Por Gustavo Fernetti
Quien haya concurrido a un circo, habrá notado que en cierto momento, aparece un señor vestido de forma extraña. Si bien en los circos es poco frecuente la aparición de personas de saco y corbata, este personaje viste ropas en verdad estrafalarias. Enormes zapatos de color, pantalones demasiado holgados, un saco seis o siete números más grande de los necesarios y un sombrero un par de veces más pequeño de lo imprescindible dan forma a un personaje de verdad exótico. La extrañeza aumenta con una cara pintada y una nariz roja.
Obviamente hablamos del payaso.
Cheee…
Quien haya tenido la suerte (o no) de haber ido a varios circos habrá notado que los payasos cambian de formato, de color de traje, de maquillaje pero más o menos se comportan de manera torpe y descuajeringada, se abofetean y maltratan, se burlan de ellos mismos y soportan los desaires del dueño del circo.
Esta extravagante conducta escénica se repite con leves variaciones, los sketch que desarrollan parecen calcados y los objetos que portan son enormes o muy pequeños, pero siempre cumplen con el rol de dejar mal parado al payaso.
Si vemos la historia, el payaso es un ser bastante antiguo, y ciertos autores lo hacen aparecer ya en la estampa medieval del bufón, el joker, el que hace bromas.También se lo ha vinculado al “loco” del Tarot.
Estos personajes dicen la verdad ante los poderosos sin temor, se burlan de las costumbres y en general, dicen lo que no debe decirse.
Sin embargo, como cualquier criollo sabe, el payaso es otra cosa.
Clown, el nombre popular inglés, significa campesino.
Los payasos en el siglo XVI eran burlas a la sencillez y a la vez, a la astucia del payuca, del tipo que cae a la ciudad sin tener idea.
El personaje prendió y mofarse de las simplezas de un agricultor parece que tenía su encanto.
En Francia e Italia la cosa venía por otro lado y los payasos se vincularon más al teatro que al circo o al menos, a lo que en esa época era algo así. Los pierrots en Francia o los Pulchinela en Italia eran gente extraña, pero que remedaban personajes específicos. El Polichinela es un zanno, o sea un sirviente, un personaje nefasto, mientras que Pierrot (llamado en Argentina Cara Blanca) es un tipo cándido, eternamente engañado por Colombina, que se va con el traidor Arlecchino.
Pero no son payasos.
Payasos criollos
En Inglaterra si había payasos de ley.
Un tal Tom Belling, empleado de circo,(más o menos en 1870) se enojaba por tener que ayudar a levantar bosta en la pista y para protestar se puso un traje enorme, lo que lo hace trastabillar permanentemente: el público –siempre jocoso ante la desgracia ajena- quedó extasiado ante esta conducta poco decorosa. Otros argumentan que un tal Augusto era el nombre de un cuidador de caballos de circo, siempre borracho, que salía en estado etílico, por lo que al caer, lo despertaban nombrándolo: “¡Augusto!”, por lo que terminó convirtiéndose en un personaje más del circo, una especie de niño grande que comete travesuras sin sentido.
El Augusto empezó a oponerse a otro payaso más serio, lleno de ideas e invenciones, vestido a veces más formalmente y que da el pie para las salidas del payaso tonto.
Sea como fuese, el personaje del Augusto se fue popularizando, llamándose así en Alemania al payaso torpe y desmañado.
En Argentina prendió otro nombre. Un tal Tony Grice apareció en 1878.El Circo Price contaba con la presencia del payaso más grande e importante de la historia del circo. Sus payasadas empezaron a llamarse en España “toninadas” y “toninos” a los payasos. Llegado el nombre a la Argentina, una vieja palabra –Tony- definió al payaso, al menos en la época dorada del circo.
Los payasos en Argentina no tenían la sonrisa pintada, antes bien la boca estaba torcida, con un rictus de enojo o tristeza. Tanto Tony Grice como el Payaso Ingles, Frank Brown, tenían un aspecto serio y recatado. No sabemos el efecto que esto producía, quizás contrastar sus caras preocupadas con los disparates hacía reír a la gente. Incluso Tony tenía un grueso bigote.
Pepinadas
Con el tiempo, en Argentina proliferaron los payasos.
José Podestá, a fines del siglo XIX realiza su rutina con el nombre de Pepino el 88, críptico nombre hoy indescifrable, como el trabajo con sus hermanos: la Compañía de los Hermanos Podestá. Pepino decía un sonsonete de presentación, luego imitado por muchos payasos: “Acepto, estudio, trasnocho, salto, brinco con maestría y el público, casi chocho, me llama desde aquel día Pepino el ochenta y ocho.” Hoy ignoramos la lógica de ese público.
La foto lo muestra con una escoba, barriendo un salón lujoso -de utilería- vestido con un traje parecido al de los pierrots, pero con diablos y dragones dibujados sobre la tela blanca. Se sabe que sus chistes trataban sobre los hijos de oligarcas, los italianos y la política fraudulenta.
Varios payasos se hicieron famoso, ya con la estampa clásica: José Marrone, alias Pepitito, Gerardo Roberto Samaniego como Firulete, Carlitos Scazziotta, que llevaba a Violeta, una perra de trapo que hacía saltar a sus brazos.
En los años 80 un payaso rumano, Alexandru Veteranyi, alias Tandarica, arribo a la Argentina luego de imitar a Fidel Castro y a Stalin. Este extranjero –algo insólito- retomaba el carácter torpe del Augusto, ya que semejaba estar borracho, asumiendo casi siempre el rol de mozo de bar, con una bandeja eternamente a punto de caer.
Decile payaso
Esta fatigosa descripción nos hace pensar en la trascendencia histórica del payaso. Socialmente, esto se reflejó en el uso de la palabra.
Por un lado, la figura del payaso se volvió simpática. Ciertas personas jóvenes se suben a los colectivos a mendigar, vestidos con el atuendo circense. Otros hacen malabares en las plazas, luego de estudiar en academias donde aprenden a dar sopapos sin bajarse los dientes.
También la imagen el payaso se hizo siniestra, sobre todo en el cine. Películas como Ito Batman muestran el payaso cruel, que el Indio Solari y sus Redondos mencionan en la bella canción Pogo.
Quizás esa imagen negativa provenga del miedo ancestral del niño ante estos estrafalarios, que no cumplen con ciertas reglas que el infante a duras penas está aprendiendo, como, por ejemplo, vestirse correctamente.
La palabra también tiene un costado social.
Decirle “payaso” a una persona es enrostrarle un comportamiento socialmente equivocado. Un empleado mal vestido, una señora mal maquillada, un joven que no se comporta como debe ante una señorita recibe inmediatamente el mote, más si alguno de ellos se ha pasado de copas.Decirle “payaso” a alguien es criticarle su conducta, el hacer “payasadas” o sea actos reñidos con el comportamiento regular y decente, con lo esperado.
Que es un payaso
Si una persona vestida con casco rojo puede ser identificada con un bombero, o un señor con guardapolvo y estetoscopio da el perfil de médico ¿Qué es un payaso?
La indumentaria aquí sirve de poco. La ropa es variopinta, grande, holgada, nunca igual de payaso a payaso. Es de colores, con lunares, rayas o dibujos. Los zapatos suelen ser enormes, pero puede haberlos normales. El maquillaje es también variado. Frank Brown se pintaba dos círculos a cada lado de la boca y Pepino el 88 sólo tenía un bigote. Más clásicamente, los payasos suelen pintarse la cara de blanco, en particular las órbitas de los ojos y el área de la boca, que se pinta de rojo.
Tampoco el payaso es un borracho, a pesar de Augusto y de la nariz colorada. Su torpeza es por su mentalidad, pero no es un retardado, es un simple que a veces tiene golpes de lucidez y hasta de astucia. Si bien Tandarica dejaba entrever la beodez, no era esa su característica esencial sino su equilibrio siempre inestable.
No es por esos lados que debemos buscar qué es un payaso.
La conducta es estrafalaria, errática equivocada.
Aquí hay un punto en común.
El serio payaso que trata de reparar un automóvil sabiendo que explotará, no difiere demasiado del que le estampa un garrotazo al payaso amigo, porque sí.
Sin embargo, hay payasos que no hacen más que recibir cachetadas, como Santiaguito los recibía de Firulete, o sea hay payaso pasivos, inoperantes.
La variedad de payasos, sin embargo, nos hace sospechar algo común entre ellos. No sólo por su aspecto, su torpeza o su pensamiento errático, los payasos son distinguibles con facilidad, a pesar de su variedad estética.
Quien esto escribe cree que la esencia del payaso es el ridículo, claro, pero en comparación con nosotros.
Podemos definir como payaso a una persona que no deseamos ser, absoluta, totalmente.
No se trata de no ser una abogada o un enfermero, es una oposición absoluta, irreversible, definitiva, oposición a lo que todos y cada uno somos. Esa condición es única. No hay otro personaje en la historia que resuma, en una sola estampa, una negatividad tan absoluta, que a la vez es absolutamente positiva, porque persiste.
Un payaso es la síntesis del no-es-nosotros: un ser que se viste como no lo haríamos, que se maquilla como jamás intentaremos, que se comporta como vamos a evitar hacerlo. Su trascendencia reside en lo atemporal de esa oposición. Sea en el siglo XVIII o en 2018, no seremos como el payaso, que permanece fijo en sus delirios y extravagancias.Tal vez, en algún momento, fuimos un payaso para alguien.
La imagen del payaso es la nuestra, en realidad. Serios, circunspectos, de conductas esperables, el payaso surge del conflicto entre lo que debe ser y lo que no es. Caso único de representación social, el payaso es, en hueco, lo que somos.
Quizás por eso deberíamos tenerles cierto respeto: no todos los espejos funcionan como este, de carne y hueso, vestido de colores.
También por eso deberíamos tenerles cierto respeto: su desaparición significaría que ya no somos lo que somos.
Investigación: Arq. Gustavo Fernetti
Imágenes: Diego González Halama