Por Maria Angelica Scotti

Esta nueva novela del multipremiado escritor chileno comienza de forma atractiva y, a medida que avanza, va creciendo literariamente hasta convertirse en un relato bellísimo e intenso. Narra el amor apasionado entre el pintor alemán Rugendas y la temperamental dama chilena Carmen Lisperguer, así como la rivalidad y luego entrañable camaradería entre aquél y el científico Darwin. Esos tres personajes existieron realmente y coincidieron en el escenario de Chile por la misma época (principios del siglo XIX). No obstante, no puede decirse que se trate de una novela histórica, ya que Franz ficcionalizó (mintió, confiesa él) a partir de ellos muy libremente. Rugendas fue en efecto un pintor viajero romántico, deslumbrado por la vida americana, y mantuvo con Carmen (una aristócrata de apellido Arriagada, casada con un militar) una relación amorosa epistolar (y no plenamente erótica, sexual, como aparece en la novela). En cuanto al científico Darwin, es probable que haya conocido fugazmente a los otros dos protagonistas, aunque sin configurar con ellos el triángulo pasional plasmado en la ficción. Rugendas, en la novela, antes de desembarcar en Chile había recorrido otros países de América donde pintó o dibujó escenas de la vida cotidiana y, también, numerosos retratos de mujeres (desnudas y vestidas) que había amado pasajeramente. Esto resultó ser una fuente de conflicto con Carmen cuando la retrató desnuda como si fuera sólo una conquista más de su colección de “mujeres típicas”. Pero, a diferencia de los casos anteriores, esta vez él experimentó un amor-pasión duradero. “Si te vieras con mis ojos –le decía él a menudo- , sabrías cuánto te amo”. En medio del desborde de erotismo, el relato ofrece un giro interesante, con acción y tensión narrativa, a propósito de un “salón filosófico”: se realiza un debate acerca del amor y el sexo, un verdadero duelo verbal entre el romántico Rugendas y el racionalista Darwin. Una de las partes más logradas del libro es “la experiencia de la montaña”: hallándose los dos contrincantes en la ladera del Aconcagua, son acosados por las desmesuras de la naturaleza (un terremoto, una avalancha y una tormenta de nieve con frío extremo). Refugiados en una precaria cueva y a punto de morir congelados, resisten inhalando un polvillo vegetal, la “vilca”, que los lleva a compartir una misma alucinación y a rugir, abrazados, por “el puro goce de estar vivos”. Este cambio o mudanza de los dos enemigos en queridos amigos está trazado de manera conmovedora. La novela, justamente, se destaca en el diseño de los personajes, develando la complejidad humana, sus distintos matices o sutilezas. Así Gutiérrez, el marido de Carmen, en los pasajes “aventureros” de la trama, depone su imagen de ridículo fantoche para convertirse en una especie de héroe militar: “El coronel se veía imponente, como crecido con este retorno a la guerra”. Asimismo Carmen es mostrada en sus diversas facetas: con sus ardores amorosos, con sus arrebatos de furia, con sus antojos y fabulaciones, con sus inquietudes intelectuales y literarias, con su esplendor juvenil y con su declinación en la vejez.  El texto abunda en hallazgos técnicos y estilísticos. Uno de ellos es el empleo de la segunda persona para narrar la historia total, lo que crea un tono de inmediatez e intimidad entre el narrador/ora y el personaje de Rugendas y, a la par, con el lector mismo. Otro recurso eficaz, que complementa o corrige lo narrado, son las irrupciones de la voz de Carmen casi centenaria que emerge (en bastardilla) esporádicamente y en particular al final (“el soliloquio de una vieja quizás enloquecida”). Puede decirse que la novela de Franz es en verdad apasionante, no sólo por su poder de cautivar al lector sino también por estar henchida de pasiones: la pasión amorosa, desplegada al máximo en los últimos capítulos, y la pasión del artista por pintar su obra. SI TE VIERAS… fue galardonada con el Premio de la Bienal de Novela Vargas Llosa 2016.