“…Contá la historia de la gente como si cantaras en medio de un camino (…) simplemente cantá con todo tu corazón: que nadie recuerde tu nombre sino esa vieja y sencilla historia…”

    A pesar de lo dicho por el mismo autor, Conti es recordado como uno de los nombres más pesados en nuestra literatura. De perfil bajo, trabajó de innumerables oficios (piloto, navegante, docente de escuela secundaria, nadador vitalicio, enamorado del río, periodista, etc.) que le dieron de comer mientras hacía, de a ratos libres, “su obra”.

    Detenido-desaparecido el 5 de mayo de 1976, en los inicios de la dictadura militar más negra de la historia argentina, sus restos nunca se encontraron. Videla aseguró hacia 1980 que Conti estaba muerto. Sus familiares y los intelectuales y amigos residentes en el extranjero se cansaron de pedir su paradero y/o, en última instancia, su cuerpo para darle sepultura.

    Como tantos otros desaparecidos de este país, su nombre integra la lista de los 30.000 que aún siguen sin descansar.

    Hijo de un viajante, nació en Chacabuco, en 1925, fue pupilo en un seminario del que se fue para estudiar filosofía, desde muy joven empezó a publicar. Su padre fue un cuentero oral de toda la vida y él empezó haciendo los guiones de las obras de teatro en el secundario.

    En 1962, ganó el premio Fabril por su novela “Sudeste”, en 1966 ganó el premio de la Universidad de Veracruz (Méjico), por su novela “Alrededor de la jaula”, en 1971 ganó el premio Seix Barral por su novela “En Vida”. Fue jurado del Premio Casa de las  Américas (Cuba) en 1971 y 1972, ganó el Premio Casa de las Américas en 1975 con “Mascaró, el cazador americano” (novela). Ganó el premio de la Revista Times en 1960 por su relato “La causa”, publicó en 1972 el libro de cuentos “Con otra gente” y en 1975 “La balada del álamo Carolina”.

    “Mis historias no significan un carajo para nadie, son un montoncito de verdadera tristeza”, dice él mismo de su propia obra.

    Su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores le costó la vida. En su literatura milita constantemente  por el rescate del anonimato de seres genuinamente olvidables, personajes de los pueblos, de la tierra adentro, aquellos olvidados que no significan nada para nadie: Milo, Oreste, Silvestre, Maruca, el Príncipe, el Nuño, el Pepe, Vicente Scarpa, Mascaró, Carpoforo  y otros tantos.

    Seres anónimos, perdidos en historias insignificantes, embriagados de tristeza y de pobreza, perdidos en las inmensidades de los éxodos eternos entre pueblo y pueblo del interior del país (tal cual hizo su padre toda la vida), o entre puerto y puerto,  personajes en los cuales retrató a sus amigos de Chacabuco, lugar del que nunca se desprendió, sino al que siempre volvía.

    Cuentos en donde insiste el fluir del río, la inmensidad del río, los personajes que crea la ribera, el tránsito entre puertos y paraderos, los fugitivos, los huérfanos, los perdidos en la inmensidad del devenir de las aguas de este delta tan enorme y tan interminable que hoy por hoy parece que  muchos capitalistas se esmeran en extinguir.

    Conti fue un enamorado del río toda su vida. Un enamorado de los seres extravagantes y pintorescos que pueblan los pequeños pueblos de este país. Un enamorado de la Vida. Hizo poesía en una prosa anecdótica y fabulosa a la vez. Retrató personajes increíbles, de ésos de tierra adentro, que trashuman entre pueblo y pueblo, entre provincia y provincia, cambiando máscaras de personajes diversos para poder sobrevivir.

    La insistencia en la construcción de personajes de entretenimiento, como los que aparecen en El Circo, primera parte de Mascaró, payasos, magos, luchadores, actores, malabaristas, etc. La alternancia entre el parque de diversiones con sus juegos y la tristeza que impregna todo el relato en “Alrededor de la jaula”, en donde un huérfano (Milo) es adoptado por un empleador-padre-tutor, y luego de sufrir su pérdida es encarcelado por raptar del zoológico un ejemplar de mangosta, el ser más querido luego de Silvestre, quien ya estaba muerto, el ser al que él quería darle la libertad otra vez, para que deje la jaula, tal cual quiere hacer él y sin embargo, paradójicamente, termina preso en manos de la policía en una incógnita del relato que no aparece con un futuro para nada alentador para Milo…

    Haroldo Conti focaliza el devenir de su prosa en la esencia de sus personajes, esos personajes más preocupados en el ser que en el tener, personajes perdidos en esta pampa inmensa y anónima que parece no tener fin. La poesía de su prosa se centra en los elementos más simples y elementales del paisaje: el álamo, el barro, el río, la ribera, los peces, los navegantes, los delincuentes que muchas veces aparecen entre las riberas o entre los pueblos del inmenso país, los bares sucios y mugrientos en donde siempre, alguien se enamora de alguien, a pesar de deformidades varias y años que suman… Lugares en donde siempre alguien le viene a ajustar cuentas a alguien y lugares hediondos y mugrosos en donde, a pesar de la pobreza, la amistad y el compañerismo, sobresalen, pateando el tablero.

    Conti tuvo una casa en el delta del Tigre toda su vida…. Fue un eterno enamorado del río…. Un enamorado de la naturaleza que fluye, los seres vegetales y animales que el río trae y lleva, también de los personajes que navegan constantemente entre puerto y puerto, también de los pescadores…. Un enamorado de los personajes que transitan incansablemente entre pueblo y pueblo, en el interior del país, tal cual fue su padre toda su vida. Un enamorado de la gente y de la naturaleza, que supo rescatar del olvido personajes memorables que sólo salieron a la luz a través de su propia pluma, personajes en los que retrata, muchas veces, sus amigos de toda la vida de la ciudad de Chacabuco, personajes, muchas veces inventados, pero siempre con toques anecdóticos de alguien que existía en la realidad.

    Su pérdida dejó la incógnita de toda la obra que pudo crear (además de la que hizo en vida, que fue muy prolífica y valiosa) y no pudo nacer y el recuerdo de un tipo amigablemente entrañable, que supo enamorarse de la Vida en todos los sentidos y en todos los aspectos, paradójicamente masacrado por la maquinaria de muerte más letal que tuvo este país.

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