Por Marcelo Agnoli

Libro revelador: HITLER VIVIÓ Y MURIÓ EN CHILE

Líder nacional socialista arengando a grupos neo nazis en Chile, el orador es Miguel Serrano defensor de la doctrina Nazi.

El periodista Osvaldo Muray, quien en 1966 tejió uno de los primeros hilos de la madeja que llevaría a desentrañar los misterios del caso de Colonia Dignidad, y que siguió desenredando en las páginas de Ercilla hasta los resultados que conocemos hoy, prepara un libro que dará que hablar. Su título es Chile: El último búnker de Hitler.

El siguiente es un anticipo de su investigación, del análisis de las evidencias que ha reunido y de la posible huida del Führer desde Berlín para refugiarse en una isla del sur de nuestro país.

 

Cualquier persona que se haya interesado en Adolf Hitler, dictador de Alemania y fundador del nazismo, sabrá que su destino final se ha equilibrado entre dos alternativas:

  1. a) Se suicidó en su refugio subterráneo de Berlín, junto a Eva Braun –luego de casarse con ella–, y los cadáveres de ambos se consumieron en una pira alimentada con 200 litros de petróleo. Dicha tesis fue aceptada finalmente por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial en Europa –los Aliados, encabezados por Inglaterra, Rusia y Estados Unidos– que pronto se olvidaron del Führer.
  2. b) Hitler escapó de Berlín y abordando un submarino, integrante de un convoy de naves semejantes, se dirigió al sur del planeta.

En esta parte de la teoría hay dos versiones diferentes. La primera, que se refugió en un escondite subterráneo en un remoto y casi inexplorado territorio antártico, descubierto y bautizado por los noruegos a comienzos de los años 20, como Tierra de la Reina Maud. Y que esta tesis no era una locura lo demuestran las expediciones militares norteamericanas que fueron a la Antártida en busca de un posible búnker secreto del Führer.

 La segunda versión asegura que Hitler buscó refugio en Argentina, muy cerca de Bariloche. Autores que han teorizado profusamente sobre esta última posibilidad aseguran que Hitler asistió a algunas cenas en su honor, o que conversó con varias mujeres que lo reconocieron como el desaparecido líder de los nazis.

  Cuando el fantasma del Führer se atravesó en mis afanes periodísticos, a fines de los años ´90 y en forma impensada y sorprendente, se entreveró con  el tema de Colonia Dignidad (que era mi propio fantasma desde 1966), pero rechacé la idea por demasiado fantástica.

   Sin embargo, algo había sucedido a fines de los ´80 que me hizo repensar el asunto. Cierto día, un periodista del diario “Fortín Mapocho” –Sergio Gutiérrez Patri, editor nacional del periódico, en el que yo era editor del sector Justicia– se me acercó acompañado de una persona que lo fue a visitar, diciéndome: “Te presento a un apreciado amigo, don Pedro Mansilla, arquitecto del Ministerio de Obras Públicas y destacado competidor internacional de deportes submarinos, quien tiene una historia que te va a interesar”.

   De esta manera conocí a Pedro y escuché su sorprendente relato sobre el hallazgo de un submarino, a doscientos metros de una desértica playa en el sur chileno. Junto con su relato, Pedro me dibujó un plano con la ubicación del navío.

   Pero los periodistas vivíamos horas turbulentas en Chile. Se había ganado el plebiscito, que puso fin al régimen de Pinochet y el país se aprestaba a su prueba de fuego: una elección democrática para designar un presidente de la República, luego de 17 años de dictadura. Nadie tenía tiempo para submarinos misteriosos. El relato de Pedro Mansilla y el plano de ubicación del navío quedaron para mejores tiempos, archivados en la memoria.

EL SECRETO DE DIGNIDAD

   A fines de 1997, a casi una década de la entrevista con Mansilla, caí en la cuenta de que Colonia Dignidad había cumplido treinta años como noticia y los escándalos en la organización germana seguían vigentes, y en aumento, como vigentes estaban este reportero y la revista Ercilla, autores de la denuncia que sacó al enclave alemán de su siesta pueblerina, en marzo de 1966.

   Entonces propuse publicar una serie de crónicas con un recuento histórico, haciendo notar que Dignidad, que fuera información exclusiva de Ercilla en 1966, había cumplido tres décadas en el plano noticioso y continuaban las informaciones sobre irregularidades como en sus primeros tiempos. Por aquellos días, la justicia iniciaba un nuevo proceso contra el inubicable Paul Schaefer, esta vez a petición del Gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

   Frente a este renacer del caso, volví a los enigmas de Colonia Dignidad mientras comenzaban a suceder cosas inesperadas. Cierto día de la primavera de 1998, conversando con un analista policial sobre el oculto poder que parecía tener Schaefer, me dijo: “Hemos llegado a la conclusión de que este sujeto posee el conocimiento de algún gran secreto, tal vez de carácter político, por lo que nadie se atreve a hacerle frente”.

   Y agregó sobre la marcha: “Y ese secreto debe ser de tal magnitud que ni siquiera el Gobierno alemán adopta una decisión drástica sobre la colonia, pese a que en Berlín se conoce al dedillo el régimen de esclavitud que agobia a los más de trescientos colonos”. Le pregunté cual podría ser dicho secreto y mi amigo replicó: “Es una sospecha solamente, pero demasiado fantástica para hablar de ella”.

   Esta breve conversación me dejó cavilando un par de meses. En esas cavilaciones descarté que se tratara del ocultamiento en Dignidad de alguno de los criminales de guerra nazis “sumergidos”, tales como Borman, Méngele, o algún otro de la cincuentena de grandes asesinos del Tercer Reich, aún con vida.

   A fines de los 90, los “sumergidos”seguían capeando la intensa persecución judía. Contribuyendo a descartar a los criminales de guerra prófugos, consideré que todos ellos tenían órdenes de captura cursadas por Alemania y otros países, por lo cual no gozarían de la protección del Gobierno germano. Asimismo, los jerarcas de la Colonia habían asegurado que en sus tierras no le darían refugio a ningún nazi connotado.

  Dignidad evitaba teñirse públicamente de nazista, porque tal etiqueta pondría en peligro su secreta misión oficial, cual era ser un enclave anticomunista para evitar que Chile se convirtiera en una segunda Cuba.

   Pero esta oculta “misión” de Dignidad, aceptada sin reparos por los gobiernos de Jorge Alessandri y los que le siguieron, y apoyada alegremente por numerosos políticos de derecha y centro, planteaba una nueva interrogante: ¿Por qué la Inteligencia alemana se preocupa del comunismo en Chile, que es el coto de caza privado de la CIA? Y un segundo enigma: ¿No habrá otra razón, más oculta aún, que el combate anticomunista, y que este combate sea un biombo que oculte otro secreto más trascendente para Alemania?

De tanto darle vueltas al asunto, recordé de pronto a Pedro Mansilla y su submarino… ¿Submarino? Y la palabra me trajo el recuerdo de algunas conjeturas surgidas en diversos ámbitos, especialmente europeos, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Esas teorías aseguraban que Hitler había escapado al sur del mundo en una flotilla de submarinos, pero nadie, hasta ahora, había mostrado alguna de tales naves como prueba de indiscutible seriedad.

 El próximo y obvio paso era estudiar a Hitler, a los nazis y los últimos días de la guerra en Europa; mejor dicho, la batalla de Berlín. Decididamente, el fantasma recurrente de Adolf Hitler Polz se había instalado en mis preocupaciones.

   En esta pesquisa, que me llevó a penetrar en las profundidades de medio siglo de historias y rumores, yo buscaba antecedentes que desvirtuaran mi idea del Führer en Chile. Durante dos años estudié libros y crónicas periodísticas que hablaban sobre el tema, esperando que en algún momento surgiera la prueba definitiva de que mis sospechas eran erradas y que Hitler jamás pisó tierra chilena.

¿SUICIDIOS EN EL BUNKER?

   Pero ante cada hallazgo de nuevos antecedentes aparecían algunas evidencias que afirmaban lo contrario, puesto que todos los hechos conocidos y registrados históricamente apuntan a la fuga del Führer pocos días antes que finalice abril de 1945.

   Esto significaría, por ende, que el matrimonio de Hitler con Eva Braun corrió a cargo de un par de infortunados dobles –o sosias– de uno y otra, quienes, desgraciadamente, fueron asesinados sin testigos en la habitación privada de Hitler.

Y es un hecho confirmado que el Führer usaba a sus dobles en ciertas actividades públicas por motivos de seguridad o para confundir a sus enemigos. De este modo, los dos asesinatos en el búnker se hicieron pasar por suicidios.

 Es tan tan poco fiable la identificación de los cadáveres por parte de los testigos que se “reclutaron” para este trágico montaje, que una cocinera, al serle preguntada por las autoridades de ocupación aliadas si estaba segura de que el cadáver que vio era de la Braun, afirmó: “A ella la sacaron envuelta en una frazada para quemarla, pero le sobresalían los pies y llevaba los mismos zapatos que usara en la mañana”. Vale decir, la mujer identificó un calzado semejante al que usaba Eva Braun, pero no a la supuesta esposa del Führer.

Otra de las precauciones adoptadas para encubrir la fuga la tomó el mismo Hitler, al exigir a su hombre de confianza, su chofer personal, que tras su suicidio y el de Eva los rociaran con 200 litros de petróleo para reducir los cuerpos a cenizas, “porque no quiero ir a parar a un museo de Moscú”. Pero es también creíble que la finalidad de la incineración era evitar que los vencedores recuperaran los cuerpos y constataran que los supuestos suicidas eran perfectos sosias de ambos.

Esta estratagema resultó, porque los vencedores, oficialmente, aceptaron la identificación de los restos sin contar con pruebas científicas rigurosas. No obstante, a título personal, todos los líderes –tanto rusos, que hallaron los cuerpos calcinados, como los demás aliados– dijeron desconfiar de esa solución, para opinar que Hitler se había dado a la fuga. Y dichas opiniones eran para tenerlas en cuenta, porque las emitieron Stalin, Eisenhower, Bedell Smith, el mariscal Zhukov y el coronel-general ruso Alexander Gorbatov.

Este último era el representante de Stalin en la Kommandatura de Berlín y declaró a los periodistas occidentales el 30 de julio de 1945 que “no hay la menor prueba de la muerte de Hitler y lo más probable es que haya escapado de Alemania”. A mayor abundamiento, todos quienes de una u otra forma tuvieron que ver con la invasión y ocupación de Berlín, fueron de la misma opinión.