EL ESTADO PARALELO DEL NAZISMO
“Un primo”. Así se lo anunciaron a Catalina. Así lo vio y así lo atendió llevándole el desayuno y la comida durante aproximadamente una semana. Para esa adolescente, que había sido adoptada por el matrimonio alemán de Walter e Ida Eichhorn, para quienes hacía tareas domésticas, el hombre que estaba hospedado en la casa de huéspedes era un familiar que había llegado de Alemania. Su cara, su gesto, a ella también le resultaban familiares, aunque biológicamente no tuviese nada que ver, porque Catalina era Gamero de apellido. Pero desde que vio al “pariente” tuvo la certeza de que el apellido de éste era Hitler.
Y no sintió que se le presentara un fantasma. Quizá porque en aquellos años, finales de la década del 40, las comunicaciones no eran tan fluidas y la capacidad de sorpresa tenía un vuelo diferente al actual. Pero ese hombre al que ella afirmó haber visto de cerca en 1949, se había “oficialmente” quitado la vida el 30 de abril de 1945, cuando la guerra estaba irremediablemente perdida para los nazis luego de que el Ejército soviético controlara Berlín. Aquel acontecimiento fue el inicio del fin de la Segunda Guerra Mundial y, también, el comienzo de uno de los mayores mitos y misterios de la historia contemporánea. ¿Hitler se suicidó en su búnker o todo fue una puesta en escena y en realidad huyó?
Por entonces, la radio alemana no dejó dudas respecto a la muerte de Hitler junto a su joven esposa, Eva Brown. “Nuestro Führer, Adolf Hitler, ha caído esta tarde en su puesto de comando en la Cancillería del Reich luchando hasta su último aliento en contra del bolchevismo y por Alemania”, dijo un comunicado al que, luego, el jefe de la Armada del Reich, Karl Dönitz -quien más tarde sería condenado en los Juicios de Nüremberg- completó revelando que su líder había tenido “la muerte de un héroe”.
Los medios y la noticia de la muerte de Hitler.
Sin embargo, ya desde ese momento, algunos descreyeron de la versión oficial. The New York Times, por ejemplo, publicó al día siguiente un artículo en el que su corresponsal en Alemania cuestionaba la veracidad del anuncio del suicidio de Hitler, al que calificaba como “maestro de la mentira” y afirmaba que “intenta cometer un gran fraude final ante el mundo en un esfuerzo por salvarse”. Y cita a ex presos políticos del nazismo, quienes aseguraban que el dictador era “tan delincuente que sería incapaz hasta de morir honestamente”.
Fueron los soviéticos, a través de Josef Stalin, los primeros en dar curso a la información de que Hitler había huido. Para algunos fue una estrategia con el fin de ensuciar a los Estados Unidos, país que, si bien combatió al nazismo en la guerra, tenía algo que lo emparentaba con la ideología del nacionalsocialismo: su desprecio por el comunismo. Con el tiempo se conoció que no fueron pocos los nazis que encontraron cobijo en territorio norteamericano…
¿Hitler? En el contexto teórico de su fuga y sobrevida post guerra, Sudamérica se convirtió en su principal refugio, como también lo fue para otros jerarcas nazis. Archivos secretos del FBI desclasificados medio siglo después de finalizada la guerra lo aseguraron; también diversas investigaciones periodísticas en formato de documentales televisivos y libros, como los del periodista Abel Basti, quien profundizó sobre pruebas de que el líder nazi vivió clandestinamente en la Argentina, entre otros países de la región, después de terminada la Segunda Guerra Mundial.
Este recorrido, que se inició en las costas rionegrinas del Mar Argentino, además de pasar por la Patagonia, encontró hospedaje, apoyo y contención en la provincia de Córdoba, más precisamente en el Valle de Punilla, en la localidad de La Falda. Allí funcionaba el Hotel Edén, lugar de alojamiento VIP y con tecnología súper moderna para la Argentina de aquellos tiempos, aunque cuando Hitler pasó por ahí, en realidad, ya no funcionaba como hotel porque nuestro país le había declarado formalmente la guerra al Eje a fines de marzo de 1945, un mes y medio antes de la rendición alemana, quedando sólo Japón en combate hasta el 2 de septiembre tras la caída de la segunda bomba atómica, en Nagasaki, y el Gobierno Nacional incautó ese inmueble y lo usó como “cárcel” para los diplomáticos japoneses, quienes pasaron a ser prisioneros de guerra.
Walter y Eva Eichhorn se habían hecho cargo del hotel en las primeras décadas del siglo cuando la zona prácticamente era un descampado que se fue urbanizando alrededor del Hotel Edén. El lujoso hotel precisaba aprovisionamiento y mano de obra, y la región fue creciendo a su ritmo. “Edén” era un nombre que resultaba descriptivo también, porque se trataba de un alojamiento paradisíaco. Y con un nivel de industrialización propio de los países más desarrollados, en especial en lo que tenía que ver con la higiene (había modernas máquinas lavadoras de la ropa blanca y la mantelería, con agua que se sacaba de las vertientes) porque la tuberculosis era una peste que afectó fuerte al país especialmente en la primera mitad del siglo XX y los cuidados en la limpieza eran fundamentales. El Hotel cuidaba estrictamente esos detalles, como también la alimentación (tenía frigorífico), importando la mayoría de los alimentos, mientras que el agua y el vino sólo se servían envasados. Fue una verdadera revolución en la hotelería nacional, con servicios de primer nivel mundial, como generadores de luz eléctrica, telégrafo primero y teléfono después, una cancha de golf de 18 hotos, piscina olímpica, cabalgatas por las sierras y cine.
Los Eichhorn adhirieron desde un principio a la ideología nazi y se afiliaron al Partido Nazi al comienzo de los años 20. Pero, por sobre todas las cosas, fueron financistas del nazismo. Europa había salido de la Primera Guerra Mundial y en poco tiempo entraría en la Segunda, mientras que Argentina era un país que se estaba poblando a fuerza de inmigraciones y de una tierra próspera y rica. Acá se juntaba plata para mandar a Alemania. Y no sólo que hicieron grandes aportes a la causa que impulsaba Hitler, sino que transformaron tanto al hotel como a toda esa región en un reducto nazi. Como afirmaba Alfred Rosemberg y su cosmovisión nazi, donde había sangre germana, el suelo les pertenecía. El Edén y sus alrededores era una construcción de ellos y fue una especie de Estado paralelo.
En uno de sus viajes a otro hotel “clase A” de la época y también con fuerte arraigo nazi, el Hotel Viena, en la Laguna de Mar Chiquita (Córdoba), el matrimonio Eichhorn conoció a la familia de Catalina Gamero, la quinceañera que atendió a Hitler y que años después confirmaría su paso por La Falda. La joven vivía en Miramar, un poblado con playas en la Laguna, que es la segunda más grande de agua salada de Sudamérica. La certeza de que el clima serrano sería más favorable para su salud, como también que en La Falda, junto a la familia alemana, hallaría comida, educación y buena vida, promovieron la mudanza. Junto a los Eichhorn terminó de aprender las tareas de la casa, convirtiéndose en una suerte de asistente personal. La habían adoptado y vivía junto a ellos en la casona que estaba a unos 200 metros del Hotel. En ese chalet fue donde se hospedó Adolf Hitler.
Mientras el Tercer Reich tuvo vigencia, Walter e Ida solían viajar a Alemania y pasar anualmente un tiempo en su país (alternaban su vida entre La Falda y Berlín). En uno de aquellos viajes, el propio Hitler los condecoró y agradeció en un evento organizado especialmente, por la colaboración y disposición que los Eichhorn tenían hacia el Nacionalsocialismo alemán. Fue en mayo de 1935 y la fiesta tuvo lugar en la mismísima Cancillería alemana. El diploma, de puño y letra del propio Führer, decía “querido camarada Eichhorn: desde su ingreso en 1924, usted junto a su esposa ha apoyado al movimiento nacionalsocialista con un enorme espíritu de sacrificio y acertada acción, y a mí personalmente, ya que fue su ayuda económica la que me permitió -en el verdadero significado de la palabra- seguir guiando mi organización”.
Según reveló el periodista, Abel Basti, además “hay innumerables cartas cruzadas que prueba el fluido vínculo entre el matrimonio y Hitler”. El investigador también aseguró que la versión de Catalina Gamero fue confirmada por un periodista local que, de adolescente, entró en la casa de Walter e Ida y vio fotos de ellos con Hitler, además de cartas posteriores a la guerra. Y que hay un documento del FBI, que él reproduce en uno de sus libros, que cuenta que “desde 1945 estaba todo preparado en La Falda para recibir a Hitler y el informante era el jardinero de la familia”. En su estadía en esta localidad cordobesa, el Führer, además de haber estado en la casona de los Eichhorn vecina al Edén, luego fue trasladado a otra vivienda de ellos, en el cerro Pan de Azúcar (Cosquín), antes de seguir camino a Misiones, la selva y pasar a Paraguay, donde desde 1954 ya gobernaba el dictador, y afín a su ideología, Alfredo Stroessner.
Hotel Edén antiguo, bodas de plata de los dueños (1937)
El gobierno argentino, ya con Juan Domingo Perón en la presidencia, le devolvió el hotel a la familia propietaria dos años después de habérselo incautado y fue puesto en venta. Con el tiempo, el Edén fue una ruina hasta que en 1998 pasó a manos del municipio de La Falda, que lo declaró Monumento Histórico Municipal. Actualmente, está abierto al público en general aunque no funciona como hospedaje sino como “Complejo Recreativo Histórico Cultural”, que incluye visitas de día y de noche, mientras se sigue trabajando en su restauración total y puesta en valor.
Su historia centenaria, que se inició en 1897, cuando el oficial prusiano Roberto Bahlcke compró las 900 hectáreas de la Estancia La Falda de la Higuera, está atravesada por otra historia, la de sus dueños nazis, los Eichhorn, y su antena de onda corta que captaba los discursos de Hitler en tiempos del Tercer Reich, el retrato gigante -autografiado- del Führer que dominaba la escena del salón de reuniones, la vajilla que lucía el simbolismo nazi y los saludos levantando el brazo. Y por el mito y misterio más grande del siglo XX: ¿Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945? Si esto nunca sucedió, como lo afirman documentos, investigaciones periodísticas y lo contó Catalina Gamero, Adolf Hitler se refugió en la Argentina y pasó por el Hotel Edén.
Hitler murió a los 73 años
En 2014, tras la publicación de otro de sus libros, el periodista argentino seguía defendiendo que Hitler «no vivió enclaustrado», sino que se trasladaba con total libertad por Argentina y otros países como Brasil, Colombia y Paraguay. Según Basti, las principales agencias de inteligencia del mundo, como la CIA y el MI6 británico, contaban con informes y fotografías que confirmaban la presencia de este en Sudamérica después de 1945. Y hasta detallaba que, durante los dos primeros mandatos del expresidente argentino Juan Domingo Perón (1946-1955), este vivió en la hacienda San Ramón, a unos 15 kilómetros de Bariloche, bajo el seudónimo de Kurt Bruno Kirchner. La teoría fue también sugerida por Gerrard Williams y Simon Dunstan en su libro « Grey Wolf: The Escape Of Adolf» (Lobo Gris: la huída de Adolf), publicado por la editorial Sterling en 2011. Estos dos autores británicos aseguraron que el genocida había muerto en Argentina a los 73 años, en 1962.
En 2017 se difundió también un supuesto documento de la CIA de octubre de 1955, en el que uno de sus agentes en Sudamérica, que firmaba bajo el nombre de Cimelodoy-3, informaba a sus superiores de la posible presencia de Hitler en Colombia. El secreto le había sido confiado por un ex soldado de las SS llamado Phillip Citroen, quien le había mostrado una imagen de un hombre vestido de traje con el característico bigote del Führer, sentado junto a un Citroen. En el epígrafe se leía: «Adolf Schrittelmayor, Tunja, Colombia, América del Sur, 1954».
El año pasado, sin embargo, se publicó un estudio realizado por un equipo de investigadores franceses, publicado en la revista « European Journal of Internal Medicine», en el que se concluía que Hitler murió como consecuencia de una bala y de ingerir cianuro al final de la Segunda Guerra Mundial. Para su investigación tuvieron acceso a varios fragmentos de los dientes del dictador celosamente guardados en Moscú. «Los dientes son auténticos. No hay duda posible. Nuestro estudio prueba que murió en 1945. Ahora podemos poner freno a todas las teorías de la conspiración sobre Hitler. No huyó a Argentina en un submarino, no está en una base oculta en la Antártida ni en el lado oscuro de la Luna», aseguraba Philippe Charlier, coautor de la investigación, a la agencia AFP.
«El Gobierno de Israel y los cazadores de nazis como Simon Wiesenthal nunca tuvieron dudas sobre la muerte de Hitler en Berlín. Buscaron sin descanso a otros nazis fugitivos o desaparecidos, como Martin Bormann, pero a Hitler no lo buscaron jamás», subraya Arreseigor en su libro.
Las más increíbles historias y teorías conspirativas sobre su muerte y la supuesta huida hacia la Patagonia de Adolfo Hitler
Adolf Hitler. Shutterstock
En 1969, Albert Panka cumplió 80 años. Era un minero alemán que a esa altura llevaba varios años retirado. Un hombre hosco y reservado que en los últimos 25 años había sido detenido alrededor de trescientas veces. No era un delincuente ni tenía problemas con el alcohol. Su problema era de fisonomía. Su parecido con Hitler era tan grande que cada vez que aparecía en público, alguien lo denunciaba y era apresado e interrogado por las autoridades. Al cumplir 80 pidió públicamente que lo dejaran tranquilo y le permitieran transitar su vejez en paz.
Lo que sufrió Panka no fue solo por un bigote ceñido o el pelo cayendo sobre su frente. Se debió a la vocación de una buena parte de la población a creer que Hitler se fugó del bunker, que nunca se suicidó sino que escapó hacia algún destino lejano en el que envejeció oculto, en paz e impune.
La mayoría de los que están convencidos del escape del Führer sitúan sus serenos años finales en el sur argentino.
Es difícil saber con exactitud quién es el que pone en marcha una teoría conspirativa, quién es el primero en dar a conocer una versión verosímil pero falsa de un evento histórico. Sin embargo, en el caso de la muerte de Hitler se sabe con exactitud quién fue su iniciador: Joseph Stalin.
Supuestas muestras de restos de Hitler que habrían recogido los soviéticos.
Los soviéticos se enteraron de la muerte de Hitler al día siguiente de su suicidio. El jefe del Estado Mayor del Ejército alemán, Hans Krebs, fue con una propuesta de paz a los soviéticos y les informó del suicidio del Führer. La reunión fracasó porque los soviéticos exigieron rendición incondicional (estaban en condiciones de hacerlo y, además, era lo acordado entre los aliados). Krebs, que siempre había sido leal a su jefe, se suicidó esa misma tarde. Y la mayor autoridad soviética en Berlín, el general Georgy Zhukov, ordenó poner la noticia de la muerte de Hitler en la primera plana del Red Star, el diario de sus tropas; quería que sus soldados conocieran lo antes posible sus logros, premiarlos con la noticia. También lo comunicó Karl Dönitz al pueblo alemán por radio. Pero tres semanas después Stalin le dijo a un enviado norteamericano que Hitler se había escapado. La información del destino se excedía en su vaguedad geográfica. Stalin dijo que estaba en España o Argentina. Mientras tanto, Zhukov en Alemania empezó a repetir la misma versión.
Se supone que la motivación de Stalin era sembrar la incertidumbre, que las demás naciones vencedoras carecieran de las certezas que él ya tenía. De paso dejaba a su gran enemigo como un cobarde, como alguien que ante el peligro, ante la posibilidad de caer en manos enemigas prefirió escapar antes que resistir hasta el final tal como él le pedía a su pueblo. Pero además, si Hitler estaba vivo, existía siempre la posibilidad de un regreso. Por lo tanto no había espacio para contemplaciones ni para medidas blandas. La sombra del Hitler fugado le permitía convencer a los demás de aplicar sanciones duras, de ser inflexibles con Alemania y con los restos del nazismo.
Los ingleses se preocuparon y enviaron a un agente del servicio secreto y al historiador Hugh Trevor-Roper a reconstruir los hechos y a obtener todos los testimonios y pruebas posibles. Trevor-Roper elaboró un informe que determinó el suicidio de Hitler que fue publicado como libro poco después (Los últimos días de Hitler) y que tuvo un gran éxito. El historiador inglés sin embargo no pudo contar con los testimonios de los colaboradores más cercanos de Hitler en los últimos días del Bunker porque estaban en manos de los soviéticos. Sin embargo cuando se desclasificaron esos informes y declaraciones fueron concordantes con las conclusiones del inglés.
Restos de Gustav Weler, un doble de Hitler, muerto en las cercanías del bunker
Lo cierto es que la estrategia de Stalin fue efectiva. Sobre Alemania y los antiguos jerarcas nazis se actuó con firmeza. Pero además generó el desconcierto en las otras fuerzas vencedoras.
Un informe del FBI de los meses posteriores a la rendición nazi consignaba los múltiples destinos en los que se decía haber visto con vida a Hitler. El informe enumeraba posibilidades tan variadas como contradictorias. A la agencia habían llegado rumores de que había sido asesinado en el bunker; que había escapado de Berlín por aire, o desde Alemania en un submarino. Otros afirmaban que vivía en una isla alejada del Báltico, en una fortaleza en Renania, en un monasterio español, en un campo sudamericano. Hasta decían haberlo visto viviendo entre delincuentes en Albania. Un periodista suizo declaró que Hitler y Eva Braun residían en Bavaria. Y hasta la agencia de noticias soviética envió un cable afirmando que Hitler fue encontrado en Dublín travestido.
Otros destinos en los que dijeron haberlo visto en esos primeros meses de posguerra: un café austríaco, una congregación de monjes tibetanos, Arabia Saudita o una prisión secreta en los Urales a disposición de los soviéticos.
Pero con los años la versión que tomó más fuerza y que casi monopolizó las teorías conspirativas fue que Hitler logró fugarse del búnker y del asedio del Ejército Rojo y, junto a Eva Braun, llegar hasta Argentina. ¿Cómo logró escapar? No está claro. ¿Cuál fue el primer destino? Tampoco. Algunos sostienen que un helicóptero lo llevó hasta Austria, de ahí un avión lo acercó en Barcelona y luego sí pudo abordar el submarino que atravesó el Atlántico para depositarlo en la Patagonia. Otros suponen una travesía terrestre hasta España y hasta el submarino. Estas versiones no profundizan en cómo pudo atravesar media Europa en esos álgidos meses de 1945.
Argentina era el destino ideal para encontrarle residencia (real o ficticia) al Führer. Una tierra lejana, de gran extensión y más que amable receptora de nazis. Pero en este caso, Hitler no habría llegado como el resto de los criminales nazis a través de la Ruta de las Ratas sino en submarino.
Los jardines afuera del bunker de Hitler en Berlín en 1947
Pero pese a lo intrigante e interesante de este tipo de narraciones siempre la historia con sus datos fríos se impone y termina destruyendo versiones más entretenidas. Es cierto que dos submarinos alemanes llegaron a Argentina después de la guerra (el U-530 y U-977). Lo hicieron para no tener que entregarse a las fuerzas británicas. Pero en ninguno de ellos arribó ningún jerarca. Los que sostienen esta versión alternativa hablan de una flota de tres submarinos que desaparecieron en abril de 1945. Pero lo cierto no es que las naves se esfumaron sino que fueron hundidas por la flota aliada: el U-1235 fue alcanzado el 15 de abril por los torpedos enemigos, el U-880 fue hundido el 16 de abril, un día después, por un destructor americano y el 22 de abril sucedió lo mismo con el U-518. Es decir, los tres submarinos no desaparecieron para oficiar de ferrys privados del Führer sino porque los destruyeron los aliados. Otro tema con el submarino y su salida desde Barcelona: en caso de haber sido así tuvo que atravesar Gibraltar y eludir la guardia inglesa, hecho que parece poco probable.
El historiador Richard Evans ha publicado recientemente un libro que analiza varios mitos y teorías conspirativas alrededor del nazismo. Se llama The Hitler Conspiracies y en su último capítulo (el más extenso de todos) analiza las versiones sobre la fuga de Hitler y las demuele una a una con paciencia y precisión.
Una imagen del búnker de Hitler
Evans, que además de sus sólidos trabajos sobre el nazismo ya se había ocupado en textos anteriores de los negacionistas y los revisionistas del Holocausto, muestra cómo si bien desde el fin de la guerra se tejen versiones sobre Hitler y su vida en Argentina, es en el siglo XXI cuando más obras se produjeron al respecto, cuando estos rumores o versiones alternativas encuentran mayor eco.
El mundo moderno es un lugar fértil para las teorías conspirativas. Cuanto más popular y lejano el hecho, más verosímil cualquier supuesto que cuente una versión paralela de la historia. Parte del público se muestra dispuesta a defender a capa y a espada la versión alternativa de grandes hechos políticos, de muertes y de alunizajes. Posiblemente uno de los terrenos en los que se reproducen con más facilidad es todo lo relacionado con el Tercer Reich. Pese al paso del tiempo el tema genera interés siempre renovado pero las revelaciones reales cada vez son más escasas.
Los argumentos que sostienen los que niegan el suicidio de Hitler en el bunker son similares y trabajan sobre los mismos resquicios. Eisenhower y Stalin en algún momento expresaron sus dudas, nadie presenció el suicidio, hubo informes del FBI con las versiones múltiples, existirían grandes extensiones de tierra en la Patagonia que eran propiedad de nazis, Argentina acogió a muchos nazis, algunos testigos vieron al Hitler anciano reposar en Argentina.
Las versiones alternativas más difundidas cuentan a grandes rasgos este recorrido: Hitler y Eva Braun se fugaron del bunker bajo las bombas soviéticas, de alguna manera imprecisa llegaron a España y abordaron un submarino que los depositó en la Patagonia, en donde vivieron tranquilos y felices sin ser molestados por nadie aunque sin quedarse quietos, porque viajaron por diversos lugares del continente, desde Mar del Plata hasta Colombia. Hasta sostienen que la pareja tuvo dos hijas, una de las cuales sospechan podría ser Angela Merkel.
Cena de Hitler y Goebbel en el búnker
Hasta hace unas décadas, el escape y el establecimiento de Hitler tenía mucho que ver con el accionar de Martin Bormann. Pero la influencia de Bormann se fue difuminando desde que se comprobó fehacientemente que nunca salió de Berlín y que murió en mayo de 1945. Bormann sirve como ejemplo para otro aspecto más. Los cazadores de nazis con Simon Wiesenthal al frente lo buscaron en Argentina hasta comienzos de los años setenta sin estar convencidos de su muerte. A la mayoría de los jerarcas nazis que lograron escapar los persiguieron sin descanso, los rastrearon por cada rincón del mundo, dando con varios de ellos. Sin embargo ni Wiesenthal ni el matrimonio Klasfeld ni ninguna otra organización que persiguió a nazis fugados buscó nunca seriamente a Hitler, ni en Argentina ni en ningún otro sitio.
Son varios los que dicen haberlos visto a la pareja de Hitler y Eva Braun. Pero la mayoría de los que citan a estos testigos lo hacen reservando su identidad o revelando su testimonio recién una vez que ellos murieron. Nadie aportó pruebas efectivas de alguna de estas afirmaciones (alguien hasta usó una foto que en realidad era una imagen modificada y envejecida del Bruno Ganz de La Caída, la película que muestra los días finales de Hitler).
El otro ataque que hacen los que sostienen estas versiones alternativas es el de intentar el desprestigio genérico de las investigaciones historiográficas más serias. Atacan aquello que llaman “Historia oficial”. Sin embargo, los historiadores serios que estudiaron el nazismo coinciden en las circunstancias de la muerte de Hitler. Se basan en los testimonios de los otros habitantes del bunker, en sus expresiones de los días previos a los otros jerarcas nazis, en el testamento dictado a su secretaria, en los archivos que los rusos desclasificaron después de la caída del comunismo que demuestran que Stalin quiso sembrar la incertidumbre en sus socios, y en el estudio forense realizado por especialistas franceses de las piezas dentales de Hitler que fueron encontradas en el lugar.
Equipo médico ruso que analizó los restos de Joseph Goebbels
El cráneo es otra historia. Porque el fragmento de cráneo que los soviéticos dijeron que era de Hitler, según un ADN perteneció en realidad a una mujer.
Uno de los puntos flojos de los que sostienen que Hitler escapó es el estado de salud del Führer para esa época. Unánimemente los testigos hablan de un decaimiento evidente y de señales claras de un parkinson que avanzaba con celeridad. Difícil imaginar una gran sobrevida y en buenas condiciones de ese ser ya alienado, enfermo y frágil. La respuesta de la versión alternativa es que en realidad quien padecía los temblores y el mal estado no era Hitler, sino su doble. Lo extraño es que no lo haya notado ninguno de sus colaboradores más cercanos, aquellos que estuvieron dispuestos a dar la vida y a acompañarlo hasta el final -aun aquellos que mataron a sus hijos antes de suicidarse ellos como el matrimonio Goebbels-.
No importa quién haya ayudado a Hitler. Algunos sostienen que Allan Dulles, el director de la CIA, fue el que le pidió a Perón que lo cobije. Otros cargan todo a la cuenta de Odessa y su omnipresencia. A ninguno le parece extraño que tanta gente conociera un secreto de estas dimensiones y todos hayan guardado silencio. O que ninguno de los muchos criminales nazis que vivieron en Argentina lo haya contactado o hubiera hablado de la estadía de Hitler en Argentina. O que el plan para alojarlo no solo suponía que lo conociera Perón sino muchísima más gente. O que las supuestas hijas no hubieran aparecido nunca más.
Hitler saluda a Eva Braun. Ambos murieron en el bunker
Muchos de los que publican estos trabajos, que generan un interés evidente y que suelen tener una interesante repercusión, cuentan en su trayectoria con trabajos negacionistas o son especialistas en teorías conspirativas.
Evans sostiene que esta “pseudohistoria ofrece un entretenimiento perverso en donde nada es lo que parece, y que convence al lector de que los académicos de la historia dominante ocultaron secretos terribles durante décadas”.
Evans en su libro afirma que los textos del argentino Ariel Basti carecen de pruebas documentales, que los testimonios son de segunda mano y que los testigos no proveen evidencia certera, solo dichos casi imposibles de corroborar.
Los que elaboran teorías conspirativas buscan percudir los estudios académicos y metodológicos. Ingresan, gracias a una narrativa ingeniosa y atractiva, en zonas en las que hacen dudar a su público, ávido por desconfiar (muchas veces con razón). “Si dañamos la credibilidad de los trabajos investigados adecuadamente se puede sustituir a la realidad por los mitos. Y si los historiadores serios se equivocan respecto a la muerte de Hitler pueden estar equivocados en todo lo demás, incluyendo el Holocausto y sus consecuencias”, afirma Evans.
Libros, películas, series y notas periodísticas difunden estas historias alternativas que muchas veces no deben molestarse en brindar pruebas ni siquiera en tensar los argumentos lógicos porque cuentan de antemano con la buena voluntad del lector, con una disposición previa para creer. Y según ese sesgo previo, el receptor puede creer que Hitler fue un traidor y un cobarde que puso a un doble en su lugar, que hizo morir por él a toda una nación, que escapó a un destino seguro y confortable (si Argentina lo fuera) mientras los demás sufrían. O alguien de una habilidad extraordinaria, que escapó pese a todo, que logró engañar a las mayores potencias, que no logró ser derrotado.
En la mayoría de las versiones esta es la línea que subyace: la supervivencia de Hitler marcaría su superioridad, la habilidad para no rendirse ante el enemigo, para seguir engañándolo, como una victoria, una especie de reivindicación postrera en la que Hitler se habría burlado de sus enemigos, de la justicia y de la muerte. Como si él pudiera reescribir la historia.