DE LA LEYENDA A LA REALIDAD DEL ASEDIO DEL ALCÁZAR

La historia como vemos tienen hecho reales que algunos historiadores u investigadores; aficionados de la historia secreta y no académica transformaron lo real a lo irreal, es decir, hecho claves de un pasado fueron manipulados para fines diversos en lo político  o para tergiversar momentos claves de la humanidad.

Se trataba de ganar una imagen  real  para transformarlo en un glorioso pasado, ejemplos tenemos muchos desde el Caballo de Troya, pasando por el asesinato de Cesar, Lincoln, Kennedy, conspiraciones demoníacas, las  mentiras  históricas de hechos y figuras militares, civiles que hoy la IA (Inteligencia Artificial)  puede distorsionar y manipular  hechos históricos.

Hoy, la IA puede distorsionar o tapar otros hechos, en la letrina de la historia verdadera u oscura que muchos enaltecieron en nuestra sociedad, en lo propagandístico como herramienta de un desorden donde  los momentos claves  de personajes históricos fueron utilizados como pantallas místicas y a veces gloriosas que no tienen nada de ambas.

Como vimos: de sucesos y personajes hay muchos ejemplos: como la caída de Troya en un asedio que duro 10 años, sobre un supuesto Caballo de madera, que era en realidad una máquina de guerra donde Ulises y algunos  guerreros tomaron la ciudad a sangre y fuego, estos estaban escondidos en dicha máquina, pero según Homero en la Ilíada y Odisea, imagina una lucha titánica entre los personajes y los dioses del Olimpo.

En una palabra, la verdad fue una guerra comercial y expansionista de Grecia, donde tanto Ulises, Helena  de Toya, Aquiles, Agamenón, Paris  protagonistas reales y no ficticios e incluso hoy, se sabe por investigadores históricos, que el caballo de Troya  fue en realidad un barco con mascarones de proa parecidos a un caballo llamado ´hippos´ en Grecia.

La misma palabra también  puede significar «caballo». Por esa razón muchos hechos históricos y heroicos fueron enaltecidos con fines políticos y oscuros por algunos escritores de la antigüedad hasta el presente.

Un acontecimiento similar fue el asesinato de César en el Senado cometido por  conspiradores enemigos y amigos cercanos y que William Shakespeare en su obra trágica: «Julio César», enaltece la figura del dictador y sus consecuencias, en la cual Marco Antonio será el orador de una oración fúnebre ante el cuerpo ensangrentado del dictador César en el Capitolio Romano, elogiando al difunto por sus ilustres hazañas y su valor para la República.

Una vez más la historia crea un mito entre figuras y hechos, como así el asesinato de Abraham Lincoln en el teatro Ford por mano de un actor confederado  llamado John Wilkes Booth, y según  dicen que cuando disparó sobre el presidente, grito en latín «¡Sieemper tyrannis!» («Así siempre a los tiranos»).

Esto sirvió como bandera para los anti abolicionistas, neos confederados, grupos como el KKK y otros surgidos en la política yanqui, que marcaron una historia pendular.   Como lo fue el caso Kennedy, el trasfondo de la caída del Muro de Berlin o el mito de una supuesta huida de Hitler hacia America del Sur.

El hecho sirvió y sirve como caballito de batalla para los grupos neonazis, ultraderechistas, etc., como también fue el fusilamiento y linchamiento de Mussolini  que sirvió para la  continuación del legado del dictador en este siglo XXI y recientemente, el atentado contra el candidato republicano Donald Trump, que servirá como bandera para la  ultraderecha norteamericana

Por supuesto nosotros tenemos nuestro Trump criollo, que sigue los mismos pasos de este último y me atrevería decir a un tal Adolf Hitler, que aprovecho decir que hace unos días un fiscal y expresidente del Tribunal Oral en lo Criminal Federal Nro. 1 de La Plata, llamado Carlos Alberto Rozannski, presentó un curioso libro llamado de Hitler a Milei, donde hace comparaciones asombrosas entre el actual mandatario y Hitler.

Esta síntesis -a modo de presentación-, es para explicar que en esta tercera parte  donde intentaremos explicar, lo que realmente pasó durante la Guerra Civil Española  con la resistencia del Alcázar de Toledo, junto al coronel Moscardó. El llamado dudoso de su hijo prisionero de los republicanos, y su posterior fusilamiento.

Asimismo, los héroes, villanos y traidores que sudorantes sesenta días supieron resistir  contra las tropas republicanas, donde en realidad quien aprovechó ese momento fue el mismo Francisco Franco, el Generalísimo por la Gracia de Dios, que usó a su favor, para   falsear los hechos y que lo elevó al primer nivel, como Dictador de una España Falangista bajo la Cruz de un cristianismo acorde a su imagen.

Una introducción larga pero necesaria, para poner algunos ejemplos de la historia mundial, pero útil, para entender el contenido de esta tercera parte y para desglosar el mito de la realidad de los hechos históricos, espero mis lectores que disfruten  del  mismo.

UNA REFLEXIÓN MÁS SOBRE LA ÉPICA DEL ALCAZAR

La hazaña de Alcázar de Toledo tuvo- sin duda-, todos los ingredientes de la épica.  Su protagonista principal fue el entonces coronel José Moscardó Ituarte, si bien Franco resultaría su gran beneficiario.

El 21 de septiembre de 1936, cuando ya se cumplían dos agónicos meses de asedio, las tropas rebeldes que avanzaban desde el mes de julio hacia Madrid, para ocuparla y poner fin con ello a la República, llegaron a Maqueda. La capital estaba a tiro, con unas defensas mal organizadas y peor guarnecidas. Pero Franco: según algunos con maquiavélico cálculo, según otros por pura torpeza estratégica, -o por ambas cosas a la vez – tomó una decisión que cambiaría el devenir de la guerra: posponer la conquista de Madrid para desviarse a Toledo a socorrer y liberar a los sitiados. Una orden que, a la postre, lo encumbraría como jefe único e indiscutible de los sublevados.

Hay que agregar que fue el primer ensayo donde los rojos sitiaron una fortaleza visigótica donde se guarecían los valientes nacionales según las mística propagandística franquista y cuando digo lo de ensayo de ciudades porque  después vendría  una ciudad más valiente donde civiles y ejércitos rusos resistieron a los nazis  me refiero a los 900 días del asedio a la ciudad  de Leningrado  hoy nuevamente tiene el nombre real Petrogrado, la ciudad de Pedro el Grande, el Zar de toda la Rusia(proviene del término  «rus» dominación que daban los pueblos eslavos a las poblaciones escandinavas, también conocidos   como vikingos, normandos o nórdicos) que a fuerza  de sangre, dolor y  martirio sometió  a un pueblo para transformar la  misma en una metrópolis del progreso donde la ciencias y las tecnologías  transformarían a dicha ciudad en la más prospera de todas la Rusia Imperialista.

LOS MOTIVOS ESPURIOS DE UNA BATALLA ÉPICA

Realmente, el asedio, defensa y conquista final del Alcázar, siendo una gesta descomunal (y de consecuencias históricamente significativas, como se verá), tuvo un nulo valor bélico tanto para los nacionales como para los republicanos, aunque ambos bandos hicieron de ello una  cuestión de prestigio y un pulso simbólico.

Toledo  era una ciudad sin importancia militar, pero la República dedicó esfuerzos ímprobos a lograr la rendición, con hombres, artillería y armas que podían haber sido usados para reforzar Madrid y detener el avance franquista; hasta el mismo presidente del Gobierno, Largo Caballero, acudió en persona a comprobar el curso de la ofensiva. Los republicanos pensaron – erróneamente – que, al estar la guarnición del Alcázar aislada y mal equipado y no contar con ayuda exterior, sería una operación rápida y un fácil golpe de efecto.

Pero ¿cuál fue la motivación de Franco? Aquí las opiniones se dividen, animadas por las enigmáticas palabras del dictador, quien, en una entrevista concedida a un periodista portugués al poco de la liberación, diría: «Cometimos un error militar, y lo cometimos deliberadamente».

Así, unos afirman que desaprovechó el ímpetu del ataque de aquellos meses y la debilidad que oponía en esos momentos la capital por mero error: no era un buen estratega. Según otros, ocurrió justo lo contrario: su estrategia pasaba por prolongar la guerra todo lo posible para completar su proyecto de aniquilación (genocidio) del enemigo.

Para los más afines, prefirió salvar las vidas de sus compañeros sitiados y elevar de este modo la moral de su bando. Y una última opinión, que las incluye un poco a todas, es que, con la toma del Alcázar, Franco buscaba afianzar su poder gracias al simbolismo y atención internacional que había concitado la operación.

El historiador Paul Preston cree de este modo que, supeditando lo militar a su éxito personal, «perdió dos semanas mientras tomaba Toledo y se ocupaba de lo relativo a su propio ascenso político. Esa dilación constituiría la diferencia entre una excelente oportunidad para entrar  fácilmente en Madrid y el hecho de tener que emprender un largo asedio, como resultado de la reorganización de las defensas de la capital y la llegada de la ayuda extranjera.

COMIENZA UN DRAMÁTICO ENCIERRO

Sea como fuere, todo empezó sesenta y nueve días antes: el 21  de julio de 1936. Abortado el golpe en Toledo tras unas primeras escaramuzas e indecisiones, el coronel Moscardó, director de la Escuela de Gimnasia del Ejército y oficial de mayor graduación en la ciudad, declaró en la plaza de Zocodover el estado de guerra (es decir, su insumisión a la República). Antes, había dado orden de llevar las municiones de la fábrica de armas al Alcázar, fortificación de larga historia que dominaba – domina – Toledo y que hacía a la sazón funciones de Academia Militar. Acto seguido, se encerró allí con una compañía de la Guardia Civil (693 efectivos) y los estudiantes de la Academia: en total, 919 hombres.

No estaban solos, 670 civiles, casi todos mujeres y niños, fueron con ellos. Muchos no habían elegido su destino, y no todos eran familiares de los guardias y militares sublevados. Tal y como declararía el propio Moscardó por escrito en 1939 (aunque esta parte de su relato fue soslayada en posteriores versiones): «desde ese momento empezó el asedio del Alcázar, donde se llevó al gobernador civil con sus familiares y a varias persona más izquierdistas ellos, en calidad de rehenes».

El resguardo entre aquellos  muros pronto adquiriría imprevistos tintes dramáticos. Por albergar la Academia, el edificio disponía de una amplia despensa, pero al ser verano en vacaciones, esta se hallaba prácticamente vacía.

Así, a los casi 1600 refugiados -aunque racionada-, no les faltó el agua gracias a los pozos de la fortaleza, pero sí la comida. Las incursiones en el exterior para obtener víveres resultaron fallidas: se consiguieron apenas algunos sacos de trigo de un depósito cercano, pero la base de la alimentación acabaron siendo los caballos y mulas de la cuadras del Alcázar. De los 190 equinos que había al principio, sobrevivió solo uno.

FUERZAS  DESIGUALES

Entretanto, desde el mismo 22 de julio habían empezado a llegar a Toledo numerosas fuerzas republicanas: unos 5.000 milicianos, más un número indeterminado de guardias de asalto, sitiaron la plaza y la atacaron sin tregua. Al mando se encontraba el general José Riquelme, dispuesto a hacer valer su experiencia para terminar lo más rápidamente posible con aquel foco de insurgencia. Pero no iba a ser, ni mucho menos, tan fácil como pretendía. Pese al fuego incesante de la artillería y los bombardeos aéreos – hubo 35  a lo largo del asedio – , el Alcázar resistió sin rendirse, si bien progresivamente reducido a ruinas.

En ello influyó grandemente lo inexpugnable de su posición, en una colina elevada, aunque no se puede desdeñar la heroicidad y el coraje de los  sitiados. Porque estos, además de su inferioridad numérica – aunque se les habían unido posteriormente más guardias civiles al mando del teniente coronel Pedro Romero Bassart, hasta sumar unos 1300 efectivos-, se hallaban pobremente armados.

Según un recuento posterior, Moscardó dispuso de 1200 fusiles y mosquetones, dos piezas  de artillería de montaña (con solo 50 proyectiles), 13 ametralladoras de 7 mm, 113 fusiles ametralladores del mismo calibre, dos morteros, 250 granadas de mano y otras 25 granadas incendiarias , además de unos 200 petardos pequeños de trilita.

Eso sí, la munición traída de la fábrica de armas hizo que no les faltaran las balas. Pero era escasa oposición, teniendo en cuenta que las autoridades republicanas echaron el resto, con dos grandes (y fallidos) asaltos de infantería mortíferos y muy destructivos utilizando  minas.

FRACASAN LAS NEGOCIACIONES

Hay que decir, no obstante, que durante todo el asedio, y también antes de abrir fuego, el Gobierno legítimo, trató de hallar una salida negociada y pacífica al conflicto. El propio Riquelme, después de tomar posiciones, intentó lograr la rendición de Moscardó apelando a su racionalidad. Así, según varios autores, el coronel insurgente recibió diversas llamadas telefónicas conminándole a desistir, entre ellas la del general republicano, que le preguntó qué motivos tenía para persistir en su actitud. Al parecer, la repuesta de Moscardó fue que la República estaba ahora en poder del marxismo y que consideraba deshonroso e indigno entregar las armas de los caballeros cadetes a las milicias rojas.

Lo cierto era que este experimentado militar, que contaba entonces 58 años y no era  señalado por sus opiniones políticas, guardaba un indisimulado rencor al Gobierno de Azaña por un motivo estrictamente personal: la eliminación por ley de los ascensos de oficiales de  cierta edad, para evitar la saturación de mandos que anquilosaba al Ejército español. Esto le había afectado directamente, y, aunque luego recuperaría su antigüedad, parece que nunca terminó de digerir aquella ofensa.

Ya en la plena batalla, hubo otros tres intentos de negociación para el menos liberar a los civiles atrapados: uno corrió a cargo del canónigo de Madrid, en otro medió el embajador de Chile y el último le fue encomendado nada menos que al prestigioso general Vicente Rojo, jefe de Estado Mayor del Ejército de la República, que había sido profesor en la Academia del Alcázar y era por tanto muy respetado en Toledo.

Rojo entró en la fortaleza para parlamentar con Moscardó el 8 de septiembre y le ofreció evacuar a las mujeres y los niños, primero, y una rendición en términos honrosos después. Obviamente, no le acompañó tampoco el éxito.

ENTRE AGOSTO Y SEPTIEMBRE

Olvidada a partir de entonces la posibilidad de una solución pactada, raro fue el día en  que los sitiados no recibieron decenas de descargas, aunque sin que estas provocaran, en general, excesivas bajas. Con el paso de las semanas, sin embargo, la situación se fue poniendo cada vez más fea para los dos bandos. Porque, por un lado, los asaltantes sabían que las tropas de Franco podían caer sobre ellos en cualquier momento, si no resolvían rápidamente el asedio, y por el otro, a los defensores empezaban a escasearles  los productos de primera necesidad. Por ello, más de dos docenas de soldados nacionales acabarían capitulando y entregándose al enemigo.

Así las cosas, para elevar la moral de la tropa e impedir más deserciones,  Moscardó tuvo que aguzar el  ingenio e impulsó la creación de un pequeño panfleto (aunque en realidad fue idea de uno de su comandantes)  al que se llamó,  claro está, El Alcázar; este sería el germen del periódico publicado luego, durante la dictadura franquista. A través de sus escasas páginas, por  ejemplo, se establecieron unas normas básicas de higiene, pues el coronel sabía que las enfermedades podían mermar sus tropas mucho antes – y con mucha mayor efectividad – que el fuego republicano.

Pero en septiembre, lejos de desmoralizarse, los sublevados renovaron sus ánimos, pues recibieron mediante correo aéreo  varias cartas, firmadas por Francisco Franco en persona, informándoles de que muy pronto serían liberados. Instados en ellas a la defensa del sitio en término grandilocuentes, los soldados ocuparon sus posiciones a partir de ese momento con más esperanza que nunca.

LA LIBERACIÓN Y SUS CONSECUENCIAS

Franco, una vez  tomada su decisión, sustituyó a Yagüe, partidario de seguir hasta Madrid, por su gran amigo de las campañas del Rif, el general Enrique Varela. Y así el  día 21, como se dijo, este se dirigió  desde Maqueda a tomar Toledo. Seis días después, sus tropas estaban a las puertas de la ciudad.

Tras la última ofensiva republicana en la mañana del 27 – con la terrible explosión de una última mina -, las columnas de Asensio, la vanguardia de Varela, rompieron las líneas enemigas y entraron en Toledo. A las nueve de la noche, el Tabor de Regulares de Tetuán penetró al fin en los escombros de la antigua fortaleza, seguido de un destacamento de la Legión.

Los sitiados, aunque desnutridos y pálidos, los acogieron entre vítores. A la  mañana siguiente, el día 28, el coronel Moscardó recibió al general Varela con estas famosas palabras: «En el Alcázar, sin novedad». Algo retocadas (Sin novedad en el Alcázar), servirían de título a la película propagandística que en 1940 recordó la gesta; ese mismo año, se invitó al nazi Himmler a visitar el lugar de la batalla.

Pero la más importante cita con la historia se produjo, en realidad, el mismo 28 de septiembre de 1936 en Salamanca: los generales golpistas de la Junta de Defensa se hallaban reunidos en dicha ciudad  castellana para  firmar el decreto que unificaría finalmente el mando de las tropas rebeldes. Y en este decreto no solo se incluyó la previsible jefatura militar para Franco, sino también la del Estado. Debido a la oposición de algunos de los presentes (Kindelán, Cabanellas) a tal supremacía, se introdujo en el texto una precisión – «mientras  dure la guerra»- que  molesto  enormemente  a Franco: pronto la haría desaparecer del documento.

Y así, merced  al sufrimiento del Alcázar  de Toledo, los rebeldes dejaron de ser  rebeldes para convertirse a partir de entonces en el Ejército Nacional bajo su mando supremo, para la guerra… y para todo lo que vendría después.