(SEGUNDA PARTE)
LOS DISPAROS QUE ENSANGRENTARON A ESPAÑA
Las balas a veces tienen nombres y apellidos donde las victimas pueden cambiar el curso de la historia, en este caso a dos referentes, uno político conservador: José Calvo Sotelo, el otro un militar: el teniente de Guardia de Asalto, José del Castillo. Ambos víctimas de los años turbulentos de la Segunda República Española, fueron afectados por el desorden entre grupos socialistas, nacionalistas e inclusive los anarquistas, todo esto fue el detonante de la España Mártir entre la República y el Nacionalismo.
Estos antecedentes fueron el preludio de una Revolución nacionalista-militar con una República en estado terminal-por decirlo de alguna manera-, donde las ambiciones de poder eran el reflejo una sociedad debilitada.
El 14 de julio del ´36 fue la chispa que dio paso a una terrible Guerra Civil que enlutaría a toda España y el mundo; porque fue una guerra de dos pensamientos ideológicos. Una derecha ultranacionalista y católica frente a una República que reunía a una izquierda anarquizada y un socialismo nacionalista extremo. Por esa razón en este capítulo -tratare mis queridos lectores- de explicar cómo esos disparos fueron el desencadenante de una tragedia hispana.
EL JEFE MONÁRQUICO
A Calvo Sotelo se le acusa de haber ganado su acta, con irregularidades, por lo que se le anula. Tendrá que hacer un gran esfuerzo en la Cámara para que se la devuelvan, circunstancia que se repite con Gil-Robles. Quien sí la pierde es Goicoechea, lo que permite a Calvo Sotelo convertirse en jefe parlamentario de la minoría monárquica y comenzar una serie de virulentos ataques dialécticos en el hemiciclo: al haber censura en la prensa, no pueden publicarse las cifras de muertos, heridos e incendios que se producen casi a diario. Pero, al citarlos Calvo Sotelo en los plenos y quedar registrados en el diario de sesiones, sí pueden ser reproducíos por la prensa derechista. El listado será, a partir de entonces, parte indispensable de sus intervenciones, con alusiones nada veladas a que el ejército restablezca el orden.
El enfrentamiento con Casares Quiroga, presidente del Gobierno, es especialmente intenso el 16 de junio. Después de enumerar los desmanes que considera que permite el gabinete, se muestra favorable a un Estado fascista y a que el ejército dé un golpe de Estado. La bronca que recoge el diario de sesiones debió de ser impresionante y Casares Quiroga recalca que, si el ejército se subleva, Calvo Sotelo será el máximo responsable. Este responde que se siente amenazado pero que tiene «anchas espaldas» y que acepta «con gusto» cualquiera de las responsabilidades que se puedan derivar de sus actos «si son para el bien de mi patria».
Es entonces cuando se produce unos de los momentos míticos del parlamentarismo español: al parecer, Dolores Ibárruri, La Pasionaria, reacciona gritando que es una vergüenza que la República aún no haya juzgado a Calvo Sotelo por haber sido ministro durante la dictadura. Sin embargo Josep Tarradellas, años después, asegurará que lo que dijo fue que Calvo Sotelo había hablado por última vez, algo que no se recoge en el diario de sesiones. Ibárruri respondió siempre que ella jamás había proferido eso. Salvador de Madariaga, que era parlamentario entonces, dejo escrito que la frase que él escuchó fue: «Éste es su último discurso».
En la sesión del 1 de julio, Calvo Sotelo vuelve a tomar la palabra, iniciándose un gran alboroto que obliga a que termine su intervención. La tensión aumenta, con intentos de agresión al diputado cedista Bernardo Aza, que son repelidos por los propios secretarios de la Cortes. Aza es expulsado de la Cámara en medio de lo que el diario ABC describe como un griterío ensordecedor. Gil-Robles, en sus memorias, recuerda que «Pasionaria» gritaba:»¡Hay que arrastrarlos!».
TENSIÓN EN EL DESFILE
El clima de violencia parlamentaria era un reflejo de la violencia en la calle. Como recuerda Ian Gibson en su libro: La noche que mataron a Calvo Sotelo, los enfrentamientos en la calle se multiplican a partir del desfile militar del día de la República, el 14 de abril. Llueve y la tensión se palpa, hasta el ruido de un proyectil que lanza un falangista borracho, logrando que todas las personalidades de la tribuna de autoridades se lancen cuerpo a tierra, pensando que es un atentado para matar a Azaña y a Martínez Barrio.
Pero, cuando empieza a desfilar la Guardia Civil, que se considera un cuerpo «derechista», comienzan los abucheos y las discusiones entre el público. De repente, se oyen tiros delante de la tribuna presidencial y cae muerto, con balas en la espalda, el alférez de la Guardia Civil Anastasio de los Reyes, que presenciaba la parada vestido de paisano. Los historiadores no se ponen de acuerdo ni en quién le mató ni en el motivo.
El Gobierno, al día siguiente, trata de torpedear el entierro para que se celebre en la intimidad, porque temen que se convertirá en una ceremonia de exaltación derechista, como así sucede: la esquela en ABC aparece censurada, sin hora, y se altera el recorrido para que acuda menos gente. Todos los intentos no pueden evitar que, el 16 de abril, se arremoline un gentío y que comiencen los incidentes, con varios tiroteos sobre el cortejo que causan unos cuantos muertos.
Los incidentes más graves se producen cuando el director de seguridad, José Alonso Mallol, ordena a la Guardia de Asalto disolver la manifestación de duelo. El teniente José del Castillo es el responsable al mando y ordena abrir fuego contra el gentío. Uno de los que caen fulminados, con pérdida de masa encefálica, es el estudiante falangista de 24 años Andrés Sáenz de Heredia, hermano del director de cine José Sáenz de Heredia y primo de José Antonio Primo de Rivera.
(Continuará)