La pandemia abruma. Diez meses encuarentenados y ninguna solución a la vista, al menos en la realidad fáctica, como para vislumbrar un futuro prometedor.

 Ante la duda de morir hoy o mañana y aprovechando la Navidad que se avecina, más los festejos del fin de año (algo habrá que festejar, ¿o no?), salimos todos en masa a despedirnos como nunca.

Este año fue muy difícil para muchos, muchas familias se desmembraron, muchos perdieron a sus seres más queridos, el sector salud no descansó jamás y por más que alguien instauró la moda de los aplausos al doctor a las 21, los sueldos no aumentan, no pagan horas extras, muchos no cobran nada y ni siquiera tienen contrato (la precarización laboral no es pertenencia exclusiva de Rapi o de Pedidos Ya).

Conocí a alguien hace muchos años atrás, que tenía la costumbre, siempre, antes de tomar algo virtuoso de mirar a los demás a los ojos y brindar ¡por los ausentes! 

Los mejicanos festejan el día de todos los muertos como si siguieran viviendo, sirven comida y bebida, regalan flores y demás cositas que siempre a ese muerto le gustaron. Festejan sobre las tumbas, hacen procesiones y festejan todo ese mes en continuado.

Los muertos no se mueren (este absurdo lo sostienen todas las religiones existentes): pasan a otra dimensión. De una o de otra forma, de alguna manera, los muertos que más quisimos, siempre están con nosotros, iluminando nuestro camino con su luz…

Todos ignoramos qué pasará el año que viene, con vacuna o sin ella, con pandemia o sin ella… Ante la duda, brindemos, todos, por los ausentes, por todo lo que nos dieron y por lo felices que fuimos juntos….