Cuando sonó la voz de Lady Gaga en la última asunción presidencial del Imperio, no podemos negar que a todos (creo eso al menos), se nos puso la piel de gallina. Tan sólo el sonido de su voz, entonando la melodía del tema asombró al mundo, el mundo entero la escuchó.

El imperio de las ladies parece avanzar, lento pero seguro, como decía mi viejo, y sin prisa pero tampoco sin pausa, como también decía mi viejo. 

Desde los inicios de la historia, y más en las tribus o pueblos indígenas, quienes detentaban el poder, el poder de organizar la sociedad, el poder de la educación y el de regir desde un perfil político cada comunidad, fue de las mujeres. En parte porque se las consideraba dadoras de la vida, en parte porque eran las que educaban y criaban, en parte porque eran, siempre lo fueron, las organizadoras del hogar. 

De ahí el poder de las machis mapuches, poder al que recién ahora, después de muchas vueltas de la vida y de la historia, algunos sectores están tratando de recuperar, desde lo ancestral y desde lo político. Por algo la machi aparece en una posición superior en el Monumento a la Araucanía, en Temuco, Chile, como una conexión superior entre los hombres (que aparecen debajo) y las fuerzas de la naturaleza, es decir, las de la Pacha Mama, que no vienen desde el Cielo (como siempre nos hicieron creer las religiones judeocristianas) sino desde el centro, el fondo de la Tierra.

La asunción del rol político en las mujeres que curan, ven, presagian, no es propio y exclusivamente de la etnia mapuche ni mucho menos.  La pitonisa del oráculo de Delfos (sacerdotisa) era la que decía al político hombre cómo tenía que actuar, qué era lo que tenía que hacer al ir a la guerra o cómo atacar en tal o cual lugar. 

El lugar de la sacerdotisa, curandera o machi, viene desde antaño. Son las “brujas” de las leyendas celtas que poblaron las historias para niños inventadas por Andersen, Grimm y demás…

El poder de la sanación (física y también espiritual) venía de quienes tenían o detentaban el poder desde lo religioso. El curandero curaba el alma y el cuerpo y hasta el día de hoy eso sigue siendo así y hasta el día de hoy el poder de las curanderas se pasa de mujer a mujer entre generaciones de mujeres (las otrora consideradas “brujas”)  que, en general, siempre lo han practicado. Con hierbas y prácticas naturales y sin ningún tipo de droga sintética. No cualquiera cura. No cualquiera gobierna. 

Aunar las dos cosas, curar y gobernar, en una sola entidad, es la función que cumplieron antes, chamanes, machis, brujas y brujos, sacerdotes y sacerdotisas, curas, profetas, y demás, hasta que con la escisión del poder del estado del poder de Dios (principio de las naciones, finales de la edad media), empieza a ejercer la Medicina, sobre todo la psiquiatría, el poder de policía y el poder de gobernar o manejar a los estados.

Con el inicio de los estados laicos el poder de curar se transfiere casi automáticamente a la medicina, que ya avanzaba con experimentos varios, sobre todo referidos a la locura y al cerebro (se pasó del exorcismo a la lobotomía en un santiamén) y el médico pasó a encarnar “el poder de Dios en la tierra”. 

Luego el poder se desplaza del médico hacia los laboratorios farmacéuticos y el poder de la cura pasa por tomar la pastilla adecuada, promocionada por el laboratorio de turno. 

Ahora la guerra es por las vacunas, por lograr  la mejor patente, porque de eso depende el negoción del milenio, a más vacunas vendidas, más ingresos para el laboratorio que las fabrica y menos para la competencia. 

La guerra por lograr el monopolio de la venta de la vacuna para el Covid no es menor que la guerra por el poder entre mujeres y varones desde el principio de los tiempos. 

El matriarcado fue desplazado paulatinamente a lo largo de la Historia por el patriarcado ya que desde los orígenes del sistema capitalista se estableció que el intercambio de bienes y servicios lo hacían los hombres en el exterior de las casas y las mujeres se quedaban en las casas a cuidar la familia y el hogar. 

Ese fue un gran mito. Uno más en los que se sostiene el patriarcado: nunca hubo tantas obreras mujeres ni incluso tantos niños empleados en las fábricas textiles y en las minas como en la Londres de 1.800 y fueron esas mujeres las que organizaron los primeros sindicatos textiles y obreros, tanto en Londres como en Nueva York. De ahí la fecha en que se conmemora el Día de la Mujer, la peor masacre de la Historia, las quemaron mujeres vivas para sostener el sistema capitalista, casi todas de menos de 20 años, casi todas con hijos muy pequeños.

Madres solteras hubo siempre. Divorciadas también. Los hijos los criaron ellas. Para darles de comer siempre trabajaron afuera. También, siempre trabajaron adentro. Y es muy cierto que, desde siempre, las mujeres trabajaron el doble de tiempo que los hombres. 

El matriarcado fue desplazándose en las culturas occidentales a partir de la figura del pater familias en el derecho romano  y a partir de la ciudadanía en la cultura griega (en Grecia los ciudadanos eran los hijos de griegos varones nacidos en la polis). El derecho occidental está pensado para el hombre  proveedor y no para el resto.

El mito en el que se sostiene la figura de Lady Godiva, a la que alude el título de este artículo, es un mito de una leyenda celta proveniente de las cercanías de Londres. Las ladys de esa época eran las aristócratas o nobles. Lady Godiva estaba casada con el conde de Coventry, quien sojuzgaba  a sus súbditos con sus impuestos (S. XI). Ella le prometió al marido que iba a pasear por toda Londres desnuda en su caballo, vestida nada más que con sus largos cabellos, a cambio de que él bajara los impuestos. Como condición había puesto que nadie transitara por las calles ese día. 

Ella cumplió su promesa (de ahí que siempre la imaginaron y representaron terriblemente bella y desnuda en su caballo blanco) y, dice la leyenda que él bajó los impuestos. 

Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer dice el dicho, y hay mujeres que se adelantan y caminan solas, tal cual Juana de Arco que empezó en su adolescencia….

Ganarse el lugar en el mundo es terriblemente difícil para las mujeres, más para las que se sostienen solas. La incidencia política y económica de una mujer que camina sola es terrible para la mayoría de los hombres…. Porque no se ubican o porque, desesperados, pasan al uso de la fuerza bruta para acomodar a esa mujer que se salió del lugar que, según ellos, socialmente le pertenece.