“Dejé los muebles en un camión que conseguí y estoy viviendo de prestado en la casa de un amigo, hasta que vea en donde me ubico”, me dijo mi amigo José, el mismo José que hace diez o quince días atrás me dijo que dentro de poco tenía que renovar el contrato, que no sabía a cuánto le iban a aumentar el alquiler, pero que se quería quedar ahí porque estaba muy cómodo: estaba en planta baja, un departamento de un dormitorio con patio grande y luminoso, bien ventilado, y tenía lugar para entrar la moto y dejarla en el pasillo. Era un edificio, no tan grande.
“La dueña está loca, me quiere aumentar el 80 %, esto no vale eso”, me dijo mi amiga Valeria, desesperada, “pero yo no me quiero ir, estoy muy bien acá, aparte le tengo el departamento impecable”, ahí, ya, enfurecida… “¿A quién se lo va a alquilar que se lo cuide como lo hago yo?”
“Ando buscando algo más chico, más barato, pero en el barrio”, “Me quieren aumentar al doble el alquiler”, seria y enojada, mi amiga Ada, quien alquilaba con los dos hijos, una hija ya se fue, el hijo todavía no le da para poder irse. “Es un departamento hermoso, grande, amplio, pero necesito algo más chico y ni loca que puedo pagar eso”, chilla, ya, Ada, esta vez con los ojos color azul profundo.
Todos los inquilinos que nombré tienen trabajo, José y Valeria, son profesores de historia, geografía y ética, dan clases en escuelas secundarias y terciarios el máximo de horas, Ada es psicóloga y trabaja todo el día. No pertenecen al ancho y amplio mundo de desclasados y desocupados que, primero Macri y después el virus del Covid terminaron de agigantar.
Qué clase de control se hace sobre los contratos de alquiler, está por verse, vivo cerca de la facultad de medicina y todas las pensiones, además de los departamentos que se alquilan, hay que ver quién y cómo las alquila, siempre hay un desesperado que por no quedar en la calle paga eso y soporta lo que sea pero convengamos que eso, muchas veces es ilegal, tanto lo que tiene que pagar como lo que tiene que soportar…
El déficit habitacional de la mayoría de los argentinos es aberrante, siempre lo fue, más en las grandes ciudades, como es Rosario, en donde hay muchos migrantes que vienen del interior o de países linderos y se arriman, al principio, de algún pariente, y después van buscando tierra, de esa forma, las mal llamadas “Villas de emergencia” (entendiendo emergencia por emergencia habitacional) terminan siendo enclaves habitacionales crónicos que cada vez se expanden más en terrenos fiscales o de privados que estaban desocupados y fueron ocupados por estos migrantes que vienen buscando en la ciudad siempre un mejor horizonte del que tenían en sus pueblos o campos a los que originalmente pertenecieron…
Tanto el desarraigo como el consumo de sustancias adictivas, en los que indefectiblemente caen, multiplica y cronifica más la situación de miseria en la que se encuentran y habitan: vienen con nada o casi nada y para sobrevivir en la ciudad los saberes y oficios que manejan, de poco o nada les sirven, terminan cartoneando la mayoría o haciendo changas en lo que se pueda, por algunas monedas que apenas alcanzan para algo de comida… El hacinamiento cohabitacional y urbano en el que se encuentran, más la pauperización de la vida en esas zonas crea, indefectiblemente también, situaciones de violencia que no son más que el efecto de la violencia económica y social en la que están sumidos (léase exclusión socioeconómica).
Los planes sociales son una mera ayuda, que sirve para sobrevivir un poco pero nunca para llegar a fin de mes, sin esperanza de cobrar un sueldo digno ni acceder a un empleo real y efectivo. La mayoría changuea cirujeando o en albañilería o limpieza, casi nunca en forma efectiva, siempre temporaria y lábil, sin un horizonte laboral definitivo.
En estos últimos años la falta de comida, parece ser el vector principal tras el cual se ordena la vida en la villa. Esto, en convivencia con las grandes torres con vista al río, la gente que tiene casas de fines de semana en las afueras, y los autos de alta gama, resulta francamente perverso.
Son las leyes del sistema y el sistema es el capitalismo, eso lo sabemos todos. Que lo sepamos no quiere decir necesariamente que lo aceptemos, es exactamente todo lo contrario.
Esto, en la Argentina.
En los Estados Unidos de Norteamérica, la última entrega de Premios Oscars, terminó de desnudar una realidad que se deja entrever en las películas yanquis, pero no tanto… Tampoco la película muestra tanto la cruda realidad de los trabajadores ambulantes que viven en carromatos o furgonetas… Aludo a la película “Nomadland”, interpretada por la actriz Frances Mc Dormand y dirigida por Chloé Zhao, estrenada este año y premiada con los siguientes Oscars: mejor actriz protagónica, mejor directora, mejor guion adaptado, mejor montaje, mejor fotografía.
Si bien la peli se llevó todos esos premios Oscars y si bien tanto la directora como la actriz son impecables, la directora (Chloé Zhao) se desentiende abiertamente de tomar cualquier compromiso social, ideológico o político frente a la realidad que está mostrando (y hasta ahí la muestra, la deja entrever, pero no es un retrato de esa cruda realidad).
La película se basa en el libro “País Nómada, Sobrevivientes del Siglo XX”, de Jessica Bruder, editado en 2020 por capitán Swing en su versión al español. El libro retrata fielmente la realidad habitacional y ocupacional de la gran población yanqui que después de la crisis de las hipotecas en el 2008, se quedó sin vivienda, y muchos sin trabajo o con una jubilación que no les alcanza para vivir alquilando (cualquier parecido con la realidad argentina es pura coincidencia). Estos trabajadores itinerantes son gente de más de 70 años que viven en carromatos, aparcan en los parkings y no para vacacionar, al mejor estilo nuestro, sino para vivir y van sobreviviendo haciendo empleos tipo changas en los lugares que van consiguiendo (algo así como los peones golondrinas que siempre hubo en la Argentina y siempre habrá, a pesar de). El libro es terriblemente descarnado y crudo, tanto respecto de la situación laboral de cada uno (empleados la mayoría en forma temporaria en las grandes tiendas Amazon en el estado de Nevada) como respecto de las cuestiones que tienen que ver con su situación habitacional y de salud (recuérdese que en Estados Unidos todos los hospitales están privatizados).
La directora hace una adaptación en el guion mucho más que light de la realidad que el libro críticamente muestra, con incisivos comentarios de su autora, basados, sobre todo, en comentarios y entrevistas a las personas que viven y trabajan de esa manera a esas edades difíciles, con los que la autora del libro convivió durante los meses que le llevó escribir ese libro.
La misma autora, Jessica Bruder, comentó que por lo que le dijeron sus protagonistas (la película es rodada en vivo y en directo no con actores profesionales, sino con los verdaderos trabajadores ambulantes septuagenarios, “Amazon es la propietaria de la mayor cantidad de ancianos esclavos”, declara ella) éstos estaban muy contentos porque “podrían llegar a pagar sus propias dentaduras” por lo que les dieron por rodar la película.
En reivindicación de la lucha de los mártires de Chicago y en vísperas de un 1° de Mayo no muy alentador, con la alegría de los que pueden tener un trabajo, a como sea, y con la desesperación de aquellos que no lo tienen, quiero citar en este artículo que la última entrega de premios Oscar fue más que nada vergonzosa.
Se corresponde tanto a la lógica perversa del capitalismo como de la Academia de Hollywood, premiar este tipo de películas que muestran estas realidades miserables e inhumanas tomándolas como las condiciones naturales de sobrevivencia en el sistema capitalista, sin ni siquiera atreverse a criticarlo ni cuestionarlo: Hollywood en sí misma, es parte de ese sistema.