Habían logrado escapar por un corredor humanitario. Los rusos pusieron varios tubos metálicos por donde los ucranianos entraban como si fuesen vacas al redil.

No sabían hacia dónde se estaban dirigiendo. Circulaban todo tipo de personas, amontonadas, tomando las entradas que les quedaban a mano. Algunos andaban en motos o bicicletas, otros en carros, llevando las pertenencias de mayor valía.

Durante la caminata se comentaba que en algun lugar del trayecto arrojarían gases y morirían. Se corría la voz que después de las lluvias tóxicas, el conducto se trasformaría en un tobogán arrojando los cuerpos al mar o a una fosa común.

Las habladurías aumentaban a medida que se internaban dentro del cilindro metálico. Cada tanto existía una abertura superior para que entrara el aire –o la esperanza–. Los caminantes armaban torres humanas para poder ver el panorama exterior. No lo lograban ya que una malla red impedía la visión.

–¿Cómo es que han dispuesto estos tubos con tanta rapidez? He trabajado en Moscú hasta el pasado mes, y nunca los había visto –preguntó el profesor Kohut.

Su colega, el licenciado Kozel, bastante cabrón como su apellido denotaba, expulsó un abrupto comentario:

–Señoras y señores: estamos en presencia de una sugestión, que con mi compañero investigador hemos descubierto hace años. Seguramente nos están mandando al corazón de la tierra, donde se supone estarenos en resguardo de la bomba atómica que está por arrojar Putin en medio del Atlántico; equidistante con los Estados Unidos. Quedó caliente desde la Guerra Fría. Él ansiaba ese golpe; que alguien apretara aquel botón fatal con el que tanto había soñado en su precoz adolescencia…

Su colega lo interrumpió por lo bajo, casi en lenguaje de señas le advirtió:

–Cállate, Taras. La gente podría sufrir pánico. Interrumpe tu declamación, dí que es un chiste…

Taras Kozel comenzó a reír. Aquellos que lo escuchaban habían detenido sus pasos. Otros los atropellaban para que avanzaran.

La situación quedó en la nada, pero se juntó a los profesores el señor Holub, un hombre joven, flaco, alado; mantenía una aura que desentonaba con todos los transeúntes. No llevaba ni siquiera un bulto. Les dijo secretamente:

–Estimados: he sido alumno vuestro en la Universidad Soviética. No sé si me recuerdan, pero yo presenté aquella tesis, sobre la que ustedes hablaron recién.

–Andriy… –exclamaron en coro los profesores.

Kozel en seguida lo abrazó mientras caminaban empujados por una cofradía de exhabruptos peatones destinados hacia la incógnita. Le dijo, alegre, contrariando su habitual carácter agrio:

–Gracias a tu propuesta hemos comenzado a investigar con Yakiv. Estamos seguros de eso. Los rusos no dejarán que muramos como ratas… Nos necesitan, saben de nuestros ancestros comunes, sobre todo primarios a ellos. Kiev, la columna vertebral de los rus. Tal como has mencionado en tu tesis…

El exalumno se sonrojó, agregando tímidamente:

–Cómo no recordarlo profesor Kozel, pero ya pasé esa etapa de querer demostrar a todo el mundo mi sapiencia. Ya no investigo, ya no busco. Simplemente encuentro: como en este momento. Encontrarlos a ustedes no es casual…

Quedaron los tres en silencio, ambientados sonoramente por los pasos acompasados de la multitud hacia una eternidad sospechada por los científicos.

–¿Dónde crees que estamos Taras? –preguntó Yakiv Kohut, cuando vislumbró una suerte de mareo.

–Estamos bajando levemente, profesor… ¿Lo han notado? –el ex alumno arrojó una gota de vodka que extrajo del bosillo interno de su saco. El líquido corrió apresurado hacia el sentido donde todos se dirigían.

–¿Cuántos días hemos caminado? –preguntó Taras, intentando anotar en una libreta la cuenta exacta de pendiente y profundidad.

–Se cumplirán dos días –respondió Andriy, quien daba por sentada la respuesta que su ex profesor intentaba descubrir.

Kohut resbaló en sus intenciones, destacando la astucia del alumno. Dijo a modo de chiste bizarro:

–Tiempo x distancia dividido altura…. –dejó la respuesta en el aire. La completó Andreiy:

–Le faltó exponer la fórmula a la potencia de la energía acumulada. Aquí es mucha, señor, y variada. Por lo que la respuesta es fácil. No se desgaste en hacer números, pues lo resuelve la idiosincracia de nuestro alfabeto: сердце земли.

Ambos profesores dirigieron la mirada hacia el papel que mostraba el ex alumno. Pudieron captar en las siglas el cometido de la función:

–Observa, Taras, las líneas que caen desde el cuarto y quinto signo; en los tres últimos todo es ascención. Coinciden con las siglas del idioma katakama japonés, el primero, antes que el nuestro. Todo fue derivado de aquellos 16 príncipes, traídos desde el mundo externo. ¿No es así…?

–Es lo que anuncié en mi tesis, profesores. Dejémonos llevar. No por Putin, que es un perturbado, aunque tiene ciertas bases que coinciden con el diagrama existencial de la nueva era. Él, por supuesto, no lo sabe. Ni siquiera lo intuye. Le es dictado. Tiene capacidad para absorber los mensajes sin involucrar la memoria emocional…

Antes de terminar la frase de Andreiy Holub, el tobogán los deslizó hacia lo que comunmente se decía serdtse zemli, el corazón de la tierra.

–Todos los caminos conducen a Roma –dijo un hombre calvo, que parecía extraído de alguna película de Fellini.

Nadie se rio, estaban todos atormentados, amontonados, con incógnitas tan existenciales como el azulado cielo que se reflejaba en el suelo.

Desde otros tubos provenían otro tipo de personas: negras, azules, amarillas y rojas.

–Estamos las cinco razas, hebras de colores. Esa era la misión, y aquí estamos: para empezar a entretejer otro tipo de tapiz, un poco más llevadero –dijo Andreiy, agregando–: Mi nombre significa guerrero, pero mi apellido paloma. Ambos sujetos contribuyen a la paz.

El estruendo fue intermitente. El cielo dado vuelta recobró su altura original, tanto como la Atlántida su estatura.

Putin nunca apareció dentro de la menesunda humana de los cinco colores. Tal vez creyó salvarse en la superficie, que pasó a ser la profundidad de un mundo nuevo.

Las fibras de colores estaban preparadas para un nuevo entretejido.

Héctor “Piripincho” Ansaldi

(Arquitecto, Profesor Nacional de Expresión Corporal, Actor y Director Teatral, Dramaturgo, Escenógrafo y puestista)