Cuando surgió la posibilidad de que la Ben Art Compañy participara de la marcha en contra de la instalación de fábricas en la orilla opuesta a la zona alegre de Vajtángov, al propio Ben, fundador del equipo de artistas, le agarró un ataque de pánico.

–Vayan ustedes, por favor. Yo no puedo circular entre multitudes abigarradas, me produce claustrofobia, se me agita el pecho y me descompongo.

–Iremos de personajes, Ben. Haz de cuenta que es una performance como la que tantas veces tú nos has propuesto realizar en derredor del Comunity Shit.

Acto seguido, los quince artistas se dispusieron en los camarines para ataviarse cada uno con el vestuario que más lo identificada.

En la ciudad de Vajtángov sucedían todo tipo de trapisondas manejadas por un par de políticos corruptos que eran dueños del oro y el moro; a este último lo habían encerrado hasta su muerte, robándole la riqueza fundamental del país en una caja fuerte del Comunity Shit, de la cual solo ellos tenían la llave.

Habían sustituido la parte céntrica de la ciudad por una galería comercial regenteada por parientes y testaferros de los dos dirigentes. Cada uno de ellos representaba un partido político opuesto. Es más, fueron contrincantes en las últimas elecciones, pero bajo cuerda, acordaron acordarse de sus intereses comunes: la posesión de la mítica ciudad del fiordo, para desarrollarla a merced de sus propios intereses.

Edward Vancouver, del Capitalist Sorrund, era suegro de Macbeth Uturrian, líder del Left Action. Por un tiempo fingieron enfrentamiento familiar y social, hasta que pergeñaron la patraña que hizo que los pobladores de Vajtángov ya no supieran dónde estaba el norte y el sur –mucho menos el este y el oeste.

Lo de la fábrica en la orilla opuesta del Rio Magnanum, ya era motivo de furia por parte de todos los sectores; tanto de la ciudad alegre, como de la comercial, agrícola y cultural.

–Tenemos que hacer algo urgente. Ya se divisan chimeneas en la costa opuesta –motivó Margaret Bongiorno, la directora de la escuela más representativa del sector educativo y cultural.

Como la Ben Art Compañy pertenecía a esa fracción, respondieron a los requerimientos de la Bongiorno, movilizándose en capas densas de personas bastante bien perfiladas. Marcharon hacia el edificio central de Vajtángov. Allí había una pirca de piedra que simbolizaba la fundación, hecha por un grupo de navegantes ístmicos, que provenían quién sabe de qué nórdico lugar del planeta. Según se decía, eran oriundos de la Atlántida, los últimos estertóreos ejemplares de una civilización pedida.

Hasta que fueron dominados por los dos sátrapas, las cosas se desarrollaban bastante bien; bajo premisas que venían desde los ancestros de una raza desconocida –hasta para ellos mismos.

La manifestación pública circuló en tandas bien formadas, con banderas que los representaban según la actividad que ejercían en la ciudad.

La Ben Art Compañy llevaba un corazón de escudo, como el de Richard Lyon Heart. Un símbolo que si bien aparentaba una imagen dulce, pregonaba un significado latente.

Con su traje de fantasía, Ben se sentía un guerrero en pos de una misión estoica. En su propio pecho llevaba el emblema fabricado en hojalata, pintado con barniz sonrojado. Dentro, como si fueran castañuelas brillantes, sonaban cascabeles que solía repartir a las personas que consideraba dignas de portar la intrincada melodía del arte.

Mientras la multitud se agolpaba en derredor de la pirca, los dos rufianes los escudriñaban desde el helicóptero de la Comuna de Vajtángov.

–Allá están sobrevolando, bandidos… –gritó alguien.

–Están arrojando el veneno que perjudica la salud de todo el pueblo –aunció un presbítero desahuciado.

Ante la violencia, muchos arrojaron piedras, pero otros intentaron correr para salvarse del difícil momento del ahogo.

El sector de lencería ciudadana desplegó la inmensa bandera del pueblo –original de los primeros fundadores– una insignia de material impermeable a todo tipo de devastación; ya sea física, mental o espiritual.

Cubriéndose por tandas, cual toldo de salvación, los ciudadanos se enfrentaron a los hombres del poder. Estos, directamente en su vehículo, volvieron hacia el techo de las oficinas de robo institucionalizado.

Ingresaron directamente desde la terraza al último piso del complejo comunal, donde se malversaban todos los fondos de los trabajadores.

Mientras, alrededor de la pirca, se decidió mancomunadamente hacerles el vacío.

Los puntos principales votados por los presentes fueron los siguientes:

-Dejar de pagar los impuestos, impuestos por los sátrapas.

-No consumir electricidad sino desarrollar el sistema eléctrico autosustentable, que el sector de ingeniería había inventado hacía tiempo, pero que los Vancouver und Uturrian impedían desarrollar por contravención a las normas por ellos dictadas.

-No usar más el dinero impreso por los gobiernos; principalmente el último, que emitía papeles de desenfreno, esperando que los pobladores los intercambiasen por trabajo mal pago.

-Se reunirían en tribus complementarias, estableciendo canjes convenientes a cada esfera.

–Somos quince mil personas, ellos son dos. ¿Por qué nos dominan? –preguntó un viejito, que aún recordaba sus épocas felices.

–Nos obligan a hacerles caso –dijo uno de los empleados del Comunity Shit.

–No les haremos más el caldo gordo –gritó la cocinera oficial de la Comuna.

A partir de allí, con gritos de alegría, arrojaron catapultas rellenas con trozos de pesado resarcimiento.

Las chimeneas de la otra orilla cayeron como las ansias de poder del dúo malhechor.

Una bala de plomo envenenada, lanzada desde las altas oficinas, también cayó sobre el prepotente corazón de hojalata que portaba el viejo Ben, haciendo sonar los pocos cascabeles que le quedaban dentro, dejando salir su sangre temerosa, la cierta y real. Aquella que tanto temía a las aglomeraciones.

Héctor “Piripincho” Ansaldi

(Arquitecto, Profesor Nacional de Expresión Corporal, Actor y Director Teatral, Dramaturgo y escritor, Escenógrafo y puestista)