Hacia 1885 un conde francés apellidado Gobineau publicaba un librito que luego se hizo famoso, titulado “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”. Dicho librito fue considerado un ensayo sobre racismo científico y al conde se lo consideró el padre del racismo moderno. ¿Qué tal? El tipo era un diplomático francés que anduvo por varios países, escribió muchas cosas, pero ésta sí que hizo ruido… El librito luego fue tomado por Hitler, entre otros, para justificar su accionar basado estrictamente en la ideología antisemita. Hay que decir que el conde nunca fue tan antisemita como Adolfo pero que sí predicaba científicamente la supremacía de la raza aria….

Calles más, calles menos, tenemos un expresidente que no hace mucho, más bien hace unos días, dijo que la raza aria era superior (que yo sepa, él desciende de italianos, pero, bueh… el imaginario, es el imaginario).

La irrupción en la escena política de algunos personajes francamente aterra… El problema no es lo que dicen, no tanto, sino lo que pueden hacer, en base tanto a sus dichos como a sus seguidores…

Yo leí al conde, horrorizada,  en el primer año común de la Facultad de Humanidades y Artes, en Antropología, con la profe Nora Garrote, allá por 1985.

Después de muchos, muchos años, este año puntualmente, leí dos maravillosos libros de autores argentinos: el primero, “El petiso orejudo”, de María Moreno, editado por Tusquets en 2021, el segundo “La jaula de los onas”, de Carlos Gamerro, editado por Alfaguara, también en 2021.

Aclaro que como soy muy pobre saqué ambos libros de la Biblioteca Pedagógica Provincial Eudoro Díaz, maravillosa biblioteca, si las hay.

En ambos libros, tanto el de Gamerro como el de María Moreno, los autores hacen un trabajo de investigación muy profundo al que adosan elementos ficcionales como para elaborar un producto medianamente novelado, pero esas novelas mezclan ambas vertientes (la de la investigación “científica” junto con la narrativa literaria ficcional) en dos propuestas muy corales, ricas y diversas.

   El de Gamerro no deja de tener un tono épico maravilloso, es una historia de aventuras, a pesar de los aberrantes datos vertidos sobre la práctica habitual del racismo en la Argentina, más puntualmente en territorio patagónico, sobre todo en Tierra del Fuego.

El relato de los once Selk’nam secuestrados y llevados a la Exposición Universal de París de 1889 (a 100 años de la Revolución Francesa), enjaulados para la muestra y alimentados a carne cruda por el aventurero francés Maurice Maître es verídico pero el autor, con mucho humor, le agrega todos los condimentos y aditamentos posibles tanto de la época como de la argentinidad de esa época. También retrata inmigrantes extranjeros (salesianos, franciscanos, terratenientes ingleses o escoceses)sin igual. Todos venían a “hacer la América” y  lucran con los indios. La historia de Calafate que aprende, a lo largo de su periplo, a usar lo que más le conviene de cada cultura y de cada civilización, es, calles más, calles menos, la historia de muchos sobrevivientes de los pueblos originarios. También como melodía de fondo suenan tanto la teoría lombrosiana (criminalidad hereditaria basada en rasgos fisonómicos o físicos, especialmente a través de la medición estricta y científica de los cráneos) como la del condecito, además, claro, de la de Darwin.

María Moreno no se anda con chiquitas y tampoco se queda atrás: leí muchos estudios sobre el petiso orejudo (hice psicología forense muchos años) pero nunca ninguno que abarque tanto. En dichos y documentos de muchos actores aparecen retratadas en su obra todas las facetas del petiso. El retrato de la época, el de la Buenos Aires de la inmigración reciente, es perfecto, diría. Las voces de los personajes que más sobresalen: la del petiso, la de la madre de su primer víctima, su forma de asesinar, la de los “científicos” y periodistas de la época, etc. logran  una convergencia de factores que hacen entender al lector por qué el petiso terminó como terminó (arriesga como hipótesis un homicidio en una suerte de linchamiento presidiario), ya que nunca se encontraron sus restos y quedó en la historia de la criminología argentina que la esposa del director del penal de Ushuaia se quedó con un fémur de su pequeña arquitectura.

Más allá de las teorías científicas que avalan el racismo y la criminología positiva, teorías en las que se basó la política demográfica racial argentina (el exterminio del indio, el negro y el gaucho (en ese orden) para reemplazarlos luego por el inmigrante europeo), las dos novelas mencionadas (porque a pesar de todo son y siguen siendo novelas) son maravillosas, imprescindibles para cualquier lector…

También leí hace muchos años, y siempre lo doy en el taller porque me parece un cuento extraordinario, el cuento de Germán Rozenmacher, “Cabecita negra”, genial cuento del cuentista genial.

En él queda explicitado (salió en 1962 publicado en la Revista Siete Días) el racismo argentino: una clase social (el comerciante burgués) amenazada física y realmente por otra clase social (en el cuento dice los “negros” pero si le preguntáramos a Mariano Moreno o a Manuel Belgrano, dirían, los del regimiento de los pardos y morenos, que son los que batallaron nuestraindependencia).

El final del cuento: “Y de pronto, el Sr. Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada”, es muy emblemático y hasta premonitorio de los duros años de plomo que vinieron después. También una parte del cuento en donde busca protección en un policía y resulta que el policía es igual o más negro que los intrusos que tenía en su casa…

La pregunta del millón sería, en esta confluencia  de teorías científicas, criminológicas y sociológicas, teorías que alimentan tanto el discurso del odio como el del exterminio, la gente que pide seguridad ¿qué es lo que está pidiendo? Si al fin y al cabo, como pensó  el Sr. Lanari, uno nunca está seguro de nada. De nada…

De quejarse por “las patas en la fuente” a pedir el exterminio hay un pasito…

Nada más que un pasito…