Londres, 1665: “La peste nos está volviendo crueles”

A MODO DE PRESENTACION

La historia humana tiene sus consecuencias políticas y sociales pero cuando nosotros enfrentamos una pandemia o peste u epidemia nos surge la gran pregunta: Por qué nos pasa ésto? Las repuestas pueden ser varias pero al final del camino siempre es la misma nosotros somos seres con falencias y convivencias o sobrevivencia, somos productos de los temores más oscuros de nuestro ser pero somos parte de esa oscuridad de lo desconocido.

Cuando empecé a indagar sobre el Londres de 1665, donde surgió una crisis sanitaria como hoy nos estamos enfrentando a escala mundial con el COVID19, en aquellos tiempos y en dicha ciudad había problemas de higiene y falta del cuidado de una población vulnerable a cualquier enfermedad viral. Londres, como cualquier ciudad europea sufrió una peste que acabó con miles de humanos en 1665; pero en 1666 el gran incendio de dicha ciudad fue el coloquio final de la depuración de los últimos infectados y  diría quienes sufrieron más desolación fueron los londinenses pobres de los barrios marginados pero los poderosos gentleman y sus bienes fueron pasto de la hoguera depuradora de la soberbia que representaban.

TESTIMONIOS DEL HORROR DE UNA PESTE

Era verano y Londres estaba asolada por una enfermedad que por mucho tiempo había aparecido y desaparecido en Asia, África y Europa sembrando muerte por doquier.

   En años recientes había visitado a Milán, donde arrasó con el 25% de la población (1629-1631); en Sevilla, se estimó que mató a 150.000 de los 600.000 andaluces que vivían ahí en 1647. 

   En 1665 le tocó el turno a Londres. 

¿Cómo era vivir en medio de ese horror en esa época, en la que no se sabía ni la causa ni había remedio para una epidemia que no respetaba edades ni clases sociales y que te convertía en su cómplice para infectar a tus seres cercanos?

La BBC buscó testimonios que sobrevivieron el paso del tiempo que nos dan una idea del día a día en una ciudad en la poco se podía hacer para evitar ser una víctima.

Calor y pestilencia

Ese verano, la peste bubónica se había apoderado de la ciudad.

«Hay un gran temor a la enfermedad. Se dice que algunas casas ya fueron cerradas«.

Así plasmaba lo que ocurría un testigo: el conocido diarista inglés Samuel Pepys, uno del medio millón de londinenses aterrados por la propagación de la plaga.

«Esta tarde vi dos o tres casas marcadas con una cruz roja y con las palabras ‘Que Dios se apiade de nosotros» en sus puertas. Fue triste pues eran las primeras que veía«.

Suenan las campanas

 «La peste es una enfermedad epidémica que se propaga rápidamente de persona a persona y mata a la mayoría de los contagiados», le dijo a la BBC Vanessa Harding, profesora de Historia de Londres de la Universidad de Londres.

Como no era la primera vez que llegaba a la ciudad, «las autoridades tomaron medidas inmediatamente. Ordenaron limpiar las calles, sacrificar a los perros y los gatos, encerrar a los infectados, prohibir reuniones multitudinarias. Además, le pedían a la gente que no fuera al teatro o a funerales o asambleas públicas».

«No eran regulaciones de higiene, más bien de orden público».

Curas para la peste 

  • * Escribir las letras de ‘abracadabra’ en un triángulo. 
  • * Presionar un pollo desplumado contra las llagas hasta que éste muera. 
  • * Una pata de conejo de la suerte; un sapo seco 
  • * Fumar tabaco 
  • * Sanguijuelas 

«La gente se está muriendo y ahora parece que tienen que cargar los muertos al lugar donde los entierran también durante el día, pues no alcanzan las noches. Hace 3 o 4 días vi un cadáver en un ataúd en la calle sin enterrar… la peste nos está volviendo crueles«, escribió Pepys.

Y el reverendo John Allin, otro londinense, también consignó sus impresiones ante el rápido aumento de muertes.

«Me temo que, a juzgar por el casi continuo y universal tañer de las campanas, la enfermedad está en aumento. Estoy seguro de que se me está acercando, pues se llevó al mejor amigo que tenía en el mundo. Peter Smith, estuvo un poco mal en la tarde, luego tomó algo para sudar, lo que esa noche le produjo una hinchazón bajo su oreja que no se podía romper y lo ahorcó. Murió el jueves por la noche«. 

Soledad y melancolía

 Londres estaba desierto. Los que podían, se habían ido de la ciudad. «Caminé hasta la Torre -escribió Pepys-; ¡Dios mío, cuán vacías y melancólicas están las calles! Tanta gente pobre enferma llena de llagas; tantas historias tristes que escuchas al pasar, de alguien muerto, otro enfermo; no hay botes en el río y el pasto crece descuidado en el palacio de Whitehall«.

El palacio de Whitehall fue la residencia principal de los reyes de Inglaterra desde 1530 hasta 1698. En ese entonces, era el más magnífico de Europa, con 1.5000 habitaciones, más grande que Versalles y el Vaticano.

Pero estaba desierto pues el rey Carlos II con su familia y su corte se habían trasladado a Oxford.

Para algunos, como el reverendo John Allin, escapar no era una opción.

«La enfermedad está ahora muy cerca de mí; está en donde mis vecinos de ambos lados, bajo el mismo techo… pero no tengo un lugar para retirarme, ni en la ciudad ni en el campo; no tengo a dónde ir ni en el cielo ni en la Tierra, sólo Dios. Creo que no hay escape del deseo de Dios y esta enfermedad es tan pestilente en algunos lugares que parece más un juicio que otra cosa, y el arrepentimiento sincero es el mejor antídoto, y el perdón de los pecados, su mejor remedio«.

«Ciertamente, muchos lo consideraban como un juicio divino», señala Vanessa Harding.

«Es un período en el que la gente creía mucho en la divina providencia. Creían que las cosas venían de arriba. Y había varios pecados esperando sentencia. ¿Sería por la restauración de la monarquía? ¿O por la ejecución del rey en 1649? Siempre hay alguien a quien culpar y, con tal de que no seas tú o tu grupo social, es satisfactorio». 

Lo peor antes del alivio

 La peste llegó a su peor momento en septiembre, con más de 7.000 muertes por semana

En otoño, el número de víctimas empezó a decrecer. Para finales de diciembre, Samuel Pepys ya sonaba más optimista.

«Es cierto que hemos pasado por una profunda melancolía por la Gran Peste, pero ya disminuyó a casi nada. Para nuestra gran alegría, la ciudad recuperó su ritmo y las tiendas volvieron a abrir sus puertas«.

70.000 personas fueron registradas como víctimas de la peste, aunque se estima que la cifra real fue de más de 100.000.

Las tribulaciones de Londres, no obstante, no habían terminado

 El año nuevo traería consigo el Gran Incendio de 1666, que incineró vastas extensiones de la ciudad.

Para muchos londinenses, era otra señal de Dios.

Guerra, plaga y fuego: los clásicos… y los habían sufrido todos en rápida secuencia.

Después del incendio, la peste también se apagó, pero Vanessa Harding cree que tratar de vincular estos dos hechos probablemente es impreciso.

«Es tentador pensar que el fuego limpió a la ciudad, pero los hechos no respaldan esa teoría pues lo que ardió fue el centro de la ciudad, que no había sido casi afectada por la epidemia. Ésta estaba en los suburbios, que no se quemaron».

Con fuego o no, la epidemia había llegado a su fin, y ese fue el último gran brote de peste bubónica en Reino Unido.

ANEXO PARA EL AÑO NEGRO DE 1665

Momento álgido de la epidemia

   En la última semana de julio, los carteles de la mortandad mostraban 3014 muertes, de las cuales 2020 habían sido a causa de la peste. El número de fallecidos como resultado de la peste pudo haberse infraestimado, ya que en otros años en el mismo período las cifras fueron mucho más bajas, alrededor de 300. A medida que el número de víctimas afectadas aumentó, los cementerios se llenaron demasiado y se cavaron fosas para acomodar a los muertos. Los conductores de carros mortuorios recorrían las calles gritando «sacad a sus muertos» (bring out your dead) y se llevaban montones de cadáveres. Las autoridades se preocuparon de que el número de muertes pudiera causar alarma pública y ordenaron que la extracción y el entierro del cuerpo solo se realizaría por la noche. Con el paso del tiempo, habían tantas víctimas y muy pocos conductores para retirar los cadáveres que comenzaron a apilarse contra las paredes de las casas. La recolección diurna se reanudó y las fosas de peste se volvieron montículos de cuerpos en descomposición. En la parroquia de Aldgate se cavó un gran agujero cerca del cementerio, de 15 m de largo y 6 m de ancho. La excavación fue emprendida por trabajadores en un extremo, mientras que los carros mortuorios volcaban los cadáveres en el otro. Se cavaba más profundo si se agotaba el espacio, hasta que se alcanzó el agua subterránea a seis metros. Cuando finalmente se cubrió de tierra, albergó 1114 cadáveres.  

   Los médicos de la peste atravesaban las calles y diagnosticaba a las víctimas, aunque muchos de ellos carecían de capacitación médica formal. Se intentaron varios esfuerzos de salud pública. Los funcionarios de la ciudad contrataban médicos y los detalles del entierro se organizaban cuidadosamente, pero el pánico se extendió por la ciudad y, por miedo al contagio, los cuerpos eran enterrados apresuradamente en fosas sobrepobladas. No se conocían los medios de transmisión de la enfermedad, pero, pensando que podrían estar vinculados a los animales, la Corporación de la City ordenó una matanza selectiva de perros y gatos.  Esta decisión pudo haber afectado la duración de la epidemia, ya que esos animales pudieron haber ayudado a controlar la población de ratas que portaban las pulgas transmisoras de la enfermedad.​ Con la idea de que el aire viciado estaba involucrado en los contagios, las autoridades ordenaron que se encendieran hogueras gigantes en las calles y que se mantuvieran ardiendo día y noche fogatas domésticas, con la esperanza de que se limpiara el aire. ​ Se creía que el tabaco era profiláctico y luego se dijo que en ningún estanco londinense había muertos por la peste durante la epidemia. ​ En las «Reglas de precaución para prevenir la enfermedad» (Cautionary Rules for Preventing the Sickness), publicadas en Londres en 1665, se recomendaba esparcir en la casa vapores a base de vinagre, agua de rosas y otras plantas aromáticas.  Además, existían innumerables remedios para la peste, de composición variable, a veces secreta.  

 El comercio y los negocios se habían paralizado y las calles estaban vacías, excepto por los carros mortuorios y las víctimas moribundas, como lo atestiguó y registró Pepys en su diario: «¡Señor! Cuán vacías están las calles y cuán melancólicas están tantas. Pobres enfermos en las calles, llenos de llagas … en Westminster nunca hay médicos y solo queda un boticario, todos han muerto» (Lord! How empty the streets are and how melancholy, so many poor sick people in the streets full of sores… in Westminster, there is never a physician and but one apothecary left, all being dead).  La gente no moría de hambre debido a las previsiones del alcalde mayor y la Corporación de la City, que dispuso el pago de un farthing,  por encima del precio normal, por cada costal de cereal desembarcado en el puerto de Londres.  Otra fuente de alimentos eran las aldeas alrededor de la capital, que, denegadas sus ventas habituales, dejaban verduras en áreas específicas del mercado, negociaban a gritos su venta y cobraban el pago después de sumergir el dinero en un balde de vinagre para «desinfectar» las monedas.  

Los registros indican que las muertes por peste en Londres y los suburbios aumentaron en el verano de 2000 a más de 7000 por semana en septiembre. ​ Es probable que estas cifras sean una subestimación considerable. Murieron muchos de los sacristanes y clérigos de parroquia que conservaban los registros. Los cuáqueros rehusaron cooperar y muchos de los pobres fallecidos fueron arrojados a fosas comunes sin lápida. No está claro cuántos contrajeron la enfermedad o cuántos se recuperaron porque únicamente se registraron muertes y muchos registros se destruyeron en el gran incendio al año siguiente. En los pocos distritos donde permanecen registros intactos, las muertes por peste variaban entre 30 % y más del 50 % de la población total.  

El brote se concentró en Londres, pero también afectó a otras áreas. Quizás el ejemplo más famoso fue el pueblo de Eyam en Derbyshire. La peste supuestamente llegó con un comerciante que portaba un paquete de tela enviado desde la capital. Los aldeanos se impusieron una cuarentena para detener la propagación de la enfermedad, lo que evitó que la enfermedad se trasladara a las áreas circundantes, pero alrededor del 33 % de los habitantes murieron en un período de catorce meses. ​ Como resultado de la cuarentena autoimpuesta, Eyam fue considerado un ejemplo de heroísmo y actualmente es un sitio turístico, denominado el «pueblo de la peste».  

Consecuencias

A fines de otoño, el número de muertos en Londres y los suburbios comenzó a disminuir,43​ hasta que, en febrero de 1666, se consideró lo suficientemente seguro como para que el rey y su séquito regresaran a la ciudad. Con el retorno del monarca, otros le siguieron: la nobleza volvió en sus carruajes, acompañados de carros llenos de sus pertenencias. Los jueces regresaron de Windsor a sus puestos en Westminster Hall; el Parlamento, que había sido prorrogado en abril de 1665, no se volvió a reunir hasta septiembre de 1666. Se restableció el comercio y se abrieron negocios y talleres. Londres era el objetivo de una nueva ola de personas que acudían a la ciudad con la esperanza de hacer fortuna. El lord canciller Edward Hyde declaró a fines de marzo de 1666: «… las calles estaban tan llenas, el Exchange estaba repleto de personas, la gente en todos los sitios era tan numerosa como nunca se había visto …» (the streets were as full, the Exchange as much crowded, the people in all places as numerous as they had ever been seen ).  

   Los casos de peste continuaron ocurriendo esporádicamente a un ritmo modesto hasta mediados de 1666. En septiembre de ese año, el gran incendio de Londres destruyó gran parte de la City y algunas personas creyeron que el fuego puso fin a la epidemia.  Actualmente, se piensa que la peste había disminuido en gran medida antes de que ocurriera el incendio. La mayoría de los casos posteriores se encontraban en los suburbios,  pero la céntrica City de Londres fue el área destruida por el fuego.  

   Si bien existen muchas hipótesis, no hay una explicación unánime y sencilla para el fin de la peste en Inglaterra.  Estas hipótesis se dividen en dos categorías principales: factores naturales y biológicos (cambios climáticos, bacteriológicos, de vectores u hospedero, etc.) y factores humanos (medidas de control, comercio, higiene y comportamiento, etc.). Por ejemplo, algunos autores han invocado la influencia de factores climáticos o astronómicos, como la Pequeña Edad de Hielo y el mínimo de Maunder, que habrían afectado el comportamiento de las pulgas y las ratas en Europa. El carácter terminal de la peste de Londres de 1665 en el norte de Europa y la peste de Marsella de 1720 para el sur de Europa explicarían en este contexto. ​ Las modificaciones biológicas —como la mutación de Yersinia pestis en una forma menos virulenta— generalmente no se han aceptado como una explicación local, ya sea por falta de pruebas o porque no explican las diferencias cronológicas entre varios países. ​ Otros autores destacaron las acciones humanas, como las medidas para controlar el tráfico comercial y la cuarentena, que habrían frenado las reimportaciones de peste, lo que explicaría los cambios observados según los países del norte-sur y oeste-este europeo. Además, el comercio de Londres se expandió al Atlántico y más allá, en lugar de al Mediterráneo.  Sigue en debate el rol de una buena nutrición, la mejora en el comercio regional que limitó las hambrunas y la escasez de alimentos,  debido a que la peste fue lo suficientemente fuerte por sí sola como para no depender de individuos desnutridos. ​ Las hipótesis higienistas apuntan a nuevos avances, como el uso de jabón para lavar el cuerpo y la ropa y el hábito de desvestirse antes de dormir, lo que pudo haber reducido las poblaciones de pulgas y piojos en la vestimenta.  Otra hipótesis sugiere la producción y comercialización a bajo costo del arsénico a fines del siglo XVII, ampliamente utilizado para la erradicación de roedores consumidores de granos.  

   Según los carteles de la mortandad, hubo un total de 68 596 muertes en la capital a causa de la gran peste de 1665.  Hyde estimó que el número real de fallecidos probablemente era el doble de esa cifra. En 1666 se reportaron más muertes en otras ciudades, pero en menor escala. Thomas Gumble, capellán del duque de Albemarle, que se había quedado en Londres durante la epidemia, calculó que el recuento total de muertes por peste en el país durante 1665 y 1666 fue de aproximadamente 200 000.  

   La gran peste de 1665-1666 fue el último gran brote de peste bubónica en Gran Bretaña. La última muerte por peste se registró en 1679 y la enfermedad se eliminó como categoría específica en los carteles de la mortandad de 1703. Se extendió a otras ciudades en Anglia Oriental y el sudeste de Inglaterra, pero menos del 10 % de las parroquias fuera de Londres tenían una tasa de mortalidad superior a la media durante esos años. Las áreas urbanas fueron más afectadas que las rurales; Norwich, Ipswich, Colchester, Southampton y Winchester se vieron gravemente azotadas, mientras que el oeste de Inglaterra y las áreas de las Tierras Medias escaparon por completo. ​ 

   La población de Inglaterra en 1650 era de aproximadamente 5.25 millones y disminuyó a unos 4.9 millones en 1680, pero recuperó a poco más de cinco millones en 1700. Otras enfermedades, como la viruela, tuvieron un alto impacto en la población sin la contribución de la peste. La mayor tasa de mortalidad en las ciudades, tanto en general como específicamente por la peste, abarcaba el grupo de la inmigración continua, desde los pueblos pequeños a los más grandes y desde el campo a las ciudades. ​ 

   No se hicieron censos de la población de Londres de la época, pero los registros disponibles sugieren que la ciudad volvió a su tamaño anterior en un par de años. Los entierros en 1667 habían vuelto a las cifras de 1663 y el cobro de fogaje se había recuperado; John Graunt, al analizar los registros de bautismo contemporáneos, concluyó que representaban una población recuperada. ​ Parte de esto podría explicarse por el retorno de los familias ricas, los comerciantes y las industrias manufactureras, que necesitaban reemplazar las pérdidas entre su personal y tomar medidas para atraer a las personas necesarias. Colchester había sufrido la despoblación más severa, aunque los registros de fabricación de telas sugieren que la producción se había recuperado o incluso aumentado en 1669; el número de habitantes casi había regresado a los niveles previos a la peste en 1674. Otras ciudades tuvieron menos éxito: Ipswich se vio menos afectado que Colchester, pero, en 1674, su población había disminuido en un 18 %, más de lo que podría explicarse solo por las muertes de la peste.

   En el caso de Londres, la proporción en relación a la población fue menos grave que en otras ciudades. El total de muertes en la capital era mayor que en cualquier brote anterior en los cien años anteriores, aunque, en proporción con la población (15-20 %), las epidemias en 1563, 1603 y 1625 fueron comparables o mayores. Probablemente pereció alrededor del 2.5 % de la población inglesa.  La gran peste de Londres fue «relativamente benigna», de acuerdo con la mayoría de historiadores, en comparación a las pérdidas (40-50 %) sufridas por otras ciudades a mediados del siglo XVII, como en Barcelona (1651-1653), Nápoles (1656) y Génova (1657). ​ Según Biraben (1975), en los siglos XVII y XVIII no faltan ejemplos donde grandes ciudades afectadas por una violenta epidemia de peste recuperaron rápidamente su población y su comercio en unos pocos años. Fue el caso de Marsella, en 1720, y Moscú, en 1770.  La peste tuvo menos influencia en la demografía de las grandes ciudades, debido a la creciente importancia del comercio internacional. ​ 

Repercusión

   La peste en Londres afectó en gran medida a los pobres, ya que los ricos pudieron abandonar la ciudad, retirándose a sus fincas o residiendo con parientes en otras partes del país. El posterior gran incendio de 1666 arruinó a muchos pequeños comerciantes y propietarios de negocios en la ciudad.Como resultado de estos eventos, Londres fue ampliamente reedificado y el Parlamento promulgó la Ley de Reconstrucción de Londres de 1666. El plano urbano de la capital permaneció relativamente sin cambios, pero se hicieron algunas mejoras: se ampliaron las calles, se crearon aceras, se suprimieron las alcantarillas abiertas, se prohibieron los edificios de madera y los balcones, se controló el diseño y la construcción de edificios. El uso de ladrillo o piedra era obligatorio y se proyectaron muchos edificios elegantes. Según Leasor, no solo se rejuveneció la capital, sino que se convirtió en un entorno más saludable para vivir, y los londinenses desarrollaron un mayor sentido de comunidad luego de haber superado las grandes adversidades de 1665 y 1666.

La reconstrucción tomó más de diez años y fue supervisada por Robert Hooke como topógrafo municipal. El arquitecto Christopher Wren participó en la reconstrucción de la catedral de San Pablo y más de cincuenta iglesias de Londres. Carlos II se esforzó para fomentar el trabajo de reconstrucción: fue un mecenas de las artes y las ciencias y fundó el Real Observatorio de Greenwich y apoyó a la Real Sociedad de Londres, un grupo científico cuyos primeros miembros incluían a Hooke, Robert Boyle y Isaac Newton. De hecho, del incendio y la peste floreció un renacimiento en las artes y las ciencias en Inglaterra.  

Las mujeres, ausentes de los círculos académicos y las profesiones reguladas,  jugaron un rol importante, incluso ante enfermedades graves, en el cuidado de la familia o los vecinos; eran responsables de los problemas relacionados con el parto y la medicina doméstica, sin tener los medios para compartir o difundir sus conocimientos o experiencias.  La medicalización masculina de estas áreas había comenzado en Inglaterra a fines del siglo XVII.  

Los carteles de la mortandad, a su vez, dieron lugar a una vasta «literatura de peste», que toma la formó de un debate público —a veces anónimo o bajo iniciales— sobre la peste, desde un punto de vista académico, político, moral o religioso. Especialmente después de la Revolución inglesa, la monarquía restaurada en 1660 ya no tenía los medios para imponer una censura efectiva. Fue un primer modelo continuo de «información pública», en el que las autoridades de Londres creían que una población informada estaba en mejores condiciones para enfrentar una epidemia.  

 Arqueólogos excavaron las fosas de peste luego de ser descubiertas en trabajos de construcción subterráneos. Entre 2011 y 2015, se encontraron 3500 entierros de los camposantos New Churchyard o Bethlam durante las obras de la vía férrea Crossrail en Liverpool Street.  Se detectó ADN de Yersinia pestis en los dientes de individuos enterrados en fosas en el sitio, lo que confirmó que habían muerto de peste bubónica.