La desesperación y lucidez de Belgrano.

«Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario», Manuel Belgrano, en “La Gaceta”, del primero de setiembre de 1813, 35 años antes del Manifiesto Comunista.

Un estado al servicio del mercado interno. Agil y capaz de generar educación y trabajo para todos. Dispuesto a introducir avances tecnológicos.

Ese es el pensamiento de Belgrano, político economista.

“Los hornos del célebre Rumford, sólo se conocen aquí por Cerviño y Vieytes, que los han establecido para sus fábricas de jabón, y seguramente no debería haber casa donde no los hubiese mucho más notándose la falta de combustible, para lo cual no veo que se tomen disposiciones a pesar de nuestros recursos. Estos habitantes tienen todo su empeño en recoger lo que da la naturaleza espontáneamente, no quieren dejar al arte que establezca su imperio, y tratan de proyecto aéreo cuanto se intente con él”, escribió en setiembre de 1805.

Denunció como periodista del “Telégrafo Mercantil, Historiográfico, Rural y Político del Río de la Plata” a los estafadores del pequeño comerciante de la colonia. “Otro mal imponderable al labrador y a los pueblos, es el de los usureros, enemigos de todo viviente, a estos que tragan la sustancia del pobre y aniquilan al ciudadano, se les debe considerar por una de las causas principales de la infelicidad del labrador, y como mal tan grande, no hay voces con qué exagerarlo”, sostuvo entonces.

El desarrollo del mercado interno era la obsesión de Belgrano: “Es preciso no olvidar que el comercio es el alma que vivifica y da movimiento al Estado, por la importancia de cuanto necesita y la exportación de sus frutos y efectos de industria, proporcionando a los pueblos, la permutación de lo superfluo por lo que les es necesario, y facilitándoles recíprocamente, todas las especies de consumo a precios cómodos y equitativos, y que por este medio los derechos y contribuciones moderadas, ascienden a una cantidad considerable, que siendo suficiente para las atenciones públicas, la pagan insensiblemente todos los individuos del estado”, sintetizó en carta al gobernador de Salta, Feliciano Chiclana, el 5 de marzo de 1813.

Repudiaba la apertura indiscriminada de las fronteras porque “la importación de mercaderías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo y lleva tras si necesariamente la ruina de la nación”. Agregó que “si el mercader introduce en su país mercancías extranjeras que perjudiquen el consumo de las manufacturas nacionales. El estado perderá primero el valor de lo que ellas han costado en el extranjero; segundo, los salarios que el empleo de las mercancías nacionales habría procurado a diversos obreros; tercero, el valor que la materia prima había producido a las tierras del país o de las colonias; cuarto, el beneficio de la circulación de todos esos valores, es decir, la seguridad que ella habría repartido por los consumos sobre diversos otros objetos; quinto, los recursos que el príncipe o la Nación tienen derecho a exigir de la seguridad de sus súbditos”, remarcó.

Analizó que los fenómenos de corrupción dentro del estado son proporcionales a la miseria que padecen las mayorías: “Desengañémonos: jamás han podido existir los estados, luego de que la corrupción ha llegado a pisar las leyes y faltar a todos los respectos. Es un principio que en tal situación todo es ruina y desolación, y si eso sucede a las grandes naciones, ¿qué no sucederá a cualquier ramo de los que contribuyen a su existencia?. Si los mismos comerciantes entran en el desorden y se agolpan al contrabando, ¿qué ha de resultar al comercio?; que se me diga, ¿qué es lo que hoy sucede al negociante que procede arreglado a la ley?. Arruinarse, porque no puede entrar en concurrencia en las ventas con aquellos que han sabido burlarse de ella”.

Entiende la necesidad de la distribución de las riquezas cuando escribió que “la repartición de las riquezas hace la riqueza real y verdadera de un país, de un estado entero, elevándolo al mayor grado de felicidad, mal podría haberla en nuestras provincias, cuando existiendo el contrabando y con él el infernal monopolio, se reducirán las riquezas a unas cuantos manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria”.

Pero para lograrlo es fundamental la decisión política desde el estado.

“Nadie duda que un estado que posea con la mayor perfección el verdadero cultivo de su terreno, en el que las artes se hallen en manos de hombres industriosos con principios, y en el que el comercio por consiguiente se haga con frutos y géneros suyos, sea el verdadero país de la felicidad, pues en el se encontrará la verdadera riqueza, será bien poblado, y tendrá los medios de subsistencia y aún otros que le servirán de pura comodidad”, señalaba Belgrano.

Tampoco desconoció el dolor de la desocupación y su huella hacia el futuro: “He visto con dolor sin salir de esta capital una infinidad de hombres ociosos en quienes no se ve otra cosa que la miseria y desnudas; una infinidad de familias que solo deben su subsistencia a la feracidad del país, que está por todas partes denotando la riqueza que encierra, esto es, la abundancia; y apenas se encuentra alguna familia que esté destinada a un oficio útil, que ejerza un arte o que se emplee de modo que tenga alguna más comodidad en su vida. Esos miserables panchos donde ve uno la multitud de criaturas que llegan a la edad de pubertad sin haber ejercido otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto”.

A Güemes le escribió en junio de 1819 una feroz comprobación: “atúrdase V., en la Aduana de Buenos Aires hay depositados efectos cuyo valor pasa de cuarenta millones de pesos; vea V. si lográsemos que se extrajeran para el Interior, como tendríamos los fondos del Estado por derechos cinco millones que todo lo alentarían”. Este párrafo es una profunda denuncia de la concentración de riquezas de parte del estado de Buenos Aires en contra del interior y a favor de un proyecto contrario por el que pelean los mejores hombres, “los héroes de la Patria”, al decir de Belgrano, las mayorías populares, en términos contemporáneos.

Lo cierto que Don Manuel hasta pensó en hacer navegable al río Bermejo, proyecto que hasta ahora, en el crepuscular inicio del tercer milenio sigue siendo una quimera para los argentinos.

En realidad, una clara descripción del movimiento de fuerzas productivas de un país pensado desde adentro en pleno ejercicio del desarrollo del mercado interno para que luego se extienda a otros rubros.

Es el mismo plan de Mariano Moreno, Artigas y San Martín.

El camino por el cual debería sostenerse “la nueva y gloriosa Nación” sobre “la faz de la Tierra”, como dicen los versos nunca cantados del Himno Nacional.

He allí el verdadero proyecto político económico inconcluso. El que todavía no se llevó adelante y que requiere una práctica autónoma y coherente con aquellos deseos incumplidos. En esas ideas fuerzas está la suerte de una Argentina para las mayorías.

De allí que Belgrano también sea parte de la necesaria historia política del futuro.

Fuente: “Los caminos de Belgrano”, del autor de esta nota.