(Autor de “Ciudad blanca, crónica negra. Historia política del narcotráfico en el Gran Rosario”, en el año 2000, casi un cuarto de siglo atrás).
-Estamos en una guerra sin cuartel…el ejército está atado de manos – dice y repite la ministra de Seguridad del gobierno supuestamente nacional, Patricia Bullrich, empecinada en aplicar la Doctrina de Seguridad Continental desde sus tiempos en la misma función durante la administración del ingeniero Mauricio Macri. En ocasión del intento de copamiento al canal de televisión de Ecuador, la señora Bullrich adelantaba que el problema era “continental” y que Rosario repetía lo que sucede en el país sudamericano. La clave de aquella doctrina de la DEA y el Comando Sur del Ejército de Estados Unidos era la definición de narcoterrorismo como excusa de la intervención de fuerzas federales en las ciudades latinoamericanas para generar un combate que, en realidad, luego se convierte en una herramienta de control social sobre los sectores populares y juveniles. Miles de muertos en cada uno de los países donde se aplicó este plan y el narcotráfico cada vez más fortalecido. Gran hipocresía del sistema.
El capitalismo necesita del narcotráfico, del contrabando de armas y la trata de personas. En Rosario, además, la ocupación territorial garantizará la extranjerización de la principal fuente de recursos de la Argentina que es el comercio exterior de granos y derivados que surge del sur de la provincia de Santa Fe a través del Paraná.
No resulta casual que en la misma semana que se hablaba de los asesinatos cobardes de cuatro trabajadores muy jóvenes, dos taxistas, un colectivo y un empleado de una estación de servicio, la Aduana supuestamente Nacional anunciaba un convenio con el Comando Sur del Ejército de Estados Unidos para planificar la “hidrovía”, lo mismo que aceptó Paraguay hace tres años atrás.
No hace mucho tiempo Rosario asistió al “hallazgo” de casi 130 kilogramos de cocaína olvidados en una lancha a la deriva frente a la lujosa zona del llamado puerto norte rosarino. La clara demostración que el Paraná debe ser custodiado por expertos internacionales, nada menos que el Comando Sur del Ejército de Estados Unidos.
El drama rosarino no es consecuencia de un cartel, si no de la disputa brutal de las sobras de aquellos cargamentos que desde el 24 de abril de 1978 salen del puerto rosarino hacia distintos lugares del mundo. La pelea por el dinero que emerge de esas sobras está protagonizada por lo menos por 47 bandas narcopoliciales barriales que fueron denunciadas por uno de nuestros trabajos en diciembre de 2023. Esas bandas no tienen relación alguna con Medellín, Cali, San Pablo o Sinaloa.
Es un problema político provincial que únicamente tendrá solución cuando todas las fuerzas políticas santafesinas, el ejecutivo y el legislativo, intervengan civilmente las comisarías más relacionadas con las bandas que luego operan como si fueran un gobierno de facto en algunos barrios de la ex ciudad obrera. Y, en forma simultánea, se triplique la inversión en trabajo, educación, cultura, alegría y deportes en esas regiones devastadas por el empobrecimiento y la presencia de esos nichos de corrupción policial que generan la presencia de un estado corrupto, no la narcozoncera de un estado ausente como se escucha desde hace años.
La desarticulación de la conciencia democrática genera la necesidad de reivindicar la mano dura y la represión como solución ante el miedo de los asesinatos contra “gente inocente”. Es más sencillo clamar venganza que construir justicia. Avalar métodos carcelarios al borde mismo de la violación de derechos y garantías constitucionales que trabajar en sistema vinculados a la seguridad ciudadana y democrática. El famoso hartazgo sumado al miedo deja de lado esos elementos y se espera, en vastos sectores de la sociedad rosarina en particular y argentina en general, en que se desaten las manos del ejército, como clama la señora Bullrich.
Rosario parece ser la geografía de un gran experimento político y social de control sobre su población y riquezas para que queden a merced de intereses ajenos a las propias fronteras argentinas.
Decir estas cosas es ubicarse en un escenario antipopular y hasta susceptible de ser señalado como cómplice de narcos a pesar de las amenazas de muerte recibidas.
Elegimos pensar y decir con sinceridad lo que sabemos, estudiamos y trabajamos desde hace un cuarto de siglo como muestra de respeto a quienes sufren el dolor producido por los asesinatos cobardes impulsados por bandas narcopoliciales barriales, absolutamente desclasadas de su entorno. Porque el narcotráfico, el negocio que produce, está muy lejos de la sangre derramada y no tiene nada que ver con tanques en las calles. El narcotráfico es cuestión de las burguesías. Y sobre ellas no hay requisas.