LA TRAICIÓN DESDE ADENTRO DEL NAZISMO (continuación) 

Las  traiciones  eran frecuentes en los últimos años de la S.G..M, donde  los leales de la primera hora del Führer se transformaron en traidores  cuando el imperio del tercer Reich se desmoronaba o mejor dicho era  el punto final de una tragedia y que yo tomaría el título de una épica película «la caída de los dioses». 

Desde un principio sus leales que desde  el nacimiento del nacional socialismo allá por 1919 y cuyos orígenes se dan en la anárquica y experimental república de Weimar, Hitler se aprovechó de ese malestar entre belicistas y antibelicistas donde las calles  de toda Alemania era una constante campos de batallas entre los comunistas y nacionalistas, primero con la revolución espartaquista de Rosa Luxemburgo y luego la aparición de los Freikorps o cuerpos de militares desocupados y decepcionados por la derrota del imperio alemán y  por los términos del tratado de Versalles, de todo este caos  Hitler hizo una manipulación para convencer a toda Alemania que fueron traicionados por los políticos y otros y que Alemania tenía el» destino manifiesto» de ser la gestora de un nuevo Reich esta vez sería nazi. 

Pero volviendo a los traidores del nazismo yo comente en el capítulo anterior sobre la traición de Himmler y que enfureció a Hitler. Pero en junio de 1933 un compañero de las primeras luchas llamado Ernesst Röhm fue brutalmente asesinado junto a otros supuestos conspiradores  por traidor a la causa y por haber recibido doce millones de marcos del gobierno francés y de conspirar con otras potencias extranjeras para realizar un golpe de estado contra Hitler, camarada y amigo de luchas desde el fracasado putsch de Múnich en 1923.

 El primero creo la S.A. o mejor dicho la fuerza de choque del dictador. Un ejército de 2.000.000 millones de hombres que competía con el ejército regular alemán. Por lo tanto se creó un plan de exterminio contra políticos, religiosos, militares y viejos camaradas que se conocería como «la noche de los cuchillos largos» o «operación colibrí».

 Pero dentro del circulo de hierro de Hitler, desde 1943 año de las derrotas, muchos fieles y cercanos a su figura empezaron a manipular la forma de hacerse del dictador y vale mencionar el año 43 ,cuando su fiel secretario Rudolf Hess lo traicionó haciendo un vuelo secreto a Inglaterra con una supuesta propuesta de paz.  Él lo tildo de loco, su muerte también fue su misterioso suicidio en la cárcel de Spandau en 1987.

Asimismo, otro traidor fue Göring el jefe de la fuerza aérea alemana que casi a finales de la guerra por 1945 durante la batalla por Berlin, se fugó y se entregó a los norteamericanos con la idea de proponer un cese de las hostilidades. No se lo escuchó y fue juzgado en Núremberg. Luego murió en circunstancia misteriosa en su celda.

Se agrega el último secretario Bormann, que desapareció misteriosamente. Algunos suponen que se fugó hacia America del sur mejor dicho a la argentina y que murió tranquilamente, pero se llevó a la tumba  los últimos secretos del Reich.

Por último el mismo Hitler traicionó a sus más cercanos con su supuesto suicidio o mejor dicho una pantalla armada para su desaparición. 

Pero vale una reflexión con nuestra actualidad: siempre han existido l locos, pero la locura se transforma en una psicopatía compulsiva y los argentinos tenemos el fiel reflejo de un personaje que hace discursos incendiarios y de pleno odio y además ahora canta odas propias para una argentina agonizante. Como en siglos anteriores, Nerón cantaba odas propias o ajenas mientras disfrutaba de cómo se incendiaba Roma.

Nosotros tenemos un Nerón y un Calígula; dos figuras siniestras de locura extrema que se compara a este personaje que nos gobierna. Esto es el resultado del experimento libertario y traicionó a todos nosotros con delirios peligrosos.

TRES ALEMANES SOSPECHOSOS

En la mañana del 21 de mayo de 1945, una patrulla británica y dos soldados soviéticos salieron a inspeccionar la zona de Meinstadt. A las 19 horas, los ingleses fueron a tomar un café, mientras que los soldados soviéticos hacían otra ronda. Detuvieron a tres alemanes sospechosos, los llevaron a la aldea y se los entregaron a los ingleses. Nadie molestó a los detenidos durante dos días, pero el 23 de mayo, uno dijo ser Heinrich Himmler e insistió en hablar con el oficial al mando.

La información dada por Himmler coincidía con los datos en posesión del comandante británico: detalles biográficos, características especiales, número de afiliación del partido nazi y la tarjeta de pertenencia a las SS. No había duda.

Himmler fue conducido para un nuevo interrogatorio ante el mando de contra reconocimiento del II Ejército británico en Lüneburg. Durante el registro corporal, en presencia del coronel Murphy, Himmler estalló la ampolla de cianuro contra sus dientes y cayó al suelo. Medio minuto después sus ojos estaban vidriosos. Nadie movió el cuerpo hasta la llegada de oficiales del Ejército Rojo y los corresponsales militares tomaran fotos. Himmler vivió 45 años. Su hija Gudrun 88.

LA «PURGA» DE ADOLF HITLER

La noche de los cuchillos largos, la noche en que Hitler eliminó a sus enemigos

El 30 de junio de 1934, Adolf Hitler consolidó su poder tras purgar a los sectores más radicales del partido. Ernst Röhm, jefe del cuerpo paramilitar de las SA, fue el primero de muchos que aquella fatídica noche perderían la vida.

Durante la noche del 30 de junio de 1934, se sucedieron las ejecuciones en ciudades como Berlín y Múnich. Miembros de las SS detuvieron y posteriormente asesinaron no menos de ochenta y cinco personas entre las que se encontraba Ernst Röhm, el jefe de las Tropas de Asalto (SA), vinculadas al NSDAP, el partido nacionalsocialista obrero alemán, acusados de tramar un complot contra el líder, Adolf Hitler.

LOS CAMISAS PARDAS

El 29 de enero de 1933, Adolf Hitler recibía la noticia de que al día siguiente sería nombrado canciller, pero su aspiración de ostentar el poder absoluto estaba aún muy lejos de poder consumarse.

El gabinete elaborado por Hitler era mayoritariamente conservador, y para afianzarse en el poder se dedicó a atacar abiertamente a todo aquel que se le oponía, aunque sin enarbolar aún la bandera del antisemitismo, que ya empezaba a tomar forma entre las capas más pudientes e ilustradas de la sociedad alemana, así como entre los pequeños industriales y el campesinado.

Hitler también tuvo que lidiar con el líder de las temibles SA, la organización paramilitar más importante dentro del partido nacionalsocialista, Ernst Röhm. Los más allegados colaboradores de Hitler señalaron a esta organización, que en poco tiempo había alcanzado una gran relevancia (con más de tres millones de militantes), como un peligro potencial para las aspiraciones del futuro Führer.

La llegada al poder de los nazis también preocupó a Röhm, que acusó al partido de haber alcanzado un acuerdo con las fuerzas tradicionales y con el ejército para acabar con todo vestigio de la República de Weimar.

COMENTARIOS COMPROMETIDOS

Röhm, un homosexual confeso, era el único de su entorno que se atrevía a tutear a Hitler. Pretendía fusionar sus milicias pardas, conocidas así por el color de sus uniformes, con el ejército regular a fin de crear unas Fuerzas Armadas que fueran verdaderamente nacionales y que, naturalmente, estuvieran bajo su mando.

A pesar de la antigua amistad que le unía con Hitler, en sus círculos más íntimos Röhm vertía opiniones como ésta: «Si él [Hitler] cree que puede estrujarme para sus propios fines eternamente y algún día echarme a la basura, se equivoca. Las SA pueden ser también un instrumento para controlar al propio Hitler». Al principio, Hitler no pareció percatarse del alcance de las manifestaciones de Röhm. Pero dentro del partido, otros sí empezaron a preocuparse muy seriamente y se alzaron voces contra Röhm y su entorno más cercano. La enemistad que Hermann Göring sentía por Röhm era por toda conocida.

Pero de quien nadie podía sospechar animadversión era de Heinrich Himmler, su teórico superior. Himmler siempre le había manifestado fidelidad y apoyo, pero ahora se le presentaba la oportunidad no sólo de quitarlo del medio, sino de alcanzar una cuota de poder que no debía desaprovechar.

Hitler acabó decidiendo que Röhm era una amenaza y debía desaparecer. Para ello se orquestó la llamada Operación colibrí. Con ella dio inicio una de las primeras y más maquiavélicas acciones de las que Hitler haría gala a lo largo de su trayectoria política.

Himmler ordenó a Reinhard Heydrich, jefe de la SD, el servicio de inteligencias de las SS, que recopilara toda la información que pudiese sobre Röhm y los suyos. Muy pronto, lo que en realidad eran datos intrascendentes acabaron convertidos en pruebas «fehacientes» de que se estaba urdiendo un complot entre las SA.

UNA REUNIÓN FATAL

En aquel contexto, Hitler organizó una reunión entre el alto mando del ejército, los jefes de las SA y los de las SS, en la que Röhm se vio obligado a firmar un documento en el que reconocía y acataba el poder sobre las SA de la Reichswehr, las fuerzas armadas alemanas.

En aquella misma reunión, Hitler hizo saber a los convocados que las SA se iban a convertir en una fuerza auxiliar del ejército y no al contrario. Al término de la convocatoria, Röhm aseguró que no acataría dicha resolución y continuó abogando por un ejército dirigido por las SA.

Ante aquella disyuntiva, Hitler se vio sometido a numerosas presiones para que limitase el poder de las SA y actuase rápidamente contra Röhm. Hitler se reunió en Neudeck con Hindenburg y Werner von Blomberg, el ministro de Defensa, para atajar la declaración de la ley marcial así como la posible dimisión de Blomberg debido a su negativa a actuar contra las camisas pardas de Röhm.

A su regreso a Berlín, Hitler tenía la clara intención de acabar con la vida de Röhm y zanjar cuentas con todos sus adversarios. Himmler y Göring, sus colaboradores más estrechos, empezaron a organizar la «limpieza». Comenzaron creando una denuncia falsa en la que acusaban a Röhm de haber recibido doce millones de marcos del Gobierno francés para que las unidades de las SA derrocaran a Hitler.

La denuncia incluía una lista de personas, miembros o no, de las SA que debían ser eliminadas, entre las que figuraban los nombres de altos oficiales del ejército.

Acusaron a Röhm de haber recibido doce millones de marcos del gobierno francés para que las unidades de las SA derrocaran a Hitler.

La operación se puso en marcha la noche del 30 de junio de 1934. Ese día tuvieron lugar una serie de acontecimientos que modificarían la estructura de poder del nacionalsocialismo para siempre. Esa noche del 30 de junio representaría el fin de las SA, y sería conocida como la Noche de los Cuchillos Largos.

LA MUERTE COMO «PREMIO»

Hitler en persona se trasladó a Múnich para arrestar a Röhm y a otros altos cargos de las SA. Previamente ya había destituido a August Schneidhuber, el máximo líder de las SA en Baviera, acusado de los disturbios que se habían producido en la ciudad la noche anterior.

Al mismo tiempo, las SS ya habían arrestado a un grupo de jefes de las SA que acudían a la reunión con Röhm y asesinaron a Karl Ernst, comandante de las S.A.

Ernest Röhm fue arrestado en un hotel y posteriormente ingresado en la prisión Stadelheim de Múnich, donde fue asesinado.

Finalmente Edmund Heines, uno de los líderes de la organización (que había sido encontrado en la cama con un soldado de las SA de 18 años), fue abatido a tiros.

A pesar de saber que la supuesta «conspiración» en su contra era sólo una argucia para abrirse camino y deshacerse de posibles rivales, Hitler se mostró iracundo y rabioso. Al llegar a la sede del partido en Múnich, junto a Goebbels, en un discurso improvisado a sus seguidores informó: «Los sujetos indisciplinados y desobedientes y los elementos antisociales y enfermos serán ‘inhabilitados’”.

Goebbels regresó a Berlín para iniciar la última fase de la operación. Llamó a Göring y le dio la contraseña «Kolibri». Era la señal para que éste empezara la búsqueda, captura y ejecución del resto de los hombres que aparecían en la lista y que debían ser eliminados.

La propaganda que siguió a estos asesinatos pretendió justificarlos como un golpe a la inmoralidad y a la traición. El 13 de julio, Hitler pronunció un discurso ante el ejército en el que defendió su actuación: «Di orden de cauterizar la carne cruda de las úlceras de los pozos envenenados de nuestra vida doméstica para permitir a la nación conocer que su existencia, la cual depende de su orden interno y su seguridad, no puede ser amenazada con impunidad por nadie. Y hacer saber que en el tiempo venidero, si alguien levanta su mano para golpear al Estado, la muerte será su premio».

El extraño viaje de Rudolf Hess: la propuesta de paz y los secretos que el nazi se llevó a la tumba

El 10 de mayo de 1941 se estrelló un avión en un campo de Escocia. Antes de la explosión, el lugarteniente de Hitler se había lanzado en paracaídas. Se identificó y pidió hablar con Churchill. Dijeron que estaba loco. Fue juzgado en Núremberg, pero nunca habló. Se convirtió en el hombre que durante 46 años había perdido la memoria sobre el horror Hess acompañó a Hitler en su ascenso al poder. Ocupó distintos puestos, dirigió varios ministerios y siempre fue su hombre de confianza. 

En la noche cerrada del 10 de mayo de 1941- plena Segunda Guerra Mundial-, un estruendo sacudió a los campesinos escoceses. Los habitantes del lugar atraídos por esa súbita y gigante hoguera se acercan corriendo al lugar. Algo cayó del cielo. Como son tiempos de guerra, a nadie le sorprende que se trate de un avión.

Ese vuelo constituye uno de los grandes misterios de la Segunda Guerra. Es, también, uno de los varios eventos del nazismo que sigue generando mitos, versiones y teorías conspirativas. ¿Por qué el tercero en la línea sucesoria del Tercer Reich fue a proponer personalmente un pacto de paz? ¿Fue una iniciativa personal? ¿Sabía Adolf Hitler del viaje? ¿Él lo envió? ¿Simuló Rudolf Hess su amnesia y su locura durante más de cuatro décadas?

El primero en llegar es David MacLean, un agricultor que vive a unos cien metros. Mientras corre, piensa la suerte que tuvo: su casa se salvó por poco. El fuego ilumina a un hombre tirado en el césped, enredado en un paracaídas. Está conmocionado. En la caída se golpeó la cabeza y se lastimó un tobillo.

“Apenas abrí los ojos, no entendía bien lo que pasaba. Tardé en darme cuenta que estaba en Escocia. Un hombre me ayudó. En la mirada de los otros había compasión y algo de lástima pero yo estaba bien”, dijo ese hombre tiempo después.

MacLean ayudó al paracaidista. Caminaba con dificultad. Pero se recompuso, y con cierta solemnidad, se presentó: “Soy el Capitán Alfred Horn. Necesito hablar de manera urgente con Lord Hamilton”.

Lo que Hess proponía era que Alemania se comprometía a no atacar a los ingleses y respetar sus colonias en el mundo, mientras que los alemanes recuperaban los territorios perdidos en la Primera Guerra Mundial y tenían vía libre en el resto de Europa.

Esa misma noche, Lord Hamilton fue avisado de la visita. No conocía a ningún Horn. Sin embargo, a primera hora del día siguiente se encontró con él. Apenas entró a la sala, el alemán se puso de pie, estiró su mano y dijo: “Soy Rudolf Hess. Vengo en misión humanitaria. Traigo una propuesta de paz del Führer”. Lord Hamilton, al ver al prisionero, lo identificó de inmediato: se habían conocido en los Juegos Olímpicos de Berlín del 36.

(Continuará)