La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristezas 

que cabe un unas cuantas líneas

                                                          Haroldo Conti 

Cuando estoy triste, escribió Pedroni, lijo mi cajita de música. Hay quien sale a ver la luna, pero yo lijo mi cajita de música.

Hoy estoy triste y no tengo a quien contarle, estoy solo, rodeado de malas noticias. Uno hace un esfuerzo, pero no sucede nada que pueda mejorar el ánimo, y tal vez por eso es que me siento solo. Cuando estaba en mi pueblo era distinto porque me iba hasta donde empezaba el campo, que en ese tiempo estaba detrás de mi casa, hasta aquellas estribaciones llenas de yuyos, donde terminaba el pueblo y comenzaba el ”Camino del diablo”, que era el inicio de toda aventura, ya sea en la pesca en aquellos cañadones hondo que los festoneaban, o cargando aquellos tramperas con sus llamadores hacia el campo que tenía Ramón Camiscia, con la rotonda de la familia Zampelungue o llegando hasta aquella calle que lo cortaba la mismísima capillita de la familia Cinel. Yo era parte infaltable de esa barrita que iba trotando por la calle polvorienta, haciéndonos a un lado cuando pasaba un sulky o alguna chata con sus tambores de aceite vacíos hacia el pueblo que usaban sus maquinarias agrícolas o simplemente hacer su provista de mercadería y alimentos a los cuales los criollos lo llamaban los vicios que era lo poco que la economía familiar no producían en las chacras. Como por ejemplo la yerba, el azúcar, el vino de mesa, el aceite, el vinagre o el género que las mujeres usaban para sus vestidos. Porque la visita de los tenderos ambulantes se espaciaban a veces demasiado entonces debían correrse hasta el pueblo cosa que estaba mal visto en esos tiempos de trabajo duro. Cuando un chacarero iba muy seguido al pueblo, el vecino hacia comentarías  adversos a sus familia, al pueblo se iba el domingo, a misa las mujeres y los hombres a jugar al club a una partida del truco o simplemente a comentar sobre cosechas y semillas o eventualmente se hablaba de política o de futbol. Se tomaba un vermut o un amargo y cuando las damas salían de la iglesia había que partir, hacinada la familia sobre el sulky  estrecho o en un vehículo como una chata Ford o Chevrolet de los escasos que en ese tiempo pululaban por los campos, en aquel tiempo donde todo era trabajo y sacrificios y trabajos de sol a sol, y aprovechaban todo rincón de tierra que en sus pueblos o aldeas de origen escaseaban y aquí podían aprovecharse para quintas primorosas, trabajo de las industrias de alguno que no tenía edad para el trabajo rudo o simplemente lo hacían las mujeres. Los brazos más jóvenes no podían malgastarse en estos menesteres menores sino dedicarlo a la producción del tambo y el sembrado que eran la delicia de aquel tiempo.

 

Nosotros si bien teníamos parientes en el campo éramos puebleros y usábamos aquellos caminos que entraban en esos campos hondos y que recuerdo un día de tristeza como una lluvia finita sobre el alma y no tengo una cajita de música para lijar.

 

30 de abril del 2019

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