Buscar en estos días una definición del más popular de los deportes no parece una tarea sencilla. Ya en la frase inicial asoma un concepto que debe incluirse y junto a “deporte”, una serie en la que no faltan juego, espectáculo, competición, negocio, rito colectivo y confrontación tribal. La sucesión puede seguir y mezclar rasgos que no siempre resultan afines: en su versión más actualizada, confluyen en un término común los manejos del marketing y la gran empresa con los cánticos y las insignias de una religión primitiva y profana. La vida por Central – o cualquier otro equipo – expresa un sentimiento extremo capaz de aflorar, más allá de la pasión, en el territorio del culto, aunque se trate de un culto no consagrado por ninguna liturgia establecida. Y que exhibe en las temibles barras “bravas” su guardia pretoriana. Podrían separarse los términos que caracterizan una condición global de aquellos que refieren solo a una parcialidad pero aún así la búsqueda debe ser por senderos sinuosos.
Tal vez el punto de partida más razonable sea decir que detrás de toda manifestación futbolística hay un relato y que ese relato suele tomar la forma de un lenguaje. A veces el acto de narrar refiere al encuentro propiamente dicho pero también hay una función narrativa en el cúmulo de versiones, trascendidos, comentarios antes y después, que rodean la realización de un partido. Esto crece a medida que las redes de comunicación se extienden y necesitan alimentar, cada vez más, sus bocas de expendio con imágenes y palabras. Durante el imperio de la radio, el relato estaba dominado por los gurúes del aire, capaces de inventar la magia de una jugada de gol allí donde solo ocurría un pase fallido sin mayores consecuencias. A través de voces como las de Fioravanti, Muñoz y luego Víctor Hugo Morales (Pablo Zaro o Eduardo Luis en el orden local), las tardes de los aficionados que no habían concurrido al estadio se llenaban de suspenso, intriga y emoción a raudales. Luego llegó la televisión y de modo paulatino e inexorable cundieron otras formas de transmisión y comunicación. Los partidos empezaron a depender de un modo progresivo de la imagen en movimiento y toda una galería de quejas, acrobacias y piruetas creció a su amparo.
Hoy en el fútbol domina el formato televisual, con todas sus implicancias, sin que la necesidad de lenguajes nutritivos haya mermado. Y como la necesidad tiene cara de hereje, a veces las palabras se convierten en clisés de sentido impreciso o más bien excéntrico. En esta sanata, según el recordado código de Fidel Pintos, caen sin distinciones periodistas y dirigentes, técnicos y jugadores. La consigna es hablar aunque no siempre haya algo sustancial que decir. Los siguientes son nada más que algunos botones de muestra. En ellos asoma, invirtiendo una frase de Dante Panzeri, la retórica de lo pensado.
1- “El día a día”
Clisé usado por casi todo el mundo del balompié aunque sea un recurso frecuente de técnicos y jugadores. Reemplaza al tradicional “el trabajo de la semana” que entró en declive cuando muchos speakers advirtieron que en la semana se jugaban dos y tres partidos. “¿Y el trabajo adónde lo ponemos?” – preguntó un émulo de Sabatarelli mientras miraba el almanaque. La expresión connota también un grado desarrollado de disciplina, aplicación y esfuerzo. Es decir: todas esas cosas que no le gustaban al Bambino Veira, a quien le atraía la noche y no levantarse para entrenar.
2 –“Volumen de juego”
Otro concepto en crisis, tal vez por el abuso a que fue sometido. Significa que el equipo tiene mucho juego, sin que esto suponga que gane todos los partidos. Hay equipos que juegan lindo pero al llegar al arco se ponen melancólicos. Otros nunca llegan. Lo mejor es decir que un equipo cabal combina volumen de juego con poder ofensivo. Por lo demás, el fútbol bien jugado es un espectáculo atractivo. Pero cuando un DT suma media docena de derrotas con fútbol bien jugado, debe llamar urgente a Guardiola.
3 –“Buen pie”
Vinculado al latiguillo anterior, se dice de los jugadores que tratan bien la pelota y son capaces de meter un caño completo sin que se les mueva un pelo del corte a la americana. Bochini, Alonso y Zanabria, entre otros, tenían muy buen pie pero ya no juegan. Hoy también están de moda los arqueros de buen pie, quienes no solo atajan sino que se atreven a salir jugando. Esto en realidad lo inventó hace mucho tiempo el loco Gatti pero como no existía la expresión, nadie se avivó. El fútbol suele ser ingrato.
4 – “A futuro”
Neologismo cercano a “en el futuro” o “más adelante”. Se duda de su corrección gramatical porque suena como una dedicatoria a un sujeto abstracto, a menos que exista un Capitán Futuro en la nueva legión de superhéroes. Lo cierto es que el Chiqui Tapia lo usa siempre y si él lo usa, por algo debe ser (El Chiqui se conoce todo el Diccionario de Clisés del Fútbol y si a esto le sumamos su pinta de integrante de Los Soprano y su facilidad para cambiar de opinión sobre la marcha, lo curioso es que siga siendo presidente de la AFA. ¿O no tiene nada de curioso?).
5- “Falso nueve”
Un efecto de las complejidades de la técnica futbolística moderna. Antes había un centrofoward, que era el encargado de hacer los goles, y punto. Ahora se puede jugar con un falso nueve que tiene la función de despistar al rival acerca de cuál es el nueve auténtico. Un ejemplo de falso nueve sería Tévez pero cuando Sampaoli quiso usar el recurso durante el Mundial, advirtió que no lo había convocado. Y si ponía a otro iba a ser doblemente falso. El espectador puede identificar al falso nueve por el número l0 que lleva en la espalda. Otro dato es que suele andar por la mitad de la cancha silbando bajito.
6 – “La vara alta”
Modo de designar cuando el nivel de exigencia en el equipo aumenta. Por ejemplo: “con su gol ante el Rayo Vallecano, Suárez subió la vara del equipo catalán”. Quiere decir que a partir de ahí, Messi deberá eludir a seis rivales antes de que la pelota bese la red para ponerse a la altura. Pero con esto entraríamos en otro clisé – “a la altura” – de modo que cerramos el punto sugiriendo que la metáfora de la vara puede haber sido extraída del salto con garrocha. (A propósito: la producción no sabe si Suárez le hizo un gol a Rayo Vallecano o es un bolazo del autor).
7 – “Marcar la cancha”
He aquí un giro que linda con lo hermético. Antes la cancha la marcaba el canchero provisto de una regadera con agua de cal, apta para trazar la raya blanca. Después, no se sabe. Puede que se haya acabado el tiempo de los cancheros y el trabajo lo haga una máquina automática. O tal vez la cancha la marquen los marcadores, que para eso están.
También cabe la opción metafórica, en cuyo caso el sentido se nos escapa y no lo podemos agarrar.
8 – “Cerrar el partido”
Este es otro clisé que se las trae. En una época en que es frecuente cerrar las calles y las salas de velatorio (generando lo que se llamaría un velorio interruptus) a nadie le llama mucho la atención que algunos partidos también se cierren. Como están dotados de movimiento y de un movimiento que sigue el ritmo de la pelota, lo usual es que ésta circule a menor velocidad, en estrecha relación con el resultado. Si Flandria – supongamos – le gana a Riestra por dos a cero y faltan diez minutos para terminar, es probable que sus jugadores decidan congelar la brega (¡Qué término antiguo!) dándose por conformes con la diferencia conquistada. Esto no impide, por supuesto, que Riestra, en imprevisible reacción, logre dos tantos en cuatro o cinco minutos y el técnico de Flandria deba pedir asilo en la embajada de Moldavia. Pero el ejemplo más elocuente es aquel donde los dos equipos ganan con el empate y en cierto nivel del juego deciden aplicar el freno de mano. ¿Freno de mano o de buen pie?
9 – “El proyecto”
Lo que nunca se hace y nunca se hará. Un DT llega a un club con su proyecto. Incluye estimular el semillero de las inferiores, introducir en el plantel de primera un nuevo estilo de juego y otros menesteres. Para todo lo cual necesita tiempo. Pero al entrar a su apartado en el vestuario lee un cartelito que dice: “Anotarse, sí o sí, en alguna Copa. Plazo estimado: nueve fechas”. Y el tiempo, que hoy corre en los estadios como los spots de la tele, termina por inhibir las mejores intenciones. Algo de ese tenor sucedió con la Selección, luego de la debacle en el último mundial. “Queremos un proyecto a diez años” dijo no se quién. Dos o tres meses después parecía cocinarse un acuerdo con Scaloni, cuyo mayor lauro fue haber integrado el grupo de Sampa. Después no se quejen si perdemos con Estados Unidos en la Copa América ( Yanquis, go home).