ROMA NO PAGA TRAIDORES (¿O SÍ?)
Bien pregonaba el procónsul romano Quinto Servilio Cepión que un militar romano debía conseguir sus victorias con nobleza y no mediante artimañas y corruptelas. Podría parecer, pues, que los traidores no tenían cabida en el mundo romano, pero la realidad es que el Imperio se valió de ellos. Y tantas veces que hasta el concepto de traición fue adquiriendo forma jurídica y su legado pervive en los códigos legislativos actuales.
Debemos agregar que nuestro actual presidente usó esa misma frase por los presuntos traidores a su postura política y además; en nuestra historia nacional hubo otros traidores encubiertos que en sus momentos de esplendor traicionaron a nuestro pueblo.
Asimismo, hoy tenemos un Libertario que no representa las libertades humanas y traiciona con otros, el nacionalismo-bien entendido-, en el pueblo argentino y yo diría «Sí Roma paga a sus traidores».
LA TRAICIÓN MODULÓ LA VIDA POLÍTICA DE ROMA
Traición! ¡Traición!
– ¿Por los dioses!! ¿Qué ha pasado? ¿Viriato?
Así imaginaba el escritor portugués Joao Aguiar el momento en que los lusitanos encontraban en su lecho el cuerpo sin vida de su líder, Viriato. Corría el año 139 antes de nuestra era y el jefe lusitano estaba al mando de la ofensiva que, desde la península ibérica, se opone al creciente expansionismo de la República romana. Representado, en un relato que mezcla los hechos históricos con la épica de los grandes mitos, como un pastor que rozó la gloria del trono gracias a su valentía.
Viriato cayó víctima de la traición de sus propios hombres y de la corrupción romana. Fueron tres de sus lugartenientes, Audax, Ditalcoss y Minuros quienes degollaron al líder: cortaron el cuello porque era la única parte expuesta del cuerpo de Viriato, que dormía siempre con su armadura.
Viriato los había enviado a negociar la paz con Quinto Servilio Cepión, el procónsul romano del momento. Pero Cepión los sobornó ofreciéndoles una recompensa a cambio de acabar con la vida de su jefe. Cuando, tras cumplir su promesa, acudieron a recoger su premio, el cónsul habría respondido con una célebre frase: «Roma traditorbus non praemiat, esto es: «Roma no paga traidores».
La expresión, ampliamente usada hoy día, se tiene por apócrifa. Aunque el historiador Diodoro de Sicilia, que escribía un siglo después de los hechos, mencionó en su narración una frase similar: «no cabe negociación ni recompensa alguna con gente que se comporta así».
Es posible, que su inclusión en el relato tenga más que ver con la censura desde la propia Roma con la actitud de su cónsul Cepión, que con lo realmente acaecido. Se suponía que un militar romano debería conseguir sus victorias con nobleza, y no mediante artimañas y corruptelas. Y esta repuesta añadida a posteriori hay que subrayarlo.
En cualquier caso, un recorrido por la historia de Roma bien podría servir como fondo para un tratado sobre la traición. Presente desde el mito fundacional, moduló la vida política en Roma hasta que cayó el último emperador, más de 1000 años más tarde. En este lapso, más que meros traidores, encontramos personajes convertidos en arquetipos de la perfidia o la deslealtad.
Como Casio y Bruto, que dirigieron el complot contra César, a quienes Dante reserva lo más profundo de su infierno, junto a Judas Iscariote (ni más ni menos). Otros consideran héroes a los conspiradores: la historia está llena de interpretaciones enfrentadas y claroscuros. Mitos o verdad, historia o panfleto, el relato sirve también para definir quién es el traidor – o la traidora – y quién un héroe o una víctima.
Más allá de los nombres propios, en cualquier caso, durante ese tiempo el concepto de traición fue adquiriendo forma jurídica, y su legado pervive en los códigos legislativos actuales. Términos como el de lesa majestad o sedición hunden sus raíces en la historia de este pequeño pueblo del Lacio devenido en el Imperio más vasto conocido hasta su época.
LA PRIMERA TRAICIÓN
Proditionem amo, sedd proditorem odi. «Amo la traición, pero odio al traidor» habría dicho Julio César, según nos cuenta Plutarco en su Vida de Rómulo. El filósofo e historiador Plutarco recuerda estás palabras cuando nos narra el episodio que protagoniza la primera gran traidora de esta historia: Tarpeya, hija de Espurio Tarpeyo, comandante de la ciudadela romana en tiempos de Rómulo y Remo.
Pero detengámonos un momento en ellos antes de proceder con Tarpeya. Los gemelos se asentaron en la Colina Capitolina en el año 753 a. C., dice la leyenda. Remo, no lo olvidemos, falleció el primer día tras la fundación de Roma, por las heridas infligidas por su hermano gemelo como castigo por saltarse sus normas.
¿La primera traición? ¿Quién fue el traidor, el fratricida o el que provocó su ira no respetando su autoridad? Horacio, en los años 30 a.C., parece tomar partido cuando habla de «»la sangre del inocente Remo»…. Pero volvamos a Tarpeya.
No había transcurrido mucho tiempo desde la fundación cuando Rómulo y los suyos se dieron cuenta de un pequeño detalle: sin mujeres, el nuevo asentamiento estaba condenado al fracaso. ¿Solución? El célebre rapto de las sabinas. Rómulo invitó a sus vecinos a un festival de juegos en la recién fundada ciudad. Llegaron los invitados, acompañados de sus mujeres sin sospechar nada hasta que, de acuerdo con lo planeado, cada romano secuestró a una mujer.
Como es natural, los sabinos, con Tito Tacio al frente, no se quedaron de brazos cruzados. Cuando algún tiempo después decidieron atacar la ciudad contaron con una aliada intramuros: Tarpeya, hija del comandante de la ciudadela, que les abrió las puertas una noche. A cambio, reclamaba lo que los soldados sabinos portaban en su brazo izquierdo.
Tito Tacio fue el primero en lanzar el suyo, y le siguieron todos sus soldados hasta acabar con la vida de Tarpeya. La traidora había sido castigada por el beneficiario de sus acciones. Y su nombre sirvió para bautizar a la llamada roca Tarpeya: situada al sur de la colina Capitolina y con una altura de 25 metros, fue utilizada durante siglos para ejecutar a asesinos y traidores lanzándolos desde Lo alto
CONTINUARÁ