Qué es una silla? Obviamente quien esto lee tendrá una opinión que no diferirá de sus congéneres. Una superficie horizontal elevada unos 45 centímetros del suelo mediante cuatro patas, para que se siente una sola persona, movible y con una superficie vertical adosada para apoyar la espalda. Esta superficie –añadimos- la diferencia del taburete. Un incremento de volumen, la transforma en sillón. Sobre todo si esa altura de 45 centímetros baja a 40 o menos.

Este mueble –La Silla- que permite el descanso de las pantorrillas tiene más de cinco mil años de antigüedad, pero nunca ha sido asumido el rol que existe por atrás del respaldo: la silla es un fetiche.

Con forma de modesta silla de paja, revestida en oro, sea un trono o una silla de gerente, este artefacto ha poblado, se quiera o no, las habitaciones humanas. No hay en Argentina una casa sin una silla.

La silla seguramente comenzó su historia como un punto de descanso. Sigue siéndolo. Con el tiempo, asumió una de sus cualidades básicas: debe ser transportable. Es un punto de descanso, por lo tanto, móvil. Por eso, sacar la silla al patio implica algo más de comodidad en este verano tórrido. 

Conseguido su efecto principal: permitir el descanso y ser móvil, la silla empezó a retorcerse como diseño. Se le quitaron añadieron y patas, el asiento se curvó, el respaldo se hizo alto o bajo.

Así, la silla de respaldo altísimo se llamó cátedra y todavía llamamos así a las clases que dicta un profesor, que ante se sentaba en esas sillas. Un  trono es similar, aunque algo más decorado y de escasa movilidad: ya sabemos lo duro que es mover a un rey se su lugar. Cuando la silla se hizo muy ancha, para que se sienten varios, se convirtió en escaño y así se llaman los bancos de concejales y diputados, también difícilmente removibles como sus escaños.

Sillas argentinas, hasta el fin.

Los cambios en las sillas sirvieron para regular la calidad de la gente.

Durante la colonia, la cantidad de sillas en el salón daba el prestigio de la familia. No solo podía pagarlas, sino que podía permitirse dar fiestas, agasajos y tertulias como para ocuparlas. Las sillas de maderas preciosas como el ébano o la caoba eran un rango más en la dura jerarquía clasista del virreinato. Cuando Mariano Moreno vio que Saavedra usaba las sillas para destacarse, bramó de rabia, suprimió las sillas especiales y comenzó su viaje al fondo del mar. La silla de campaña de José de San Martín es austera, como la de los soldados, un trozo de cuero tendido en dos “X” de hierro, además del severo carácter del general, más lujo en la batalla sería mortal. Debía ser liviana resistente y muy transportable.

Cuando murió Sarmiento, se lo colocó en una silla, para dar la sensación de estar escribiendo, para ello le habían adaptado una tabla a la silla y aun que murió en una cama, la idea era que falleció pensando hasta el fin.

La silla presidencial en Argentina es el Sillón de Rivadavia. En realidad, Rivadavia fue presidente sólo para Buenos Aires (nunca fue reconocido por las provincias) por lo que ese artefacto, paradójicamente y como sillón del primer presidente argentino… no existe. Debería llamarse “Sillón de Urquiza”, pero ya sabemos cómo son los porteños.

Mi silla

¿Por qué los arquitectos, cada vez que están ociosos, diseñan una silla? Todos los grandes maestros de la arquitectura, Gropius, Gaudí, Van der Rohe, Le Corbusier, Wright, Aalto, diseñaron sus sillas. Algunas son famosas, como el Sillón Barcelona o la silla multicolor de Rietveld. Incluso hay un Museo de la Silla, que recoge unidades más o menos famosas, a fin de hacer una historia de ellas.

La respuesta a nuestra pregunta, sin embargo, no fue contestada.

¿Por qué?

La silla es tan simple en su concepto, que siempre se lo puede complicar. Hubo sillas de vidrio o de plástico; sillas sin patas y sillas que fueron destinadas a la inestabilidad permanente.

A diferencia del arquetipo platónico, que era una mesa, los arquitectos eligieron la silla (y no la casa) como esencia proyectual a pensar infinitamente.

Para el diseñador la silla es un doble  desafío. Por un lado, como dijimos, está el desafío de complicar lo sencillo. Por el otro, hacer algo que nadie haya hecho antes.

Así, Una silla rebuscada es sinónimo de chapucería o de tecnología: depende cómo se la mire. Una silla como la de Frank Lloyd Wright lleva un trabajo de ebanistería de tremenda perfección, una silla como la Silla Panton de 1950, una inyectora de plástico líquido y un molde. Ambas están en el museo.

Por lo tanto, no es sólo dejar de lado al que se sienta, que se reduce a un número (un aspecto ergonométrico, diría un arquitecto) que indica el largo de piernas del usuario. Implica también dejar en un segundo plano al artesano que la fabrica. La silla de diseño no siempre es así, fabricable. Hay detalles que las vuelven inviables o poco prácticas. Y a veces, inútiles.

Cuando presentó su silla Zigzag en 1934, en la revista Der Blaue Ritter, el arquitecto-carpintero holandés Gerrit Rietveld dijo con ironía, sobre sus creaciones: “-No se sienten en mis sillas”.

Las veía más como un ejercicio plástico, que como un elemento doméstico.

En la silla se conjugan por lo tanto, la habilidad y el egocentrismo: demasiada tentación para un arquitecto, al punto que creeríamos que pocos de éstos no han pensado “su” silla.

Por lo tanto, así como en el trono es importante el que se sienta, en la silla de arquitecto es importante el que la piensa.

Nos regalaron el juego de sillas

¿Por qué las sillas de un juego de comedor son seis?

La necesidad de una familia siempre fue de 4 sillas: dos para la pareja, una para la suegra o “pariente” y otra para la cría mayor. En innumerables fotos de conventillos e imágenes populares de principios del siglo XX se ve esta imagen: mesa pequeña y 4 sillas en derredor. La comida solía ser por turnos, o bien sólo la cena. El hombre comía en el trabajo mismo.

Entrado el siglo XX, en la década del 30 se empieza a verificar un aumento de los ingresos familiares, la adquisición de casa propia y la reducción de la prole. Hay espacio financiero para ciertos lujos –medidos- y la clase media baja (una evolución post inmigratoria del proletariado industrial)  empieza a darse su propia imagen.

Cuatro sillas o menos evocaban un pasado deslustrado, opaco y menesteroso, recordaba al conventillo. La mesa grande, enorme, era desmedida y a la vez inalcanzable.

La solución intermedia (por algo se llama “media” a la clase) fue dotar a la mesa de seis sillas: una a cada cabecera y dos por lateral de la mesa, que ahora mide, al menos, un metro veinte de largo, en vez del metro escaso de la mesa del conventillo. La intimidad de ésta, cara a cara, quedó para el bar.

Así, aún con dos hijos, la mesa podía recibir una pareja amiga o a dos parientes. Toda una demostración del potencial familiar, casi una bienvenida. Sin embargo, a veces esas dos sillas de más iban al dormitorio, eran más útiles para sacarse el pantalón –sentado- y colgar el batón, que para recibir a un pariente que no llega.

Signos de 40 x 40

Si uno ve la pintura “Sin Pan y Sin Trabajo” se ve una silla de este tipo. En esa pintura, la mesa es pequeña, con un cajón para algunos cubiertos y sobre ella se desarrolla el drama familiar. La famélica mujer está sentada en un banco y el que usa la silla es el hombre, que la inclina violentamente. En esa escena dual, la silla muestra todo su potencial: es móvil para demostrar inquietud, desasosiego y el banco para mostrar la pasividad de la mujer que amamanta a la cría ante la tragedia.

No hay demasiados refranes que involucren a la silla. Es tan común, que tal vez pase desapercibida a la sabiduría popular.

Sin embargo, la movilidad de la silla es todo un símbolo, así “sacarle la silla a Fulano” es una traición por la espalda y quien se va a Sevilla no encuentra adónde sentarse, perdió su lugar. El Juego de la Silla aprovecha esa movilidad, al ir restando sillas para los participantes hasta reducirlos a uno solo, el ganador.

Dejar la silla es abandonar el juego, y poner una silla más en la mesa es una bienvenida.

Una silla puede ser usada de frente, de costado o con el respaldo hacia adelante. Esta última forma es particularmente simbólica: puede significar desprecio, una canchereada o comodidad de los brazos al apoyarlos en el respaldo.

En este sentido, poco y nada juega la comodidad sino el carácter dinámico del mueble de 40 x 40 de asiento. Una silla incómoda no entra en lo simbólico, y atar a alguien a una silla es inmovilizar al prisionero a su asiento, ya que es el hombre el que mueve el adminículo mediante sus piernas y brazos ahora atados. No es casual que en otras épocas se fusilara de este modo a los traidores.

Conclusión sentada

La silla no es un aparato tan sencillo como parece. O mejor dicho, por ser sencillo no lo es tanto. Uno pasa al lado de la silla hasta que la necesita para descansar, escribir o ver TV cómodamente. La frase “-Vení, sentate.” implica o una confesión o una mala noticia.

La silla es tan cotidiana que es casi universal y creemos que no hay cultura donde no exista la palabra silla.

Es por ello que proponemos que quien lea estas páginas vea de otro modo los objetos. No como representantes de nuestro poder adquisitivo o solamente como lugar para sentarnos.

Estamos acostumbrados a ver algunos dispositivos como cosas de lujo o de pobreza, reducirlos a un precio. Hay cosas que son inmunes a nuestras pretensiones y la silla es una de ellas: bastará que queramos una silla más cara: para ello compraremos una silla.

Mientras haya un ser humano habrá una. Estas cosas universales, inmutables e icónicas son cosas con historia profunda y nos permiten posicionarnos dentro incluso de nuestra casa.

Jorge Luis Borges hablaba de estos objetos como esclavos invisibles, elementos ciegos e inmortales, que seguirán vivos aun cuando nos hayamos ido o muerto.

¿Cuántos de estos artefactos habrá que no vemos, pero que nos unen con otras personas y épocas?

Ahí están esperando que alguien los use, como tantas veces. Y la nuestra no será la primera, aunque la silla sea nueva.

P.S.: Como arquitecto, he diseñado una vez una silla. No sólo era espantosa sino también antifuncional. El herrero no quiso fabricarla: quizás hizo lo correcto.