Independencia, igualdad, libertad y seguridad.

El artiguismo fue el movimiento popular que intentó construir una nueva nación a partir de las mayores transformaciones de la realidad política y económica de principios del siglo diecinueve.

Hay dos documentos que impactan directamente en el presente, más allá de las distancias y los cambios producidos en el mundo entero.

El primero de ellos son las “Instrucciones a los Representantes del Pueblo Oriental para el desempeño de su encargo en la Asamblea Constituyente fijada en la Ciudad de Buenos Aires el 13 de Abril de 1813”.

El segundo es el “Reglamento provisorio de la provincia oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados”, del 10 de septiembre de 1815.

Cuatro definiciones claras a partir de la toma del poder: independencia nacional, igualdad, libertad y seguridad.

Cuatro momentos que deben darse en ese orden histórico.

El artículo primero de las Instrucciones sostiene: “Primeramente pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas Colonias, que ellas estén absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona de España y familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el Estado de la España es y debe ser totalmente disuelta”.

En el artículo cuarto señala que una vez lograda la independencia nacional, “como el objeto y fin del Gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los Ciudadanos y los Pueblos, cada Provincia formará su gobierno bajo esas bases, a más del Gobierno Supremo de la Nación”.

En el artículo 14, pide que “ninguna tasa o derecho se imponga sobre artículos exportados de una Provincia a otra; ni que ninguna preferencia se de por cualquiera regulación de Comercio o renta a los Puertos de una Provincia sobre las de otras ni los Barcos destinados de esta Provincia a otra serán obligados a entrar a anclar o pagar Derechos en otra”.

En el artículo 18 habla de la soberanía de los pueblos como barrera contra el despotismo: “El Despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la Soberanía de los Pueblos” y dice una clave que no fue tenida en cuenta en el 19, cuando remarca que “precisa e indispensable sea fuera de Buenos Aires, donde reside el sitio del Gobierno de las Provincias Unidas”.

Repite la idea de “…mantener un Gobierno libre, de piedad, justicia, moderación e industria”, en el artículo 20.

Ese documento del 13 de abril de 1813 define un plan de acción que tiene resonancia en el presente: independencia política, igualdad, libertad y seguridad.

En el “Reglamento provisorio de la provincia oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados”, del 10 de septiembre de 1815, en su artículo 6 define el sujeto social de las transformaciones a partir de la toma del poder: “Por ahora el señor alcalde provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno en sus respectivas jurisdicciones los terrenos disponibles, y los sujetos dignos de esta gracia con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suertes de estancia, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la provincia”.

La igualdad era consecuencia de las medidas políticas que debía tomar el nuevo gobierno sobre la distribución de las tierras, teniendo como objetivo “que los más infelices serán los más privilegiados”.

Ante la invasión de mercaderías extranjeras, la concentración de riquezas en pocas manos y la extranjerización de la banca que hoy sufren los pueblos del sur, las palabras artiguistas no solamente suenan como contraste sino también como proyecto político económico alternativo: “todos los derechos, impuestos y sisas que se impongan a las introducciones extranjeras serán iguales en todas las provincias unidas, debiendo ser recargadas todas aquellas que perjudiquen nuestras artes o fábricas, a fin de dar fomento a la industria de nuestro territorio”.

El sujeto de la historia, el origen de la legitimidad política y el destinatario de la acción estatal son las mayorías populares pauperizadas: “los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancias, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la provincia”.

Un gobierno que reparte la tierra y recompensa al trabajo. Reforma agraria en ciernes y protección al mercado interno. Distribución de riquezas desde la decisión política del estado naciente.

Dirá sobre los ingleses: “Abriré el comercio con quien más nos convenga…los ingleses deben conocer que ellos son los beneficiados, y por lo mismo jamás deben imponernos”.

Y repetirá sobre el origen y fin de los impuestos: “los señores comerciantes serán obligados a pagar en nuestros puertos los derechos de introducción y extracción establecidos y acostumbrados en las diversas receptorías según los reglamentos generales”.

“Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la provincia, para poseer sus antiguas propiedades”.

Semejante concepto del estado expropiador por razones políticos estaba en la base del Plan de Operaciones de Mariano Moreno y sería el principal argumento de la obra de gobierno de San Martín, ya sea en Cuyo como en Perú.

La política de Artigas

“Un puñado de patriotas orientales cansados ya de humillaciones habían decretado su libertad en la orilla de Mercedes”, sostuvo José Gervasio Artigas el 7 de diciembre de 1811. Se refería al llamado Grito de Asencio, producido entre los días 27 y 28 de febrero de aquel año. Surgía el ejército oriental: “fuertes hacendados, arrendatarios o meros poseedores de la tierra cuyos hombres movilizaban al vecindario; los paisanos peones de estancia, los hombres sueltos; los curas patriotas, portavoces del ideal revolucionario; los indios tapes de las tierras misioneras, los charrúas y lo minuanes; los negros esclavos fugados de sus amos que buscaban entre las columnas patriotas su liberación”, describieron los historiadores uruguayos Cristina Martínez y Carlos Alcoba.

Era un frente social policlasista, similar al constituido por San Martín desde Cuyo.

Pero el liderazgo político de Artigas se manifestaría con una fuerza elocuente en el denominado éxodo del pueblo oriental, en octubre de 1812.

Por diferencias políticas, sociales y económicas con Buenos Aires, Artigas decide dejar el sitio a Montevideo todavía ocupado por españoles.

Ocho mil familias siguieron al líder hasta la actual provincia de Salto en Uruguay.

Ocho mil familias que dejaron sus casas, sus ocupaciones, sus penurias, el lugar de su historia existencial para seguir el proyecto de un hombre que decía que “los más infelices serán los más agraciados”.

Más de veinte mil personas detrás de Artigas y su proyecto.

“Sólo a los pueblos será reservado sancionar la constitución general…Como todos los hombres nacen libres e iguales, y tienen ciertos derechos naturales, esenciales e inajenables, entre los cuales puedan contar el de gozar propiedad y, finalmente, el de buscar y obtener la seguridad y le felicidad, es un deber de la institución, continuación y administración del gobierno, asegurar «estos derechos, proteger la existencia del cuerpo político y e| que sus «gobernados, gocen con tranquilidad las bendiciones de la vida, y siempre que no se logren estos grandes objetos, al pueblo tiene un derecho para modificar el gobierno y tomar las medidas necesarias a su seguridad, prosperidad y felicidad”, indicó en su proyecto de Constitución para la Provincia Oriental en 1813.

Soberanías

“De pequeño yo tenía un marcado sentimiento armamentista, tanques de lata, de plomo y níquel y unos graciosos reservistas que todos a mano pintados eran una delicia para mi mundo infantil…”, empezaba la letra de “Aquellos soldaditos de plomo”, de Víctor Heredia, luego de la guerra de Malvinas y en el alba de la democracia, hace casi cuarenta años atrás.

El terrorismo de estado quiso perpetuarse en el poder a través de la recuperación de las islas y desempolvó la palabra soberanía. Pero no hay soberanía sin soberanía popular.

En los años sesenta, mientras en los patios humildes de la clase media rosarina se jugaba con soldaditos de plástico, los amigos que raspaban las rodillas por la pelota o por las guerras imaginarias entre macetas y agujeros en las baldosas, iniciaban las batallas con la consigna: “Esta tierra es mía”.

Después se defendía la cuadra en los desafíos con los pibes de la otra cuadra y lo propio también se sentía al jugar con los amigos porque se compartía el amor por lo próximo. Nos queríamos y defendíamos el orgullo de la cuadra. Solamente se defiende lo que se ama.

Ni la canción de Víctor se escucha en las radios ni tampoco hay pibas o pibes que digan mientras juegan: “Esta tierra es mía”.

Cuando los precios aumentan de manera desaforada produciendo la brutal transferencia de recursos desde los sectores populares hacia los sectores concentrados y extranjerizados de las riquezas, sentimos que hay pocas cosas que son realmente nuestras.

Que gran parte de las penas socializadas es consecuencia del saqueo permanente, donde en algún lugar del diccionario todavía existe la palabra soberanía pero no se encuentra en lo cotidiano y cercano.

Cuando Rivadavia condenó a Belgrano por haber inventado la bandera, aquel formidable intelectual, segundo promedio histórico de la Universidad de Valladolid, insistió en su beligerancia y aunque lo encerraron y hambrearon a su ejército casi desnudo, siguió peleando porque entendía que aquella tierra era suya. Que defenderla significaba tener la posibilidad de decidir sobre el presente y también en relación al futuro de las hijas y los hijos que vendrían.

Ahora, mientras las riquezas se cuentan en millones de dólares que se van por los ríos argentinos, aquel sonido lejano de la palabra soberanía recuerda ciertos momentos de orgullo y mística que hoy no cotizan en las bolsas de valores que funcionan en los grandes medios de comunicación o los millones de estímulos informativos que deforman y que se meten en nuestra mente a través de la yema de los dedos cuando manipulamos el celular.

Cuando miles de pibes que no sabían leer ni escribir decidieron cruzar las montañas más altas de las tierras para seguir a un indio guaraní llamado San Martín, quizás lo hicieron convencidos que pelear por esas geografías desaforadas era hacerlo por sus propias suertes individuales.

El nuevo embajador norteamericano sentencia que la Argentina debe dejar de lado los partidos políticos y las diferencias ideológicas porque ellos, Estados Unidos, quieren ser socios porque hay alimentos, Vaca Muerta y litio. Para ellos la sociedad es clara y contundente: se quedan con lo nuestro para que nosotros seamos cada vez más pobres y menos nosotros.

Las pibas y los pibes, ángeles exiliados de los paraísos privatizados por el dinero y los privilegios, intentan cuidar sus almas y sus cabezas porque saben que es lo único que tienen. Luchan por la soberanía de sus cuerpos y sus sueños aunque cada vez tienen menos elementos para construirlos o imaginarlos.

Del otro lado del almanaque, aunque la fecha diga soberanía nacional, millones y millones de argentinas y argentinos pelean la historia cotidiana intentando recuperar todo aquello que fuera robado desde hace tanto tiempo.

Como aquellos chicos que jugaban mientras se rompían las rodillas y soñaban con que la tierra y sus riquezas eran suyas, como la alegría y la felicidad.

La democracia argentina, cuarenta años después, tiene deudas internas profundas: la mitad de su población empobrecida y la mayoría de sus riquezas en manos extranjeras.

Por los puertos se van las riquezas producidas por el pueblo y entran armas y drogas que matan a la pibada. Un pésimo negocio.

Volver a Artigas es entender que no hay democracia sin soberanía.

Soberanía económica, ambiental y popular para democratizar la felicidad, el verdadero objetivo de la revolución y la política.