Por Daniel Briguet

       1 – CAER DE PLANCHA                         

 

Un día que bien puede ser sábado a la mañana temprano. Una hora que oscila entre las siete y las siete y media. Camino rumbo al minimarket con el propósito de tomar un desayuno frugal. Y de paso, si está disponible, hojear el diario. La claridad limpia de a poco el aire oscuro de la calle. A veinte metros del market hay una barra de chicos caravaneros. Camino a pasos largos y lentos, con el propósito de despabilarme, cuando de pronto algo se rompe o se quiebra, siento que pierdo la vertical y ¡pum!, de plancha al piso. Me duele la mano izquierda y la rodilla del mismo lado. Luego de unos segundos de confusión, intento levantarme y no me resulta fácil. Estoy mareado por el golpe o me ha bajado la presión. Es cuando irrumpe uno de los chicos apostados y en vez de robarme las zapatillas deportivas que no tengo, pregunta: ¿Se hizo algo, amigo? Me ayuda a ponerme de pie y me invita a tomar un porrón

-No, gracias – le digo- probaré con un café-. En el market, con pocos clientes aún, compruebo que tengo una herida de superficie en la rodilla a través del desgarrón del vaquero. En la breve hojeada de El Matutino, creo leer un título que alude a un llamado de la Iglesia a la reconciliación en el tema de los derechos humanos, aunque esto no puedo asegurarlo y bien pudo suceder días después. Tres dedos de mi mano izquierda están amoratados. Al volver, compruebo que el porrazo fue en la vereda reciente de un boliche especializado en platos mejicanos, con un reborde que el boluqui del albañil dejó más alto, un par de centímetros suficientes para bloquear la punta de un zapato. Pienso en un posible litigio que seguramente no plantearé porque la sola idea de imaginar el edificio de Tribunales me desalienta, si bien no descarto que el Palacio de Justicia es necesario.

Como el resto del sábado y el domingo sigo con la mano hinchada y cierta molestia al acostarme, el lunes voy a un traumatólogo. El Dr. Maujo, así se llama, me pide una radiografía ipso facto y cuando al fin la tiene en su pantalla, me dice:

-Daniel, creo que ha roto ligamentos. En la jerga médica, se llama el síndrome de Terry Thomas (No sé si dijo síndrome pero no puedo estar en todo). ¿Ve esta separación entre los dos cartílagos? – agrega y haciendo girar su PC, me muestra la pantalla. Mientras observo recuerdo el rostro del cómico inglés, con los dientes frontales separados por una abertura parecida, y de paso, para darme ánimo, recuerdo algún pasaje de “Los intrépidos en sus máquinas voladoras”.

-¿Y qué queda por hacer, doctor?

-Vamos a agotar los métodos de rehabilitación antes de pensar en el quirófano. Pero, para estar seguro, quiero que se haga una resonancia magnética.

El término me suena porque años atrás me hice una. Sé que debo estar inmóvil el tiempo que dure. Pero como ésta solo involucra el brazo izquierdo, el saldo es que, según me informa la chica que supervisa el tratamiento, durante 40 minutos deberé estar sin moverme en una silla o sillón y con el brazo estirado. Perspectiva que me inquieta ya que, además de ser hiperquinético, la posición me trae asociaciones sombrías.

El especialista que analiza luego la resonancia parece notarlo porque empieza su informe diciendo “El paciente no colabora”, al referir que me moví un par de veces. Lógico y disculpe, Doc: si algo debo decir a mi favor es que nunca fui colaboracionista. A Maujo, en cambio, solo le interesa la confirmación de su diagnóstico.

-Vaya a este instituto que trabajan bien – dice, alcanzándome una tarjeta con un nombre escrito a mano -, pregunte por Clarisa. Vuelva cuando termine con las sesiones.

Salgo con el gusto amargo que me provoca cualquier tratamiento médico. Voy a tomar un café pero antes compro Página l2. El titulo es revelador: “Animales sueltos”, dice, arriba de los rostros delicados del Tigre Acosta y Alfredo Astiz, entre otros. Debe ser una secuela de la noticia bomba de la semana: la decisión de la Corte de aplicar la reducción de penas a represores.

¿Somos pocos y reaparecen los carniceros? – es lo primero que me pregunto.

             2 – SALIR DE PIE

El viernes, día de la tapa retro de Página, es también el de mi primera sesión reparadora. El instituto está por calle Salta y su entrada aparece flanqueada por dos columnas de metal, tal vez para dejar en claro que su atención hace eje en la terapia ocupacional si bien puede incluir anexos. Clarisa es la terapista, una mujer amable de unos cuarenta años que pronto me somete a una serie de ejercicios casi indoloros pero meticulosos, destinados a fortalecer los ligamentos dañados.

 Estoy en un apartado junto a seis o siete pacientes con buena onda y dolencias serias, incluidas mutilaciones, y veo desfilar ante mí pelotas de distinto tamaño, un huevo de telgopor, un amasijo de siliconas (No de las que cualquiera puede imaginar), contadores de madera y de plástico, rompecabezas y hasta un bastón de goma. Clarisa va y viene, sigue los movimientos de cada uno, a mí me reprende para decirme que utilice solo la mano izquierda porque ella sabe que mi uso habitual es de la derecha pero no es la mano que debo rehabilitar.

  Cuando alguien me pregunta sobre el motivo de mi presencia en la sala, cuento sucintamente lo ocurrido para agregar que en realidad es mi segundo porrazo en el barrio, porque varios años atrás caí de plancha por una vereda de calle Brown, que tenía un pozo apenas perceptible.

  Otra voz intercede, comentando que en ciudades europeas las manzanas están rodeadas por carpetas de cemento uniformes, en las que no es posible toparse con huecos o desniveles. “Son veredas hechas para que circulen los peatones – subraya – porque esa es su primera función”.

  Yo pienso que ellos viven en un nivel de confort público distinto del nuestro y sin que esto asegure la perfección de nadie, llevan siglos de cultura acumulados. De cultura o, a veces nada más que de razón aplicada y buen sentido común.

  La noche del lunes 8 de mayo tengo un sueño que muestra a un instituto terciario donde di clases, instalado en un predio poblado de cabañas y árboles y controlado por soldados que me registran. Luego asoma un oficial con un sobre que vacía delante de mis ojos volcando fotos que me tomaron en distintas circunstancias, entre ellas una  real – no importa el calibre del hecho-  mostrando una avant première  para la prensa organizada por el entonces distribuidor Antonio Aliseri en la ciudad de San Lorenzo porque la película a exhibir, “Una mujer poseída”, estaba prohibida en Rosario.

El martes salgo de otra sesión del instituto y al volver al barrio, me cruzo con Marcelina, una joven kinesióloga cuyo rostro no admite objeciones (Dicho esto con respeto). Como en un cruce anterior le conté el accidente frente al bar de los mariachis, me pregunta si ando mejor de la mano.

  -Me molesta un poco. Según la terapista, debo completar diez sesiones antes de saber.

  -¿Diez nomás, Daniel? Creo que más. Es tu cuerpo el que debés cuidar.

Y la veo partir en su bici, con un bolso colgado del manubrio lleno de fruta y verduras.

El atenuante de Marcelina en su verdugueo es que sus dientes blancos y parejos no se parecen en nada a los de Terry Thomas.

  Por lo demás, mañana miércoles se anuncian marchas contra el dos por uno que un fallo de la Suprema Corte extendió a responsables de delitos de lesa humanidad. “Todo el mundo contra el 2 x 1” es el título de Página. Y si bien nunca creí en la fábula del consenso sin grietas, pienso que no está mal un acuerdo en el país para que los carniceros permanezcan en los sitios asignados por la Justicia. Aunque sepa que algunos se suman al repudio por temor a los efectos de un boomerang político.

  Lo que importa es la convicción de la condena al terror de Estado. Junto a los que aún se incorporan de un modo imprevisible. Entonces menos se convierte en más.

   Mañana en la calle – tiempo pasado para el que lee – es posible que multitudes de argentinos que recuerdan vuelvan a poner en escena el mayor reaseguro contra el olvido, el pilar de un futuro más genuino.