Encubierta tras la ayuda humanitaria de Estados Unidos a Venezuela y velada por las marchas y contramarchas y recitales y contra recitales de las respectivas presidencias de Nicolás Maduro y Juan  Guaidó  simultáneamente, la historia de la República de Haití parece seguir siendo condenada al olvido sideral en el cajón de los recuerdos más antiguos.

Hay más de 20 muertos y más de cien heridos, más multitud de presos en cifras no oficiales, como resultados de la represión gubernamental a  las manifestaciones de millares de haitianos que han tomado las calles de Puerto Príncipe exigiendo la renuncia del actual presidente, Jovenal Moise.

Una investigación exhaustiva del Tribunal de Cuentas haitiano expuesta en el Senado el 4 de febrero de este año, 2019, confirmó el desfalco del estado en manos del actual presidente y varios anteriores en el programa PetroCaribe, según el cual Venezuela vendía a Haití petróleo a precios blandos en el marco de un convenio de cooperación energética suscripto por el fallecido presidente de Venezuela,  Hugo Chávez,  en el 2005. Según prueba esta auditoría se desfalcaron 2258 millones de dólares del programa PetroCaribe en manos de cuatro presidentes haitianos: René Préval, Joseph Michelle Martelly, Jocelerme Privert y el presidente actual, Jovenal  Moise. El estudio finalizará de hacerse en abril de este año, pero apenas se supo la cifra del desfalco el Presidente del Comité de Ética y Anticorrupción del Senado haitiano, Yori Latourte, líder de la oposición, dijo que el informe del Tribunal de Cuentas revela hasta qué punto llega el nivel de corrupción y desfalco de los fondos del tesoro público haitiano en manos del actual presidente, quien inició su mandato en el 2017.

Hay 15 ex ministros y funcionarios actuales, más una empresa dirigida por Moise  antes de asumir la presidencia implicadas en el desfalco estatal. Las protestas empezaron en las calles el 7 de febrero y mientras el pueblo exige la renuncia de Moise, éste, sin decir palabra sobre el informe del Tribunal de Cuentas, solicita el diálogo con la oposición aclarando “que no va a dejar el país en manos de bandidos que quieren utilizarlo para sus fines personales”.

El 5 de febrero el gobierno declaró la emergencia económica, en un país habitualmente mísero y pobre, sin petróleo, sin nada para llevarse, con un 15 % de inflación, una devaluación importante de su moneda  respecto del dólar, falta de agua potable, combustible y alimentos, encima azotado por diversas catástrofes naturales que lo han sumido en más pobreza aún.

Después de las lamentables dictaduras de Papá- Doc y Baby-Doc (François Duvalier y Jean-Claude Duvalier respectivamente) que inician en 1957 por elecciones constitucionales y culminan en 1986  tras una feroz revuelta popular que derrocó la presidencia de  Baby-Doc, el país no parece estar mejor, todo lo contrario.

Estados Unidos ya envió ayuda humanitaria a Haití luego del Huracán Jean en el 2004 y donó 60.000 sacos de semillas de Monsanto luego del terremoto del 2010, semillas que alteraron la flora y la agricultura local. La intervención de organismos como la ONU y la ayuda humanitaria que recibió el país no han hecho más que empobrecerlo y corromperlo desde hace más de 20 años. Las fuerzas de paz trajeron el cólera y dejaron multitud de mujeres violadas tras de sí, gobernando desde afuera los nichos de corrupción del gobierno local, sumiso frente a los organismos internacionales, quienes gobiernan el país de motus propio. Este desdibujamiento de la gobernabilidad del país es histórico  ya que la isla siempre estuvo sojuzgada y apoderada por países europeos colonialistas y esclavizantes (Francia, España, Holanda).

Haití fue el primer puerto de venta libre de esclavos africanos a manos de mercaderes holandeses y la primera  revolución independentista americana fue en Haití, cuando la isla pertenecía a las colonias francesas. Esta revolución fue liderada por un sacerdote vudú u hougan llamado Mackandal, quien lideró a los negros cimarrones en una revuelta independentista en 1752. La revuelta duró hacia 1758 y tuvo focos en toda la isla hasta que Mackandal fue apresado, torturado, martirizado, obligado a arrepentirse públicamente por los delitos cometidos  y condenado a la hoguera en la plaza pública del actual Puerto Príncipe. Según narra el mito haitiano el sacerdote vudú logró escapar entre las llamas, mezclándose en la multitud de fieles y burlando a todos los blancos  transformándose en animal.

Con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano suscripta en Francia en 1789  tras la toma de la Bastilla, un grupo de mulatos residentes en París organiza la Sociedad de Amigos de los Negros y logra la declaración de la ciudadanía francesa para todos los mulatos, no para los esclavos que seguían siendo esclavos. En 1791 se organiza otra revolución ya que Ogé, el líder de la Sociedad en Haití no lograba que los blancos colonialistas franceses reconocieran la categoría de ciudadanos para los mulatos. La revuelta dura hasta 1801 en que los haitianos logran dominar la isla. Napoleón entonces manda una flota de 40.000 soldados a manos de Leclerc, su cuñado, quien derrota la revolución tomando prisioneros a sus principales líderes, llamados “jacobinos negros” y reinstaura  la esclavitud en las colonias francesas de ultramar. Las revueltas de esclavos siguen indefinidamente y los franceses aplican métodos de tortura exquisitos y desaparición forzada de personas sobre sus líderes y adeptos. Este fue el antecedente histórico del trato francés  a los prisioneros africanos durante la guerra por la independencia de Argel. En 1803 los haitianos vencen a los franceses y hacia 1804 Haití es un estado independiente.

Según narra el mito haitiano Mackandal fue un esclavo que pierde un brazo en una moledora de caña de azúcar y entonces, como ya no era útil para el amo, lo mandan a cuidar los animales alejándolo de las plantaciones. Allí el sacerdote conoce a la naturaleza y entiende el poder curativo de las plantas y también su poder de envenenamiento y empieza a construir su extraña capacidad para transformarse en las distintas especies de animales a los que cuida. Así el sacerdote lidera la primera revolución americana  logrando que los esclavos negros envenenen a sus amos con las pócimas que él preparaba ya que los colonialistas franceses no hacían nada en las haciendas y todo lo hacían los esclavos (la preparación de las comidas y las bebidas, además de las tareas agrícolas y ganaderas). El mito relata que Mackandal nunca murió, ni en la hoguera durante su condena, ni después de eso. Vive su espíritu encarnado en distintos animales y así se aparece frente a sus adeptos liderando sus acciones rebeldes frente a los blancos y al poder extranjero.

Hay un mesianismo religioso interesante en el mito, además de la negación maníaca de la muerte del líder (“El Che es un muerto que no para de nacer”, dice Galeano). El espíritu de Mackandal vive siempre, es eterno y está, entre las plantaciones, entre los animales, en los distintos seres vivos no humanos de la isla. Se aparece y desaparece frente a sus fieles seguidores orientándolos y marcándoles su camino en la rebelión a través de los ritos del vudú.

En la novela “El reino de este mundo”, el escritor cubano, Alejo Carpentier, retoma el mito  cruzándolo con datos y referencias biográficas reales e históricas,  relata y retoma la historia de la isla de Haití a través del personaje de Ti Noel, devoto creyente de Mackandal, como casi todos los haitianos de la isla. “De Mackandal, el americano, quien alentó una de las sublevaciones más dramáticas y extrañas de la Historia quedó una amplia mitología que se acompaña en los himnos mágicos de la ceremonia del vudú”, relata Carpentier en el prólogo del libro, en donde habla de la encrucijada mágica de Ciudad del Cabo y en donde se pregunta si la historia de la América toda no es una crónica de lo real-maravilloso.

Retomando el mesianismo incansable y casi biblíco del mito, Carpentier logra hacer un despliegue universal y a la vez muy  haitiano del sacerdote vudú quien narra las glorias y grandezas del Gran Allá (el tiempo pasado) en donde los reyes africanos eran reyes de verdad y no reyes “con pelos ajenos” (por los reyes franceses) contraponiendo ese tiempo al Acá, tiempo en donde los esclavos eran martirizados, torturados, vendidos y explotados como ganado humano. Desde ese Gran Allá en donde los reyes eran negros africanos Mackandal plantea la posibilidad real de la rebelión frente al imperio blanco francés  desnaturalizando la esclavitud y proclamando el autogobierno de los estados negros. Hacia 1789 en Haití había 800.000 negros y 32.000 franceses (datos de población haitiana de Felipe Pigna, en “El Historiador”).

Ti Noel comprendió oscuramente que aquel repudio de los gansos era un castigo a su cobardía. Mackandal se había disfrazado de animal durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres. En aquel momento, vuelto a la condición humana, el anciano tuvo un supremo instante de lucidez. Vivió, en el espacio de un pálpito, los momentos capitales de su vida; volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir. Se sintió viejo de siglos incontables. Un cansancio cósmico, de planeta cargado de piedras, caía sobre sus hombros descarnados por tantos golpes, sudores y rebeldías. Ti Noel había gastado su herencia y, a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Era un cuerpo de carne trascurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en el medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo”. (Alejo Carpentier, “El Reino de este Mundo”, epílogo)