-No nos vamos a ir de Rosario hasta aniquilar al narcotráfico – dice el secretario de Seguridad de la Nación, Vicente Ventura Barreiro, al recibir las ochenta camionetas enviadas por el gobierno de la provincia de Buenos Aires.

Aniquilar el narcotráfico supone terminar con el 30 por ciento del sistema financiero internacional, regional y nacional. Ventura Barreiro miente, mientras la sangre derramada de chicas y chicos se acumula en los barrios al mismo tiempo que concentra millones de dólares en las burguesías santafesinas y nacionales. Aniquilar el narcotráfico supone eliminar una de las principales arterias del sistema capitalista y no lo harán. Lo único que buscan en generar control social sobre los últimos eslabones de la comercialización de este negocio multinacional y paraestatal.

A días del 24 de marzo, el presidente de la Nación y varios gobernadores alientan la participación, una vez más, de las Fuerzas Armadas en los conflictos internos, degenerarlas, una vez más, en policías nacionales mientras extranjerizan riquezas al mando del único que tiene un plan estratégico desde hace décadas: Estados Unidos.

Rosario es el lugar señalado para desarrollar el nuevo experimento de control social para garantizar el saqueo.

Cuando el ex presidente mexicano Felipe Calderón desató la guerra contra el narco, en diciembre de 2006, lo hizo teniendo como excusa lo sufrido en la provincia de Michoacán.

El presidente López Obrador, en enero de 2019, decidió terminarla. No solamente por hipócrita, si no también por el costo de casi doscientas mil personas muertas en forma paralela al permanente crecimiento del narcotráfico.

No es un debate ideológico como minimiza el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, se trate de leer y tomar conciencia de lo sufrido por los pueblos de América Latina como consecuencia del plan de la Doctrina de Seguridad Continental elaborado por los Estados Unidos con la excusa de combatir al “narcoterrorismo”.

Lo cierto es que el narcotráfico, como gran negocio multinacional y paraestatal, tiene eslabones superiores e inferiores en su cadena de comercialización. Los superiores no son tocados. Las burguesías nunca son requisadas. No hay Bukele para ellas. Hay impunidad, una y otra vez.

El problema son los eslabones inferiores. Bandas narcopoliciales barriales que imponen condiciones porque tienen un determinado poder económico y de fuego y generan explotaciones casi feudales a chicas y chicos que terminan siendo sicarios al servicio de estas patronales efímeras y condenadas a ser cambiadas por otras.

En la frontera entre Córdoba y Santa Fe, por ejemplo, hay bandas que actúan desde hace cuarenta años manejando mucho dinero pero también hay otras, las que manejan por abajo y generan una fenomenal subordinación a chicas y chicos que pierden todo porque no tienen nada o casi nada.

El poder político cuando habla de narcotráfico se refiere a este plano del negocio, allí donde la muerte convive con la vida porque la pésima distribución de ingresos generó también la pésima distribución del futuro, de la esperanza de un mañana mejor. La persona que no tiene futuro no está completa como ser humano y termina siendo otra cosa y es posible que haga cualquier cosa.

El experimento rosarino de la doctrina de seguridad continental termina demostrando, a 48 años del inicio del terrorismo de estado, la destrucción de la conciencia política e histórica de grandes sectores de la sociedad argentina. No es un problema rosarino o santafesino, es un problema profundo que alcanza a las grandes mayorías de estos estragados y amados arrabales del mundo.

Fuente: “La Capital]”, sábado 16 de marzo de 2024.