra la mala conducta de las mujeres…
Familia y divorcio
— ¡Qué injusticia por todas partes, y qué fácil sería evitarla suprimiendo los insensatos matrimonios, dejando a los dos sexos en libertad de buscarse y encontrarse recíprocamente! ¿Qué beneficios rinden los matrimonios a la sociedad? En lugar de consolidar una unión, la rompen.
¿Qué sociedad les parece más unida: la formada por una sola y gran familia, o la constituida por cinco o seis millones de pequeñas familias, cuyos intereses, siempre particulares, dividen necesariamente el interés general y lo combaten eternamente?
¿Habrían aparecido las casas de Orleans, de los Borgoñones, de los Guisa para combatir a los Borbones por el único motivo del orgullo y la ambición de cada familia?
¡Cuántos dolores se hubieran ahorrado aboliendo el matrimonio! No conoceríamos esos crímenes que son producto de monstruosos abusos, porque es la ley la que engendra los crímenes, y no existiendo leyes no habría crímenes. Esas irritantes desigualdades de fortuna tampoco las conoceríamos.
Hijos
—Es un error suponer que la propagación de la especie es una de las leyes de la naturaleza; solamente nuestro orgullo nos ha hecho imaginar tal enormidad.
La naturaleza permite la propagación, pero cuidémonos de considerar esta tolerancia como un orden. La naturaleza no tiene la menor necesidad de la propagación, y la destrucción de la raza humana, que sería el punto extremo de la negativa a la propagación, le afligiría tan poco en su curso de desarrollo como si la especie entera de los conejos o de las liebres llegase a faltar sobre el globo.
Por lo tanto, ni le ayudamos propagándonos ni la ofendemos haciendo lo contrario. Persuadámonos de que esta propagación, que nuestro orgullo convierte estúpidamente en virtud, es en relación con las leyes de la naturaleza la cosa más inútil y de la cual no tenemos por qué preocuparnos.
Sexo
—Dos seres de sexo diferente, que el instinto del placer los acerca, deben, pues, entregarse a gozar del placer en toda la extensión de que sean capaces, buscando la forma de hacerlo más intenso y mejor, y reírse de lo que se llama “las consecuencias”, porque estas consecuencias [propagación de la especie] no son en absoluto necesarias (¡Oh, hombres!, crees cometer un crimen contra la naturaleza cuando te opones a la propagación [anticoncepción] o cuando la destruyes [aborto], y no piensas que la destrucción de mil o de diez millones de hombres en la superficie de la tierra, no le costaría una sola lágrima a la naturaleza y no le produciría la más pequeña alteración a la regularidad de su marcha).
Aborto
—Solo la mujer es dueña del embrión; como única propietaria de ese fruto, puede disponer a su agrado: destruirlo en el fondo de su seno, si le molesta, o cuando haya nacido, si no le conviene, y en todo caso jamás se le puede prohibir el infanticidio. Es un bien que le pertenece completamente, que nadie reclama, que no pertenece a nadie más, que la naturaleza no necesita y, en consecuencia, lo puede alimentar o asfixiar si quiere.
Continencia y reputación femenina
—No pierdan de vista jamás que no es la falta lo que pierde a una mujer, sino el escándalo, y que diez millones de crímenes ignorados son menos peligrosos que el más leve tropiezo que salta a los ojos de la gente.
Dejen gritar a los tontos y a los hipócritas; ellos tienen sus razones para vituperar esta deliciosa intemperancia que constituye el goce de su vida.
Fornicar es un instinto natural, y la abstinencia es un crimen. Que no espante el nombre deputa; bien estúpida es la que se ofenda. ¿Qué mayor ultraje puede cometer una joven con la naturaleza que conservarse pura, a pesar de todos los peligros que esto puede tener para ella, que conservar una virginidad quimérica, cuyo único valor consiste en que es un prejuicio absurdo e imbécil?
¡Forniquen, amigas mías, lo repito; rehúsen valientemente los consejos de quienes quieren encerrarlas tras las rejas despóticas de una virtud que no beneficia a nadie!
Castidad
Corregir traducción—Esta falsa virtud a la que se da el nombre de castidad, al ser con toda seguridad el más ridículo de todos los prejuicios, en la medida en que esta manera de ser no coopera en nada a la felicidad de los otros y perjudica infinitamente la prosperidad general, puesto que las privaciones que impone esta virtud son necesariamente muy crueles, esta falsa virtud, repito, al ser el ídolo al que se venera, con el temor de que cometa adulterio, debe ser colocada, por todo ser sensato, entre los frenos más odiosos con los que el hombre ha querido cargar a las inspiraciones de la naturaleza.
Atrevámonos a descubrir el velo; la necesidad de fornicar no es de menor importancia que la de beber y comer, y estas dos últimas se permiten sin la menor restricción. Estamos completamente seguros de que el origen del pudor no fue más que un refinamiento lujurioso: se estaba de acuerdo con desear durante más tiempo para excitarse más, y en seguida los estúpidos tomaron por una virtud lo que no era más que un refinamiento del libertinaje.
Es tan ridículo decir que la castidad es una virtud, como lo sería el pretender que también lo es el privarse de alimentación. Que se observe con cuidado: casi siempre es la necia importancia que ponemos en cierta cosa lo que acaba por erigirla en virtud o en vicio; renunciemos a nuestros imbéciles prejuicios sobre esto; que sea tan simple decir a una muchacha, a un muchacho, o a una mujer, que se tiene ganas de divertirse con ella, como lo es, en una casa extraña, pedir los medios de apaciguar su hambre o su sed, y pronto verán que el prejuicio desaparecerá, que la castidad dejará de ser una virtud y el adulterio un crimen.
Y, ¿qué daño hago, por favor, qué ofensa cometo, al decir a una hermosa criatura, cuando me encuentro con ella: ¿me prestaría un momento la parte de su cuerpo que puede satisfacerme?, y goce, si eso le complace, de la parte del mío que pueda serle más agradable.
Leyes
—El más fuerte consintió en leyes de las que estaba seguro de sustraerse: y estas leyes fueron hechas.
Así, el robo, la única institución de la naturaleza, no pudo ser proscripto de la superficie de la Tierra: se robó jurídicamente. Los magistrados robaron haciéndose pagar por una justicia que deberían dictar gratuitamente; el clérigo robó haciéndose pagar por hacer de mediador entre el hombre y Dios; el comerciante robó acaparando, haciéndose pagar su mercancía un tercio más cara que el valor intrínseco que tenía realmente; los soberanos robaron imponiendo a sus vasallos derechos arbitrarios de tasas, medidas, etc.
Todos estos robos fueron permitidos, todos fueron autorizados bajo el nombre de derechos, y solo se pensó en perseguir los derechos más naturales, es decir, contra el más simple derecho de un hombre que, careciendo de dinero, con una pistola en la mano robaba a quien suponía más rico que él, y esto sin tener en cuenta que los primeros ladrones, de los cuales nunca se dijo nada, eran la única causa del crimen de los segundos… la única causa que obligaba a estos a entrar armados en las propiedades que los primeros les habían robado cruelmente.
Percepción, causa y efecto, Dios
—El primer efecto de la Razón es establecer una diferencia esencial entre la apariencia del objeto y el objeto real.
La fuente más abundante de errores es debido a que suponemos una existencia real a los objetos de las percepciones internas…
Yo daría a esta idea nacida del objeto que imaginamos, el nombre de idea objetiva, para diferenciarla de la del objeto que está presente y que yo denominaría real. Es importante no confundir estos dos géneros de existencia… El punto dividido hasta el infinito, tan necesario en geometría, es de la clase de las existencias objetivas; los cuerpos, los sólidos, forman parte de las existencias reales.
Nada hay más de común y corriente que confundir groseramente la existencia real delos cuerpos que están fuera de nosotros con la existencia objetiva de las percepciones que están en nuestra mente.
Se ha denominado causa a todo ser que produce algún cambio en otro distinto a él, y efecto, a todo cambio producido en un ser por cualquier causa.
La progresión íntima de los seres que han sido sucesivamente causa y efecto fatigó pronto a quienes quieren encontrar absolutamente la causa de todos los efectos. Sintiendo agotada su imaginación por esta larga serie de ideas, les pareció más fácil cortar el camino por un atajo refiriendo todo a una primera causa, a la que consideran como la causa universal, respecto a la cual las causas particulares son efectos, no siendo ella el efecto de causa alguna.
Ese es el Dios de los hombres; esa es la estúpida quimera de su débil imaginación. Así ves por qué encadenamiento de sofismas se ha llegado por fin a crear la quimera. Y según la definición particular que te he dado, observa cómo este fantasma, no teniendo ya una existencia objetiva, no existe fuera de la mente de los que creen en él, y no es, en consecuencia, más que el efecto del fuego de sus cerebros. ¡Ese es el ser de los mortales, el ser abominable que han inventado y en cuyos templos se ha hecho correr tanta sangre!
Estoy de acuerdo con que no comprendamos la relación, la sucesión y la progresión de todas las causas; pero la ignorancia de algo no es jamás motivo suficiente para creer o determinar otro algo. Los que quieren persuadirnos de la existencia de Dios se atreven a decirnos que porque no podemos hallar la verdadera causa de los efectos, debemos admitir necesariamente una causa universal. ¿Puede haber un razonamiento más imbécil? Como si no conviniera más aceptar la ignorancia que admitir un absurdo; o como si la aceptación de este absurdo se convirtiera en la prueba de la existencia de Dios.
Virtud y vicio
Se honra con el nombre de virtud todas las diferentes formar de ser de una criatura mediante las cuales, haciendo abstracción de sus placeres o de sus intereses, actúa para la felicidad de la sociedad. …Por otra parte, resultará que la virtud del particular resultará frecuentemente todo lo contrario de la virtud de la sociedad…
La virtud no es el sentimiento habitual del hombre, solo es sacrificio forzado, que la obligación de vivir en sociedad le obliga a tener en cuenta consideraciones cuya observancia podrá hacer refluir sobre él una dosis de felicidad que contrabalanceará las privaciones. Así pues, tiene que elegir: o bien la inspiración viciosa, que ciertamente es de la naturaleza, pero que a causa de las leyes no le podrá procurar una felicidad completa, o el mundo fáctico de la virtud, que no es natural, pero que obligándolo a algún sacrificio le reportará tal vez algún mal por la extinción cruel que está obligado a hacer en su corazón de la primera inspiración.
Y lo que terminará por deteriorar aún más el sentimiento de la virtud es que no solamente no es un primer movimiento, natural, sino que es, por definición, un movimiento vil e interesado que parece decir: te doy para que me des.
…la más bella de todas las virtudes, analizada, no siendo sino egoísta, se convierte ella misma en un vicio. …Estén seguros de que el hombre solo practica la virtud por el bien que desea obtener de ella o por el reconocimiento que espera. El vicioso actúa de igual modo, pero con más franqueza, por lo que es más estimable.
…el movimiento que combate o contraría a las pasiones no es sino un pusilánime sentimiento de comprar al mejor precio la misma felicidad, es decir, mediante un pequeño sacrificio y por temor a las consecuencias; que si, pues, la virtud no es sino un servilismo a las leyes que varían de un lugar a otro, y que, por tanto, no dejan a la virtud una existencia determinada universalmente, no se puede tener hacia esta virtud más que odio y menosprecio. Y que lo mejor que se puede hacer es adoptar una forma de ser que no sea el resultado de las leyes y de los prejuicios. Lo otro sería el cálculo de un loco o el rendirse a la debilidad de carácter.
Lo negativo del Marqués puede resumirse en su redundancia: la superabundancia de sofismas, el exceso de razonamientos para hacernos ver villanías e inequidades como parte de un orden natural.
Para concluir, el Marqués no es un escritor originalísimo; en lo que concierne a su ciencia, él es divulgador de teorías materialistas y ateas que otros elaboraron; respecto a la sátira social o la anécdota erótica, éstas pueden verse con anterioridad en la cultura popular europea y plasmadas en Boccaccio (Decameron, 1353), Chaucer (Cuentos de Canterbury, 1400), Rabeleis (Gargantúa y Pantagruel, 1534)y especialmente Pietro Aretino (Sonetos lujuriosos, siglo XVI); en la novela picaresca española desde El Lazarillo de Tormes (1554); en sus contemporáneas Las amistades peligrosas de Pierre Choderlos de Laclos y La educación de Laura del conde de Mirabeau; y aún podemos ir más allá y remontarnos a las fábulas milesias de las colonias griegas del Asia Menor en el siglo II a. C.; historias curiosas con trasfondo erótico. O en oriente, el Kamasutra y las Mil y una Noches.
Pero esto nos sirve para recordar que la originalidad de temas es una quimera; que lo único posible es la ampliación, desarrollo y la nueva perspectiva de temas antiguos; o la divulgación de osadas teorías; como lo hizo a la perfección y con valentía inaudita, Donatien Alphonse François, el icónico Marqués de Sade.
Y como último inciso sobre literatura, todos estos libros mencionados al pasar, llamados clásicos (Decameron, Cuentos de Canterbury,Gargatúa y Pantagruel, El lazarillo de Tormes, etc., inclusive El Quijote), son libros desestructurados, campechanos, improvisados, ridículos y vulgares; al punto que nuestros cuentos y novelas actuales, en exceso depurados, nos parecerán, en comparación, demasiado solemnes, estructurados, insulsos y puritanos; contradiciendo prejuicios del imaginario popular sobre el pasado y el presente, sobre lo clásico y lo moderno
Bruno del Barro 15/09/2024