¡Hola Héctor! ¡Piri…! No sabría por dónde empezar, así es que empiezo, torpemente, por decir que no sabría por dónde empezar; varias cosas son las que tengo en el pecho, por lo que pretenderé estar escribiendo una solemne epístola decimonónica y no un simple y despersonalizado chat; primero, necesito tu libro de cuentos, urgentemente, no en el sentido de premura temporal, sino con ansias. Hace tan solo unos días la graciosa y etérea fräulein Moser –que a duras penas pudo ocultar su emoción al ver entrar por la puerta de su humilde negocio (Casa Ukrania, en honor al disparatado almacén de la infancia de Jodorowsky) al mismísimo autor del libro que había encargado, Héctor P. Ansaldi, sujeto al que por años admiró en silencio, secretamente, no solo como artista sino como hombre, con ese extraño temor a ser confundida con una “fan”, de esas que prosaicamente piden autógrafos y selfies, y de decir frases hechas que –cree– el artista ya escuchó millares de veces: “Te admiro”, “Admiro tu trabajo”, etc. Así es que simplemente no dijo nada, o casi nada, o no todo lo que tenía que decir y tenía en su pecho, como yo ahora– me presentó tu nuevo libro, así como si tal cosa, sin advertencias previas.
Supuestamente, y en especial para la mentada muchacha –que dicho sea de paso es el amor de mi vida–, yo también soy “escritor” (aparte de “periodista” diplomado, según el “honorabilísimo” Estado Nacional; y de vivir, a duras penas, de la música), pero esas son cosas que dice cualquier enamorada (¡Sí! ¡Ella también me ama! ¿No es este un verdadero milagro?). En fin, como gastado y cansino lector, de esos que ya arrastran los fanguses a pesar de ser jóvenes –así debería haberme presentado desde un principio–, necesitaba declarar, ahora sí con premura, que al hojear tu libro, tan solo al hojearlo, sentí al instante que hacía aproximadamente un siglo o dos o tres que una lectura no me había conmovido y golpeado del mismo modo, al mismo tiempo que hacerme desternillar de la risa, más bien de la alegría.
Esa sensación que tienen los que por primera vez son golpeados por la obra de arte, y luego se pasan la vida entera buscando la misma turbación, el mismo éxtasis, nadando entre cientos y cientos de libros, de canciones, de tablados…, y descubren que la obra de arte es una gema difícil de hallar, a pesar de que en apariencia abundan, a pesar de las bibliotecas llenas, a pesar de Internet.
(Lamento hoy, casi como un pecado, no conocer nada o casi nada de todo tu trabajo anterior; trabajo, por lo menos para fräulein y para mí, de hormiga –de hormiga viajera, estoica y laboriosa–, trabajo de renacentista o alquimista: de artista total, como da Vinci.)
…la cosa es que sentí encontrar nuevamente otra gema en tu libro de cuentos, entre tanta –esta es mi personalísima opinión– insinceridad, entre tanta impostura, entre tanta escritura mecanizada, pulida, estandarizada.
A esto quería llegar: primero, como ya dije, encargarte una copia de esa gema, tu flamante libro (quizás una entrada al resto de tu literatura, al resto de tu obra y parte de tu vida: así se sintió lo poco que leí: una escritura en clave de una vida entera), lo paso a buscar a donde sea, o fräulein Moser estaría encantada de recibirlo, nuevamente, en su posada Casa Ukrania; y segundo y más importante, consultarte si es posible publicar algunos de esos cuentos –separadamente, mensualmente– en un medio de comunicación rosarino: elvecinoderosario.com.ar, en donde trabajo desde hace más de una década, junto con otros honorables rosarinos de vieja sepa, tan modestos como constantes en su trabajo. Sería un honor para mí compartir un mismo lugar, aunque sea simbólicamente, de publicación. No es necesario aclarar que no hay compromiso alguno, solo una amistosa propuesta.
Y tercero: ofrecer humildemente mis servicios, por pocos que estos puedan ser: cualquier tipo de ayuda en la diagramación computaril de escritos, corrección de textos, etc. –esto es por ser yo un eterno participante de certámenes literarios, e imprimidor de libros artesanales que mando a hacer una y otra vez, siempre el mismo–, además de que estaría encantado de enviar yo mismo, en persona, esos cuentos a esos mismísimos certámenes para que reciban el reconocimiento que siento que merecen… pero bueno, sé que esto es demasiado al venir de un absoluto desconocido, pero es fruto de la emoción que me embarga en este momento, un impulso.
Y esto es todo. Soy un tímido. Soy incapaz de otra cosa que de escribir; y esto muy de vez en cuando, ni hablar de la calidad literaria y otros méritos más importantes.
Un gran abrazo,
Bruno del Barro