En un mundo insensato y cruel, en donde lo que prima es el fragor de las pantallas, ya sea las de la PC o las del celular, parece un franco desatino la tarea de la lectoescritura así, centrándose en el puro texto, sin imágenes o casi sin, tan sólo confiando en el posible entendimiento de los seres humanos a través de la palabra y en ella, en la capacidad de comunicación sin ninguna imagen, tan sólo con la voz, las voces, o los dichos o palabras de quienes quieran comunicar algo. 

Muchos fueron los que amenazaron con el fin del invento de Guttemberg cuando la ciber era irrumpió en el mundo, muchos dijeron lo mismo del cine cuando salieron los primeros videocasetes.

Lo mismo dijeron muchos del teatro, de la danza, y de otras producciones culturales en las que el encuentro con el escenario y los actores y bailarines es personal y las funciones se hacen en vivo y en directo y no se graban y se reproducen después. 

Vuelvo al texto: el encuentro con un escrito es algo íntimo y personal, que incluye una suerte de comunión entre el autor y su lector que siempre, subrayo el siempre, es absolutamente singular. 

Ningún lector es igual a otro y cada lector lee desde su propia biografía y desde su propio recorrido bibliográfico: construye un sentido de lectura que le es propio.

Aterra que en las nuevas generaciones el marco referencial primario de autores y de textos prácticamente no exista: así entran a la universidad y en muchos casos salen de ella nada más que con una cuota de conocimiento específico que es propia  de la profesión que eligieron. Cultura general, nada o muy poco.  Es el perfil de la mayoría de muchos especialistas: mucho congreso de acá y de allá pero leer y pensar en lo que leen no pueden o les cuesta mucho. 

El adoctrinamiento de la masa poblacional, contrariamente a lo que muchos fachos creen, no es a través de ningún partido político, se ejerce en forma práctica a través del televisor, la computadora y el celular. Son los lugares en donde las pantallas reinan y la imagen, idiotiza y convence. Es triste ver el rating de los programas de televisión abierta, sigue vendiendo bodrios como “Gran hermano”, me acuerdo cuando yo era chica, lo que más se veía era Olmedo y Porcel. 

Lo mediático es instantáneo y convence, lo bibliográfico o periodístico lleva tiempo leerlo y lleva tiempo pensarlo y elaborarlo como verdaderamente se debe. 

Tipos como Tato Bores, hoy si existiera, no sería un programa muy visto, porque hay que estar muy informado y tener una formación política suficiente como para poder escuchar y entender semejantes monólogos. 

Sigue vendiendo el morbo del gran femicidio de la adolescente mártir y el chisme de quién se mueve a quién en el ambiente de los famosos.

Sigue siendo una patriada nada más que leer y escribir, leer mucho, escribir mucho, corregir mucho, y seleccionar de todo eso, qué es lo que se puede y se quiere editar y qué es lo que no. 

Me sigue enamorando la literatura llana y frontal, la que cuenta la vida como es, sin recovecos ni artilugios artificiosos. Así me enamoré de Chéjov y de Jack London en su momento, de Jorge Isaías después y de Leopoldo Brizuela y Selva Almada en lo que va del año pasado a éste recién empezado 2024. 

 La gente que cuenta la vida como es: haciendo literatura buena y fértil, sembrando lo suyo como si nada, con esa escritura limpia y nítida, y sin hacer gala de ella ni subirse a ningún podio. 

Pretendiendo vivir de lo que se sabe hacer, nada más que eso, nada menos. 

En una Argentina desangrada y desesperanzada, terreno fértil para la siembra de los liberfachos mediocres que hay, y muchos, sigue siendo una tarea quijotesca seguir creyendo en la palabra y trabajando con ella. 

En una ciudad en la que brillan los que vienen de Buenos Aires y es muy difícil vender lo local, en donde se gasta mucho en restaurantes y bares pero comparativamente muy poco en libros, apostarle a esa tarea sigue siendo un desafío enorme, enorme. Creo en María Teresa Andruetto que se autodefine como una escritora y una lectora de provincia, creo en Selva Almada que cuenta lo suyo, lo de su tierra, sin agregar nada de más. 

No es necesario contar una gran novela: Héctor Tizón fue un maestro retratando su gente y su tierra, abriendo la puna al mundo que es lo mismo que hizo Mempo Giardinelli con su Chaco natal o que hizo Juan Rulfo con Comala, la aldea fantasma de Méjico. 

Sobran voces a veces artificiosas y demasiado ornamentadas, con muy poca esencia y una sustancia débil, sin la potencia necesaria como para emerger del resto. 

A propósito de esto, no creo en el mal llamado arte emergente, hay producciones artísticas para cada gusto, pasa que lo que vende es lo que maneja el canon, otra cosa no le interesa, y no necesariamente se vende lo más bueno, sino todo lo contrario, se masifica lo más berreta. El tan mentado best-seller es el libro más vendido, pero no por eso tiene que ser un libro muy bueno, es un libro más. 

Pasa que a los autores noveles, la producción en masa les cuesta mucho, se hacen ediciones independientes y muy mínimas, con muy poca distribución y casi nada de circulación, las grandes editoriales siguen moviendo comercialmente la cosa y muchas veces algún tipo de literatura aparece como anacrónica y fuera del canon y no la tienen en cuenta para editar. 

Así como el escenario de Cosquín sigue siendo el espacio necesario para irrumpir en el ámbito de la música popular, ganar un gran premio, sigue siendo, para los que escriben, el espacio privilegiado para mostrar qué escriben al resto del mundo. 

La mayoría de los grandes autores ha pasado por oficios varios, para muchos la docencia, para otros el periodismo, son las dos grandes vertientes de las que en general viven, y hay algunos que practican oficios manuales de diversa índole. 

En un mundo que no se escucha, con políticos que hacen de la amenaza una virtud porque no saben expresarse, ni aceptar que la política es el arte del debate y el debate es  dialéctica pura, con jóvenes que leen y no comprenden lo que están leyendo (no hablemos de leer entre líneas o descubrir la intencionalidad oculta de un texto), muy poco alfabetizados, que apuestan a la gran pantalla que todo lo sabe, sigue siendo una tarea solitaria, muchas veces frustrante y totalmente inaudita la tarea del autor, ese autor desconocido, que lee y escribe lo mejor que puede, puliendo y corrigiendo todo lo más posible, para ver, si en una de ésas, en algún momento, alguien lo publica .