Por Gustavo Fernetti

Rolando estaba, como siempre, almorzando en Berutti y Riobamba. Historiador y miembro del CONICET su vida transcurría, aparentemente, entre viejas bibliotecas e informes al bendito Instituto.

Ese día lo acompañaba Francisco, y daban cuenta de la segunda Quilmes. Total, ya se iba para casa.

-Estoy harto, Pancho. Hoy no sabés. Me criticaron que Gutiérrez se escribe con Z y no es así, es con S. Y el tema, el bendito tema…

-Manga de chotos.

Rolando estaba escribiendo un artículo para un libro de historia, una de las tantas tareas de investigación por la que el estado le pagaba: “El Concepto de “buen fútbol” en base a recortes de diario coleccionados por directores técnicos.” El tema prometía pero lo inquietaba otra cosa.

-Pancho… pensaba… ¿cuándo dejamos de ser simples en historia? Simples. 

– Uhhh, al menos desde los años 50.

– Hay que volver. A lo sencillo.

-No se puede ya. 

Acabaron la doble muzza y Rolando se fue a su casa. La inquietud intelectual no lo dejaba ¿Qué era lo sencillo? ¿El fútbol? Pensó que uno de los temas viejos de la Historia eran los personajes, los avatares de personas ilustres.

Descartó el tema, pero no del todo. 

Una biografía, la construcción por excelencia de la historia clásica, le repelía.  Pensó que los famosos (San Martín, Napoleón o Carlos Gardel) fueron construyendo su propio personaje tal vez sin saberlo. Una biografía revolucionaria –para la Historia- sería hacer la biografía de un Don Nadie. Pero eso tendría muy poco atractivo: los lectores deben sentir que la Historia avanza en el conocimiento y saber mucho acerca de nadie, es lo mismo que saber nada. Encima Don Nadies hay millones, la tarea sería titánica, sino imposible. Había que elegir. Personajes barriales, quizás. Pero no, su importancia era limitada, no universal, y solo le iba a interesar a los padres del biografiado. Incluso podía ser una historia obsecuente, de doctores biografiando sus propios conocidos.

Se le ocurrió entonces que era el hecho excepcional lo que unía a los personajes. Nada nuevo: la batalla de Austerlitz definía a Napoleón y Mi Buenos Aires Querido a Gardel. Tal vez haya millones de Don Nadies con alguna tarea excepcional, el contrapeso de la balanza era que esa excepción -humilde pero potente- era sólo para ellos Que Eran Legión.

Se animó a preguntar a algunos vecinos. Encaró a la kiosquera, una señora de unos 60, que siempre estaba sospechando de todos. Era su segundo oficio.

-Buenas… mire, Dora. Le voy a hacer una pregunta que le va a sonar rara… ehhh… ¿qué fue lo más destacable en su vida?

Eligió destacable y no excepcional para no tener que explicar mucho. La mujer lo miró como a un loco. 

-Ehhh, como le va, Rolo… mire, pensándolo bien, casarme.  

-Ajá. 

-Si no me hubiera casado tendría otra vida y no estaría enterrada en esta ventanita vendiendo Coca-Cola como una estúpida.

Sucesivos encuentros dieron respuestas similares pero dispersas: casamientos, partos, divorcios, la primera mascota, una quiniela ganada, un viaje a Barcelona, alguna muerte. Pensó que esas biografías imposibles juntas eran retazos en patchwork que mostraban un sujeto amorfo e ideal, el Don (o Doña) Nadie, al que le había pasado de todo, pero que no existía.

-Ese Don Nadie informe no existe, pero ya lo inventaron los antropólogos, se llama Historia de Vida. Una vida común a muchos, un modelo.

-Más o menos. Pancho, mirá. Un montón de gente hace cosas más o menos similares, otras cosas les pasan porque sí. La biografía de una sola persona a la que le pasa de todo y no algo, debería ser interesante. Cada uno miraría a esa persona como un reflejo, como una impresión, en el libro, de la propia vida, como hojeándola a ver si aparece. 

-¿Y lo que no le pasó? Ahí va lo que le pasó a Nadie, te digo que es un rejunte.

Rolando decidió entonces encarar la excepcionalidad desde otra perspectiva. 

Cosas extraordinarias para todos, que le pasó a un puñado ¿existían Evasduartes e Yrigoyenesas entre nosotros? Descartó la idea por ingenua, propia de la revista Todo es Historia, una metáfora simplificadora que buscaba genios en la gente común.

Supuso que, dado un solo hombre o una sola mujer, lo históricamente extraordinario lo es para sí misma y es intrascendente para muchos. Pensó en la división italiana entre Istoria y Storia, en la distinción yanqui entre History y Story.

Para verificar esto eligió a Daniel, un tipo que trabajaba en Paladini. Con el tiempo entró en confianza y pudo armar, a pedazos, una historia de excepcionalidades ocurridas a una sola persona. Daniel era hábil con el cuchillo, pero un desastre con la mujeres, que terminaban abandonándolo ¿que había de excepcional en todo eso? Combinando sus percances intrascendentes, Daniel era un personaje de Borges y Borges mismo. 

Carlos trabajaba en una oficina y coleccionaba estampillas; Jorge criaba canarios; Marta, una dentista, tenía terror a entrar a la habitación donde se le había aparecido la tía Delia, muerta hacía diez años. Con sorpresa, Rolando vio que esas vidas eran todas extraordinarias, pero a la vez, borrosos remedos de Jean Paul Sartre, Madame Curie o Lita de Lázzari.

Decidió que ese carácter extraordinario debía ser realmente extraordinario, pero… ¿quién decidía eso? Heirich Himmler, el tenebroso jefe de las SS, era criador de pollos y el Che, un médico devenido soldado ¿que era en ellos lo extraordinario? ¿La historia previa o la subsiguiente? ¿Ese contraste?

-Me parece que te estás yendo a la mierda.

-Sí, pero es una gran reflexión para un historiador.

-Insisto. Me parece que te estás yendo a la mierda.

Por dos noches no pudo dormir.

Había intentado biografiar a Celeste Cid, Rogelio Ramos -un carnicero- y al Soldado Chamamé desde diferentes parámetros. Cuando cambiaba los hechos a destacar en cierta forma, las personas se parecían mucho. Si mantenía fija la variable “se casó por iglesia” o “aprendió a leer”, por ejemplo, eran prácticamente iguales. Si se proponía para sus biografías un “tiene puntería con el rifle” todas eran distintas.

Entonces se dio cuenta de la historicidad del personaje. Lo excepcional no era tal en el siglo XVIII que en el XXI. Repudiar al Papa en 1792 era común en Francia, pero quizás mortal en Italia. Rolando se manejaba con, documentos, además, era muy dificultoso entrevistar a Gregorio V y mucho más fácil a Brad Pitt.  

Decidió emprender la tarea de juntar esas excepcionalidades, fuesen las que fuesen. Entre tantas hojas, algo habría.

En un año, Rolando tenía más de cien entrevistas a personas de diverso género, trabajo, historia, estado civil, profesión, edad, y sobre todo diversos avatares. Ya consideraba casi imposible hacer una biografía y a la vez, no hacer miles de ellas. En una entrevista, una mujer se declaraba fascista y declaraba que su vivencia más extraordinaria fue cuando asumió Videla, pero que Alfonsín era el mejor presidente de Argentina. En otra, una adolescente decía que el mejor momento fue cuando murió su abuelo, al que odiaba. Ambas mujeres se declaraban apolíticas. No era raro que republicanos furiosos apoyaran a Franco para el control de la delincuencia y reclamar la libertad de pensamiento para ellos mismos, al preguntársele por su época estudiantil. Sin embargo – a diferencia de un Napoleón o una Madame de Staël- mencionaban como hechos extraordinarios un primer cigarrillo o el debut sexual, no la Revolución Francesa.

Rolando estaba cenando en el Bar Helga, como tantas veces.

Meditaba acerca de lo extraordinario, lo que ocurre una vez en la vida. Pero también lo que resalta, lo que se pude señalar como “hecho histórico” que marca un antes y un después, como dicen los periodistas mediocres.

Decidió que eso no existe. El hecho histórico es algo construido, algo que conviene mencionar desde afuera, para poder encasillar el pasado en un futuro que ya ocurrió.

La Toma de la Bastilla resultó en la decapitación de un rey y una reina, pero ellos no predijeron esa consecuencia nefasta, Robespierre tal vez no veía otra posible. Las biografías de María Antonieta y de Robespierre, eran a la vez diferentes e idénticas dependiendo si -para juzgarlos por lo “extraordinario”- se elegía la tribuna, la antorcha o la guillotina. Una biografía de las tres podía ser totalmente simétrica o diametralmente opuesta. 

O peor. No hay biografía posible: de entrada, una biografía nunca lo es.

Las personas no decidirían sobre lo que  no eran o fueron sus vidas, es el historiador el que arma lo extraordinario y no las personas biografiadas; para ellas, el acto irreversible que marca la vida es la vida misma. No se recuerda: se vive y se olvida porque se ha incorporado como memoria en el cuerpo y la persona casada recuerda su casamiento en el hoy. Sea un cumpleaños o un divorcio, sea haber sido soldado en 1944 o en Malvinas, se teje en las consecuencias y no en un libro, escribir esas maravillas es de novelistas y no de historiadores, se sentenció a sí mismo. La historia es lo que decimos nosotros, no lo que ocurrió y mucho menos, la historia son las personas.

Pensó que no estaba mal escribir el artículo “El Concepto de “buen fútbol” en base a recortes de diario coleccionados por directores técnicos”. Daba igual porque en él estaban todos los avatares de mucha gente hablando de un juego, Rolando sólo podía sintetizarlos en quince páginas A4. Más de ese límite, era un acto mesiánico, propio de dioses y no de historiadores.

Pancho apareció a eso de las 9. 

-Te veo contento che.

-Si… ya sé lo que es un offside. Mi viejo me lo había explicado mal. Es que nunca vi mucho fútbol.

-Ts, ts. Malo lo tuyo.

Investigación: Arq. Gustavo Fernetti

Imágenes: Diego González Halama.