Cuando Mary Shelley escribió Frankestein, en 1817, nadie pensó que el inocente borrador de una niña de 19 años, en plena era victoriana, pudiera llegar a provocar tanto escándalo.
Mucho menos que remackes de la obra, renacidas en otros tiempos y espacios (como Robocop, El hombre nuclear, La mujer biónica y, más cerca nuestro, los Transformers y todos los derivados de “inteligencia artificial” que andan dando vueltas) seguirían sorprendiéndonos después de tantos pero tantos años…
La capacidad de burlar a la muerte, a través de diferentes técnicas de resucitación (todavía sigue vivo el mito de Walt Disney en un freezer esperando que todo escampe para volver a andar, vivito y coleando, como cualquiera de nosotros), es algo más viejo que la misma Biblia.
De ahí la costumbre en las tumbas más primitivas y antiguas de dejar a los muertos junto al féretro comida y bebida, para que tengan cuando se despierten.
De todos modos, en la historia original de Frankestein prima la influencia de la tecnología científica por encima de lo biológico, los atributos de la ciencia en plena era de la primera revolución industrial eran, antes que nada, una cuestión de fe, más que de ciencia…
De ahí se partió y de ahí se hizo posible, y, hoy por hoy es un tema terriblemente polémico y discutido entre abogados, juristas y religiosos, el tema de la fertilización in vitro con esperma u óvulos de personas ya fallecidas (sería el caso de los hijos post mortem), algo con lo que nunca se soñó pero que apareció así como así gracias a los avances científicos de la genética, ciencia muy endemoniada que debería de estar más ligada a la ética que a cualquier otra cosa. No es lo mismo clonar una oveja que clonar una persona, nunca es lo mismo…
De todos modos, y tal cual se plantea en la historia de Mary Shelley, al igual que en la versión de “inteligencia artificial” cinematográfica o la versión de “avatar” hecha para cine, los androides en algún momento cobran vida y nos enamoran y se enamoran, tal cual plantea el Gepetto que pudo construir a Pinocho, necesitaba tanto un hijo, que ese muñeco, ese muñeco de madera construido pacientemente por él, se transforma en el hijo más amado al que nunca tuvo antes. Tal cual sucede en “Avatar”, la película en donde el humano transformado en avatar elige quedarse en el mundo de los avatares porque se enamora del avatar de una mujer. Así sucede con Frankestein que termina transformándose en un monstruo bueno, a pesar de que todos se horrorizan tanto cuando están frente a él que les nace, antes que nada, matarlo…
Tal cual La bella y la bestia, o la gitanita y el Jorobado de Notre Dame, de Víctor Hugo, siempre hay un roto para un descocido, como decía mi abuelita y como decía, también, la mamá de una amiga mía…
Qué tanto rotos estamos o cuánto de descocidos, eso está por verse, pero entre las encrucijadas de tantas tristezas y soledades, sorprende siempre, la capacidad de los humanos de sobrevivir a los odios y propender al amor, tal cual sucede en la peli náufrago donde Tom Hanks se aferra a Wilson, encarnado en una pelota de vóley, tal cual sucede en inteligencia en donde la madre termina amando a ese hijo robot, tal cual sucede en Pinocho, donde Gepetto ama a su muñeco más que a sí mismo, tal cual sucede en el ballet Coppelia, inspirado en el cuento de T.H. Hoffman, “El hombre de arena”, publicado casualmente el mismo año en que Frankestein, en donde el estudiante Nathaniel se enamora de la muñeca Coppelia, fabricada por Coppelius, un inventor de autómatas….
Hasta dónde llega la capacidad de crear y recrear humanoides, androides, autómatas o robots, es algo que no tiene ningún tipo de límite en la actualidad…
El tema es que ningún robot reemplaza la capacidad de amar de un ser viviente, y aunque parezca que sí, pero todos sabemos que no, que parece que nos aman pero no nos aman, por más que la computadora te hable y te conozca como si fuera tu vieja o tu novia, no es ninguna de las dos cosas, es una computadora, entonces, hoy por hoy, también está casi demostrado, digamos, a grandes rasgos, sobre todo con esta pandemia puta, que en el entramado de soledades, tristezas y orfandades, mucha gente se vuelca a compartir el hogar con vivientes de otras especies, el otro día escuché a una abogada hablar de la familia interespecies, concepto que me pareció muy interesante, porque el perro, el gato, el loro, el cobayo o el conejo de la familia, son también parte de esa familia, y es mucho más terapéutico y sensato compartir el hábitat con los animales que con las máquinas porque las máquinas, por más automatizadas que estén, siguen siendo máquinas…
En Francia y en otros países se utilizan perros terapéuticos en hospitales y geriátricos, también son imprescindibles en los rescates peligrosos y en emergencias climáticas, incendios o accidentes, también son indispensables para los discapacitados en tanto animales de compañía y en tanto asistencia permanente…
También se está usando la equinoterapia para gente con graves problemas neurológicos y motrices, lo cual está dando excelentes resultados en los pacientes…
Vale mucho más mirar en derredor antes de estar y seguir, fabricando máquinas inteligentes, que nunca, jamás, te van a devolver una mirada tan, pero tan tierna como la de tu mascota del alma….